Moción de gobernabilidad Pilar Velasco
Barnier ha caído
Víctima de Macron, la de Barnier ha sido una trayectoria especialmente corta, fruto de una traición y de un destino tan fatal como anunciado. Los dedazos suelen señalar a líderes transitorios y anticipadamente fallidos a los que se pide un sacrificio heroico en una situación crítica asumiendo que, una vez salvados los muebles, tienen que desaparecer por voluntad propia o ejecución ajena. Quien se ofrece para desempeñar ese papel es consciente de eso. Por lo demás, Macron es un líder oportunista y obcecado solo comprometido con cálculos electoralistas y pretendidamente pragmáticos. Rompió el cordón sanitario en favor de la ultraderecha, dando la espalda a las mayorías, y ahora es ese mismo cordón el que le ahoga. Y, con todo, persiste.
Macron tendrá que buscar una alternativa y parece estar pensando en el ministro de Defensa, Sébastian Lecornu, y en el veterano centrista François Bayrou, pero no puede convocar nuevas legislativas hasta mediados de 2025 y tendrá que pasar otra vez por un proceso agónico para recabar apoyos. Recurrir a un tecnócrata como vía intermedia solo daría fuelle a la extrema derecha, tal como vimos en Italia.
De hecho, Le Pen calificó el presupuesto vetado de “tecnocrático” y le acusó de no tocar el tótem de la inmigración fuera de control. Que, en su momento, Barnier cuestionara la política de asilo y refugio de la Unión Europea fue claramente insuficiente. Una vez compras el marco de las derechas, todo es insuficiente porque lo suyo es vencer y no convencer.
Sería bueno tener claro que no se puede negociar con quien tiene una agenda propia y no valora ni necesita de la negociación. Barnier cedió a Le Pen en tres de sus cuatro exigencias: eliminó un impuesto sobre la electricidad, recortó la ayuda médica a los inmigrantes ilegales y cambió su política con ciertos medicamentos. Pero se negó a retrasar medio año la subida de las pensiones para contrarrestar la inflación. Decidió avanzar sin voto parlamentario y le arrasó la moción de censura.
Macron traicionó a Melenchón y Le Pen ha traicionado a Macron. Lo ha hecho, además, apoyando a LFI, una fuerza política a la que detesta, a los “cheguevaristas de carnaval”, evidenciando que está dispuesta a pasar por cualquier cosa con tal de tambalear los cimientos del sistema. Ha aprovechado para lanzar su discurso en favor de los más vulnerables, de marcado signo antimigratorio, ganando centralidad y protagonismo frente a su posible inhabilitación el próximo marzo. Sabe que su populismo prende en los barrios industriales donde se cierran fábricas y hay miles de despidos y en los que la población migrante se percibe como un alto factor de riesgo. Le Pen sabe también que la ausencia de presupuestos tendrá un terrible impacto sobre las pensiones y los tipos de interés, en un país que tiene una prima de riesgo similar a la de Grecia y va a manejar un déficit del 6.2% en 2025 (el peor desequilibrio presupuestario de la eurozona).
Macron rompió el cordón sanitario en favor de la ultraderecha, dando la espalda a las mayorías, y ahora es ese mismo cordón el que le ahoga
“Hay una necesidad urgente de abordar nuestra deuda presupuestaria”, dijo Barnier, “no es un placer haber presentado casi únicamente medidas difíciles [...] Esta realidad no desaparecerá por el encanto de una moción de censura”. Y, en esto, al menos, no le faltaba razón. El plan de Barnier pretendía subsanar el déficit utilizando el plazo máximo de siete años que permiten las nuevas normas fiscales de la UE y está claro que las dificultades para sacar adelante las propuestas fiscales y de gasto se van a perpetuar.
A la crisis económica y social que se cierne sobre Francia, habrá que añadir esta crisis institucional y la previsible ausencia de un gobierno operativo. Ninguno de los tres bloques de la Asamblea Nacional francesa puede reunir una mayoría. La fragmentación parlamentaria, la incapacidad para negociar y llegar a acuerdos, y la escasa propensión a la lealtad, una vez alcanzados, hacen hoy de la política un polvorín que ofrece más desasosiego e inestabilidad, que seguridad y confianza.
Lamentablemente, todo apunta a que Francia será el laboratorio de Europa. En esta misma situación se encuentra Alemania que se enfrenta a sus propios problemas políticos y que, según las previsiones de la Comisión Europea, obtendrá pésimos resultados económicos. Scholz convocó elecciones anticipadas para febrero y nadie sabe cómo abordará su déficit en los próximos años. Las estrictas normas fiscales que se apresuraron a defender en Bruselas, para atar en corto a los países del sur, son las que ahora no les dejan respirar. Incluso el jefe del Bundesbank, Joachim Nagel, ha pedido ya suavizar el freno de la deuda que Merkel llevó a la Constitución para asegurar la austeridad.
Por lo demás, la posición de fuerza de la que se ha dotado Elon Musk en EEUU para promocionar sus coches eléctricos, junto a la factoría china, que satisface su demanda interna, van a arrastrar a Alemania a una crisis devastadora que se sumará a la crisis energética en la que está instalada desde la guerra de Ucrania. Si no se lidera ni el mercado de las plataformas tecnológicas ni las cadenas globales de producción, el futuro puede ser una auténtica pesadilla.
En fin, Francia y Alemania sufrirán especialmente los aranceles de Trump que van a castigar a la industria agroalimentaria francesa y a los exportadores de la UE, sin que se sepa bien cómo se ha de reaccionar, y la amenaza de una agresión rusa y el posible abandono de la OTAN por parte de EEUU, obligarán a derivar parte de sus recursos a la política de defensa. En esta situación, las propuestas paneuropeas de Draghi y Letta se antojan demasiado gravosas porque exigirían, entre otras cosas, aumentar las contribuciones financieras a Bruselas o eliminar los organismos nacionales de vigilancia financiera. De manera que no parece que la tendencia vaya a ser esa huida hacia adelante sino, más bien, la de la vuelta reaccionaria a los palacios de invierno.
Es evidente que la inercia actual solo favorece el programa ultranacionalista de las derechas y que nos estamos acercando velozmente al punto de no
retorno en términos generacionales. Si no se visualiza el horizonte común, se fortalece el compromiso con el sector público y se apuesta por liderazgos progresistas, audaces y resilientes, alea jacta est, la suerte está más que echada.
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