Ataques en Magdeburgo: la cautela como arma Ruth Ferrero-Turrión
Penurias culturales
Durante el confinamiento, a la mayoría de los humanos nos dio por establecer nuestro particular orden de prioridades. En la cúspide, por unanimidad, pusimos la salud; de ahí que cada tarde nos reuniéramos, manteniendo las distancias, a expresar nuestra gratitud al personal sanitario por defendernos del virus. Los que tuvimos la suerte de librarnos del sufrimiento extremo que otros padecieron, también aprendimos a distinguir lo primordial de lo superfluo, y dentro de esa lección apresurada, trazamos una línea roja entre los imprescindibles y los que están de más. Entre los primeros, el ya referido personal sanitario, además de científicos, panaderos, agricultores, ganaderos, barrenderos, maestros… y cuantos contribuyeron solidariamente a que el mundo siguiera funcionando. Los otros, comisionistas, conseguidores y gorrones, estaban maquinando cómo aprovecharse del desastre. No hay mejor ejemplo que el del pelotazo de las mascarillas, ahora en sede judicial, protagonizado por Alberto Luceño, Luis Medina y el primo del alcalde.
Lamento distraerme con los intermediarios, cuando mi única intención con estas líneas es poner de manifiesto algo esencial. En los peores momentos de la pandemia, en la situación más deplorable, cuando estábamos muertos de miedo, encerrados en casa, nos dedicamos, más que nunca, a consumir libros, canciones, películas… Tanto rodeo, en definitiva, para reivindicar la cultura como un bien de primera necesidad. Tenía que haber empezado por ahí. La cultura nos hace libres, independientes, nos ayuda a mejorar la calidad de vida y a compartir nuestros sueños con los demás.
Casi todo el mundo la tiene mitificada y, el que carece de ella, por muchos otros bienes que posea, siempre la echará de menos. Por encima de cualquier otra destreza, la cultura es lo que nos da mayor seguridad.
La cultura nos hace libres, independientes, nos ayuda a mejorar la calidad de vida y a compartir nuestros sueños con los demás. Casi todo el mundo la tiene mitificada y, el que carece de ella, por muchos otros bienes que posea, siempre la echará de menos
"Ahora que estamos superando la pandemia, se está recuperando la industria del cine y la cultura. Hay que reivindicar su entereza y dar el apoyo de las instituciones públicas para que tenga un futuro mucho mejor de lo que hemos tenido en los dos últimos años". Recuerdo y transcribo palabras recientes de Pedro Sánchez, presidente del Gobierno, durante su presencia en la gala de los Goya, donde reconoció la precariedad de muchos trabajadores en estos dos años tan difíciles para la cultura. "Ahora que estamos recuperando la actividad económica —insistió— es un buen momento de reivindicar la industria cultural". Bellas palabras para reconocer a una industria que nos alimenta intelectual y espiritualmente. Añado, además, el entusiasmo con el que se sumó el ministro de Cultura, Miquel Iceta, a la celebración de la fiesta del cine y a la nominación de Javier Bardem y Penélope Cruz, selectos embajadores de la marca España, como candidatos a los Oscar; un acto que señaló como "motivo de alegría, pese a algunos que intentan minimizar el papel de la cultura como sector de subvencionados y de cuatro privilegiados".
También aprovecho para señalar que la vicepresidenta segunda del Gobierno y ministra de Trabajo y Economía Social, Yolanda Díaz, durante la entrega de los Premios CEDRO 2022, reiteró la importancia de la cultura y la creación artística como "salvaguarda y pasaporte para el único futuro posible de nuestras sociedades". La vicepresidenta recordó, además, que la cultura en nuestro país ha sido constituida como un bien de primera necesidad, porque "una sociedad sin expresión artística, sin productos culturales, es una sociedad silenciada y sin pulso cívico".
Destaco literalmente el entusiasmo que provocan en los políticos (en unos más que en otros) los Oscar, los Goya, las alfombras rojas, los Días del Libro, las recepciones en Palacio y, en general, los grandes fastos artísticos y culturales que se celebran periódicamente. Tampoco se olvidan (unos más que otros) de los días tristes, cuando llega el momento fatídico de dar el último adiós a personajes tan admirables como nuestro queridísimo Juan Diego. No dudo de su buena voluntad, de su sincero amor y gratitud por los creadores que, también a ellos, les han hecho reír, llorar, soñar y sentir. Lo deseable, sin embargo, es que no olviden sus precarias condiciones de trabajo y traten de mejorarlas, siempre que esté en sus manos. Me refiero a las cosas de comer. Y en este punto debo mencionar algunas trabas burocráticas en relación con la defensa de la propiedad intelectual, el Estatuto del Artista, el fomento del libro y la lectura, la compatibilidad de las pensiones con los derechos de autor y la persecución de la piratería.
Dirán que la mayoría de las reivindicaciones están resueltas o en vías de resolución. Cierto, pero es una verdad incompleta, porque quedan, como he dicho, algunos obstáculos burocráticos, flecos importantes, que están retrasando la aplicación de las disposiciones legales. Y algo más. Lejos de estar resuelto, ha surgido otro problema. Los derechos de autor, concretamente, son los que permiten a los escritores vivir de su trabajo, reconocen la autoría sobre sus obras y les garantizan una remuneración.
Pues bien, resulta que el Gobierno pretende incorporar a la legislación española una directiva europea que regula los derechos de autor en el mercado digital, que, de hecho, impide gestionar colectivamente lo que les corresponde por el uso que hagan de sus obras los gigantes tecnológicos como Google. Hasta ahora, las plataformas digitales pagaban esos derechos a un organismo, CEDRO, que se encargaba de gestionar dichos fondos para concederles ayudas urgentes a los autores necesitados. Un ejemplo: el año pasado CEDRO, con dicha recaudación, creó un fondo de un millón de euros para repartirlo entre los creadores más afectados por el covid. Si no se reforma el borrador de la ley, las plataformas digitales, además de sus múltiples beneficios y exenciones fiscales, se quedarán con los derechos de autor de los esforzados trabajadores de la cultura. Como la ley se está tramitando en el Congreso, todavía estamos a tiempo de poner freno a la voracidad de Google y compañía.
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Nativel Preciado es periodista, analista política y autora de más de veinte ensayos y novelas, galardonadas con algunos de los principales premios literarios.
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