Ataques en Magdeburgo: la cautela como arma Ruth Ferrero-Turrión
La política: esa picadora de carne
Cuesta mucho ver el rostro compungido del Sr. Ábalos, las lágrimas que amenazan con caer por su mejilla y no empatizar. Hay quien afirma que tras esos gestos de dolor se esconde el interés personal para victimizarse, pero sea como sea conmueve. Una persona destruida, triste y definitivamente sola, como él mismo reiteró en sus declaraciones. No es el primero, ni la última persona a quien la política les dio y luego se lo quitó, y qué fácil es lo primero, y qué cuesta arriba se hace lo segundo. Siempre cuando se reciben cargos y nombramientos y relevancias y prebendas uno piensa que se lo merece, y cuán injusto parece cuando le son retiradas.
Sinceramente, no dudo de su dolor ni su estupefacción cuando se ve privado del respaldo de su partido y atacado en su honorabilidad públicamente. Tampoco dudo de su inocencia, creo en ella, como también creo y sé que en nuestro sistema no se vota a nadie personalmente: el papel omnímodo de los partidos como instrumentos de acción política por encima de sus miembros y sus responsables y líderes deja a todos ellos en una sumisión y en una subsidiariedad que han de asumir si quieren aceptar esas posiciones de relevancia.
El propio Sr. Ábalos sabe bien de la existencia de esa autoridad partidista, él mismo la ha ejercido durante años, no deben sorprenderle ni las reacciones, ni los métodos, ni la capacidad de actuar como entidad superior con respecto a cualesquiera que formen parte de los mismos. Es consciente, cuando afirma que el partido se lo dio todo y expresa su fidelidad y su compromiso, de la subordinación que debería tener con respecto a la estructura política a la que hasta hace pocas horas pertenecía. Más bien lo que parece sorprenderle es que un partido con hiperliderazgo (que él mismo ayudó a construir) y que en un sistema político como el nuestro actúe contra él. Lo que impugna no es el sistema, es su debilidad ante el mismo.
Suena cada vez más contradictoria esta puesta en escena de rasgarse las vestiduras afirmando una apasionada lealtad a su partido cuando el resultado de sus actuaciones le daña con certeza
Tiene razón también cuando clama por una presunción de inocencia que le pertenece, y ante la ausencia de implicaciones penales en su caso, pero una vez más se sitúa fuera del campo de juego del que él ha sido un destacado delantero: la responsabilidad política existe, y es más, no corresponde a uno analizarlo ni decirlo, sino precisamente al instrumento político que le da sentido: el partido, quien ostenta la legitimidad para decidir el papel que cada uno de sus miembros puede desarrollar.
Lo que suena cada vez más contradictoria es esta puesta en escena de rasgarse las vestiduras afirmando una apasionada lealtad a su partido cuando el resultado de sus actuaciones le daña con certeza. Da igual que otros partidos y con asuntos casi idénticos hayan tenido problemas similares y hayan optado por cubrirlos y asumirlos como propios. Da lo mismo si otros han sido condenados por corrupción, una formación de izquierdas ha de ser ejemplar, especialmente si accedió al gobierno con ese lema primigenio de luchar contra este tipo de comportamientos.
Esto no lo ha entendido, y resulta especialmente incomprensible en el final de una carrera política que ha sido brillante y reconocible. No creo que su decisión de no dejar el acta tenga consecuencias legislativas, tampoco especialmente políticas, pero sí personales. Qué pena que el Sr Ábalos no tenga amigos de verdad que le aconsejen, y claro, que le abracen.
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María José Landaburu Carracedo es Doctora en Derecho, experta en derecho laboral y autora del ensayo 'Derechos fundamentales, Estado social y trabajo autónomo'.
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