'Caso Errejón': dos derivadas y una pregunta Miguel Lorente Acosta
El vector fascista en la conspiración contra la república (19/20): Aviones, por favor, Duce, más aviones
La carta de Goicoechea a Mussolini en su propio nombre y en el de José Calvo Sotelo y José Antonio Primo de Rivera no es nueva. Se conoce, por lo menos, desde el año 1979, cuando la publicó en un artículo en la revista Storia Contemporanea el historiador italiano Massimo Mazzetti junto con otros documentos relacionados con el pacto de 1934. Era una revista entonces todavía relativamente nueva que dirigía desde 1970 Renzo de Felice. En castellano la reveló Ismael Saz en 1986, siete años más tarde. Básicamente asumió las tesis de Mazzetti: la petición de fondos, tan brillantemente expuesta por los conspiradores, la rechazó Mussolini. Y ahí se ha quedado la cosa.
Con apoyo en E. H. Carr, servidor sostiene la conveniencia de estudiar un documento junto con el historiador que afirma haberlo descubierto. Este principio lo aplico también en mi caso.
En consecuencia, hay que decir dos palabras sobre Mazzetti. En primer lugar, fue ayudante de Renzo de Felice, después fue profesor de la Universidad de Salerno y presidente de la Sociedad Italiana de Historia Militar. En 1979 publicó una obra sobre la industria italiana en la Gran Guerra y al año siguiente ganó la cátedra. Nada extraordinario. Falleció en junio de 2019. Ahora bien, recorriendo sus publicaciones nada hace pensar que en su extensa obra escribiera algo más sobre España o las relaciones hispano-italianas. Tampoco deja de tener interés, por cierto, el que también fuese conocido por su ferviente monarquismo (supongo que con respecto a la casa de Saboya que fue enviada a los infiernos de la historia por el pueblo italiano en el referéndum de junio de 1946, más de treinta años antes de la publicación de Mazzetti).
Pues bien, este artículo fue decisivo para lanzar la tesis de que Mussolini se había desentendido de los asuntos españoles en junio de 1936. Nada más lejos de la realidad. En el original de la carta al Duce no hay la menor mención, en contra de lo que Mazzetti afirmó, a que la petición se hubiera denegado. Naturalmente es posible que la negativa se hubiera inscrito en una copia (que Mazzetti no mencionó), pero aun así la literatura ha ignorado desde 1979 que las relaciones de ayuda italiana a los conspiradores españoles discurrían también por otras dimensiones, aparte de las “pelas”.
También se desconocía, hasta 2013, que pocos días después de que Carpi entregara la carta de los tres próceres fascistas o semifascistas se encontraría ya en Roma el negociador sobre la futura ayuda militar o que llegaría para entonces. Los monárquicos, y solo los monárquicos, se apuntaron el mayúsculo éxito de la firma de los cuatro contratos con la SIAI. Teóricamente podría argumentarse que esto era más importante para Mussolini que un millón de pesetas para sobornar a los jefes de la guarnición de Madrid. Sí, claro, pero también que convenía completar la inversión política –ya que no económica– que representó la venta de los aparatitos pagados a tocateja con el dinero de Juan March.
Hoy es posible afirmar que los preparativos para la futura negociación de los contratos se iniciaron casi al tiempo de la reunión de generales de marzo de 1936. Se allegaron fondos a través de un banco británico, el Kleinwort, en el que March tenía la voz cantante. El banquero mallorquín puso a disposición de los conspiradores medio millón de libras esterlinas, fuera de todo control de las autoridades españolas. Con él, y algunos fondos adicionales, fue posible hacer frente al pago de los cuatro contratos del 1º de julio.
En contra de las “relativas” seguridades dadas a Mussolini por Calvo Sotelo, Goicoechea y Primo de Rivera, Sainz Rodríguez fue mucho más escéptico. Hasta que servidor lo dio a conocer hace un par de años, se ha ignorado que el probo catedrático de la Universidad Central se cuidó, precavidamente, de hacer ver a sus interlocutores italianos que no cabía excluir la posibilidad de que la República no renunciase a hacer frente a la sublevación y que, por consiguiente, se desencadenara una guerra corta.
Después de tal éxito el catedrático informó de ello a Calvo Sotelo a su regreso a Madrid. No iba desencaminado. En el mismo sentido podría interpretarse la visita que Goicoechea hizo a José Antonio Primo de Rivera en la cárcel de Alicante el 8 de julio (figura en la lista de visitantes al ilustre detenido y debo este dato a la amabilidad del profesor Pedro García-Caro, de la Universidad de Oregón). Naturalmente, es difícil que los órganos de seguridad –minados por los conspiradores– supieran mucho de lo que antecede.
Como es notorio, tras la renuncia de Casares Quiroga a la presidencia del Consejo y al cargo de ministro de la Guerra, Azaña encargó el 18 de julio a Diego Martínez Barrio la formación de un gobierno de coalición que pudiera evitar el derramamiento de sangre. Se preveía para la cartera de Guerra al general Miaja y para la de Gobernación a Augusto Barcia Trelles, hasta entonces en la de Estado. Ha sido objeto de muchas discusiones un tanto estériles. Desde 1932 los conspiradores monárquicos habían apostado por la ayuda fascista. Una vez que la tenían en la mano, no iban a ceder. Y no cedieron.
Para entonces había ocurrido una pérdida irreparable. El remedo español del Duce, y en quien los monárquicos habían depositado todas sus esperanzas, José Calvo Sotelo, fue asesinado en la noche del 12 al 13 de julio, en represalia por la muerte del teniente José del Castillo. Con Calvo Sotelo desapareció el supuesto genio político por quien apostaban. Sanjurjo debía asegurar que la exitosa sublevación abriera las puertas a un período de transición al término del cual pudiera llegarse a una restauración de la Monarquía. Eso sí, fascistizada, de acuerdo con las nuevas tendencias políticas que marcaban Roma y Berlín. En este último caso no había habido realmente ninguna conexión efectiva y el famoso viaje de Sanjurjo y Beigbeder a Alemania no había dado resultado conocido (aunque, al parecer, sí lograron establecer algunos contactos). Los monárquicos y los militares apostaron todo a la carta italiana. ALGO QUE SIGUE SIN ENTRAR EN LA CONCIENCIA DE MUCHOS CIUDADANOS ESPAÑOLES.
El hombre propone y Dios dispone. El viejo refrán se aplica a este caso. Los planes se malograron definitivamente cuando Sanjurjo pereció en un accidente de aviación provocado por la egolatría y la incompetencia de su piloto, precisamente Juan Antonio Ansaldo. Con ello se creó un vacío de poder en la cúpula de la sublevación por el que, oportunamente, se coló Franco.
Los planes se malograron definitivamente cuando Sanjurjo pereció en un accidente de aviación provocado por la egolatría y la incompetencia de su piloto, precisamente Juan Antonio Ansaldo
Sanjurjo había estado tranquilo en Portugal. La primera noticia que tenemos de que el gobierno republicano, quizá ya descendiendo de las nubes, tomó acción contra él fue el mismo 18 de julio. El encargado de negocios portugués, vizconde de Riba Támega, transmitió a Lisboa la noticia de que Sanjurjo iba a salir en un avión del aeródromo de Alverca el mismo día a las 3 horas para dirigirse al Norte de África a fin de encabezar un levantamiento contra el gobierno. El ministro de Estado le había solicitado que, dada la importancia del caso, las autoridades portuguesas impidieran el vuelo porque era el jefe de un movimiento militar. Pregunta: ¿le habían seguido la pista en el país vecino?
Quedan, naturalmente, huecos que rellenar. Tienen que ver, en primer lugar, con el comportamiento de Franco en Canarias y sus conexiones con el resto de la conspiración. Personalmente me centré en la manipulación hecha desde tiempo inmemorial del vuelo del Dragon Rapide, necesario para trasladarlo a Tetuán. Las historietas de Arrarás y de Bolín, entre muchos otros, fueron un intento de cobertura, supieran la verdad de lo sucedido o no, para enmascarar una necesidad imperiosa. La de que el general comandante de la guarnición de Las Palmas, Amado Balmes, desapareciera del mapa antes de que las tropas se sublevaran en Marruecos. Tampoco la operación se desarrolló como se había previsto. Balmes no murió en el acto, pero los militares hicieron gala de un alto sentido de la improvisación y lograron desvirtuar lo ocurrido. Solo un periódico local de la tarde informó del tipo de herida, que no fue como ya se publicó al día siguiente. Tampoco volvió a aparecer. La buena vista de los militares pocas horas antes de la sublevación.
Ahora bien, tan pronto se abrieron los archivos relacionados con la concesión de la pensión completa a su viuda como fallecido en acto de servicio aparecieron las pruebas en apoyo de su otorgamiento. Con retraso. En un principio la pensión completa se había denegado de forma rutinaria, pero algunos de los compañeros del asesinado, apiadados de la viuda, consiguieron la intervención de Franco. El expediente mostró que la supuesta autopsia a Balmes era una estupidez como un pino y que en el momento de su “accidente” el general iba vestido con unos pantalones cortos, como si se tratara de un mando cualquiera del Ejército británico en la India. ¿Se habría cambiado en el coche después de pasar revista a las tropas que le rindieron honores en su previa visita a unos cuarteles, según informó a sus lectores años después precisamente el mismo juez militar que asumió el expediente? ¡Qué sentido de las vacaciones veraniegas!
Subsiste la interrogación sobre cuándo Franco pudo enterarse de los detalles de la apelación a Italia. Naturalmente se cuidó de borrar toda huella, pero en mayo de 1936 el Gobierno envió a Las Palmas como residenciado al general Orgaz, habida cuenta de su actividad conspiratorial. En la isla Orgaz siguió complotando y es improbable que no informara a Franco de los planes con la Italia fascista. Si, como es de esperar, fue así, la mentira que luego montó el Caudillo es auténticamente colosal. Arrarás y Bolín, entre otros, se plegaron. El asesino terminó mucho más tarde de gobernador civil de, al menos, dos provincias. Franco nunca dejó de premiarle su “lealtad”.
También se ha olvidado que el tema de los aviones había estado rondando por los cenáculos de los conspiradores desde que March aflojó la bolsa. Al embajador británico se le dijo ya hacia el mes de abril que no habría problemas en acercar a Madrid a los generales Goded y Franco. En junio, Gil Robles, ya incorporado a la última fase de la conspiración, reconoció que había intervenido en examinar la posibilidad de conseguir un avión en Francia, pero que no resultó posible. Las implicaciones se han limado cuidadosamente (Viñas et al, El primer asesinato de Franco, pp. 24-26). Cuando habló ante las Cortes en junio, estaba en el ajo. Algo que pocos de sus biógrafos resaltan. ¡Hay que salvar al precursor de la futura “democracia cristiana” española!
Finalmente, cuando se comparan los planes monárquicos en la primavera de 1936 sobre qué tipo de aviones podrían utilizarse y en dónde “aparcarlos” hasta que resultasen necesarios, me parece evidente que el tema llevaba tiempo rodando por la mente de los conspiradores y de los militares en el ajo. Solo los estúpidos podrían creer hoy las grotescas mentiras del marqués de las Marismas del Guadalquivir (después de Valdeiglesias) de que a Mola se le ocurrió pensar en la aviación cuando constató que el golpe, como tal, había fracasado.
(Continuará. Ver aquí capítulo anterior).
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Ángel Viñas es economista e historiador especializado en la Guerra Civil y el franquismo. Su última obra publicada es 'Oro, guerra, diplomacia. La República española en los tiempos de Stalin', Crítica, Barcelona, 2023.
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