Ataques en Magdeburgo: la cautela como arma Ruth Ferrero-Turrión
Viejas
La vida pasa para todos, pero no pasa para todos igual. Sabemos que no es lo mismo nacer en uno u otro lugar del mundo, ni siquiera en uno u otro distrito de cualquier ciudad. Tampoco es indiferente el entorno familiar, el acompañamiento de buenos amigos, o la época histórica en que nazcas, y no da igual tener esa pizca de suerte o intuición que te hace tomar una decisión, o que te aleja de un peligro que no está en tu mano controlar.
Sin embargo, de todas las circunstancias que no dan lo mismo para nada, la más clara y evidente es el sexo con el que nazcas. Desde el primer día de tu vida te vestirán con un color concreto, se te hablará, se te educará y jugarás con determinadas cosas que están indicadas para ti, tendrás amigos de tu mismo sexo preferentemente, y te prepararás para una vida claramente distinta de la que tendrías en el caso de haber nacido con otro sexo, diametralmente distinta e infinitamente peor si eres mujer y lo haces en países que nos esclavizan bajo el yugo de una religión o simplemente del machismo. Siempre distinta, y casi siempre peor.
Ser madura y no renunciar a tu propia vida, ya ven, es un insulto, y la respuesta de la sociedad un insulto y un castigo
Además, las diferencias nos acompañan en todas y cada una de nuestras etapas vitales, hasta el mismísimo día de nuestra muerte y desde luego en el proceso de madurez y envejecimiento. Ya conocemos cómo el paso de los años transforma a los hombres en seres atractivos y a nosotras en vejestorios que deben ser apartados. Ellos pueden, y lo hacen, ser presidentes, ministros, arquitectos o actores repitiendo una y otra vez el mismo papel de la seducción y el poder y casándose con mujeres más y más jóvenes. Sin embargo, nosotras a una edad indefinida pero temprana, somos viejas. Viejas para ser alcaldesas, para gobernar, para casarnos (y nunca desde luego con alguien más joven) viejas para actuar. ¿A quién va a interesarle un papel que refleje los problemas, los miedos, los trabajos, las penas de una mujer mayor de 50? Es más ¿a quién va a gustarle, hacerle gracia, conmover sus reflexiones o sentimientos? A nadie, deben pensar los mayoritariamente señores de la industria cinematográfica, total, somos solo la mitad de la población y nos han entrenado para desaparecer de la escena con un mutis silencioso y a dejar espacio para carne fresca cuando se diluyan los restos de esa belleza hipersexualizada que los cánones nos indican.
La vejez puede ser triste o plácida, y seguramente lo es las dos cosas a la vez. Es un proceso vital que señala el fin del camino y naturalmente nos preocupa, sin embargo, estar avejentadas, para una mujer es el final del viaje mucho antes de que este llegue. Es ese momento en que quienes inspiran la moda nos dicen que hay que cortarse el pelo, no llevar vaqueros y maquillarse con discreción. Ser madura y no renunciar a tu propia vida, ya ven, es un insulto, y la respuesta de la sociedad un insulto y un castigo.
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María José Landaburu Carracedo es Doctora en Derecho, experta en derecho laboral y autora del ensayo 'Derechos fundamentales, Estado social y trabajo autónomo'.
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