Ciudades de refugio, ciudades de futuro
Recientemente se ha debatido en el pleno municipal de Valladolid una moción en la que se instaba al equipo de gobierno actual a pronunciarse respecto a si finalmente cumplirán con el compromiso contraído por el Ayuntamiento de construir —con ayuda de fondos europeos— un Centro de Acogida de Protección Internacional en la ciudad. Lamentablemente, aunque el Partido Popular se ha comprometido a estudiar de nuevo el proyecto, la moción no fue aprobada.
Entre los que se posicionaron radicalmente en contra, cómo no, se encontraba VOX, cuyo portavoz defendió la posición de su partido con argumentos tan elaborados y sesudos como el siguiente: “La inmigración está desbocada. Deriva en inseguridad ciudadana. He trabajado en los Juzgados y es así. Un centro de refugiados puede acabar siendo de inmigrantes como ha pasado en Madrid. De acoger a ucranianos a senegaleses. Aquí, la construcción de un centro de refugiados no es una prioridad, sí la limpieza. El Ayuntamiento de Valladolid tiene otras prioridades como la limpieza y la seguridad”. Como si los procesos migratorios en circunstancias de conflicto, pobreza y catástrofes naturales se pudiesen regular de algún modo.
¿Se imaginan a alguien diciendo que el envejecimiento de la población está desbocado y que, por tanto, hay que cerrar todas las residencias de nuestro país? ¿No habría que responder de manera inversa? Es decir, ante circunstancias como las actuales, en las que fenómenos como la migración o el envejecimiento son cada vez más habituales, ¿no habría que invertir más en proyectos que los aborden y que, lejos de suponer un impacto negativo, aporten un enriquecimiento social, cultural y económico para el conjunto de nuestras sociedades?
Es curioso también que frente al desafío de acoger a personas que solicitan asilo en nuestras sociedades, este concejal haya declarado que su prioridad es la limpieza y la seguridad. ¿Está reconociendo que la ciudad que ahora gobiernan está sucia y es insegura? ¿Tiene algo que ver su acción de gobierno en esta situación? ¿O durante los últimos 6 meses en los que han participado del gobierno municipal no han sido capaces de implementar ningún tipo de solución eficaz? No olvidemos que Alberto Cuadrado, concejal de Salud Pública y Seguridad Ciudadana, fue el mismo que hizo campaña junto a una tabaquera repartiendo ceniceros en un espacio declarado “libre de humos”. Ver para creer.
Y si de creencias se trata, estoy convencido de que el protagonista de tan despreciables declaraciones —como miembro (o exmiembro) de la Hermandad del Santísimo Cristo de Jesús de Medinaceli— será de las personas que no duda en afirmar que nuestra sociedad sería mejor si regresara y defendiese con más entereza la raíz cristiana de nuestra cultura. Eso sí, obviando pasajes del Evangelio como el que representantes de COODECYL, con el ánimo de ablandar su corazón, destacaron durante su intervención en el pleno municipal. En ella señalaron que los valores cristianos son en esencia intrínsecos a la cooperación y la solidaridad internacional, pues atender a quien solicita refugio es como atender al prójimo al que se alude en fragmentos como el siguiente:
Es habitual que el miedo al diferente genere amenazas ficticias como las que tratan de azuzar quienes constantemente alertan de que vivimos una invasión migratoria
Sin embargo, este tipo de sujetos que dice regirse por principios morales cristianos cuando rechaza el aborto, no duda en renegar de ellos cuando hay que acoger a alguien que huye de su país de origen por una cuestión de supervivencia. Porque en el fondo lo que prevalece dentro de sí no es su convencimiento moral de que debemos tratarnos unos a otros como iguales, sino su desprecio por aquellos que considera “distintos” por el mero hecho de ser “senegaleses”.
Poco les importa asumir la base moral sobre la que se sustentan los Derechos Humanos y sistemáticamente se manifiestan de forma furibunda contra la solidaridad que nace del reconocimiento de que el “otro” también es un ser humano y, por tanto, una persona con unos mismos derechos. Ahora bien, no se trata de que los racistas sean insolidarios, lo que sucede es que tienen otros criterios de solidaridad. Es decir, son solidarios con quien ellos consideran que lo merece, huyendo, así, de cualquier criterio de universalidad. Esto, precisamente, es lo que revela este tipo de controversias y por lo que debemos permanecer atentos para disputar cuestiones aparentemente superadas.
A todo ello, se debe añadir que el actual alcalde Valladolid es quien tiene la última palabra para declinar la balanza hacia un lado u otro. Teniendo en cuenta su trayectoria política y las responsabilidades que ejerció en su anterior cargo en la Junta de Castilla y León, se puede afirmar que es una persona sensible y favorable al respeto de los compromisos internacionales de nuestro país en materia de derechos humanos. Fue el encargado de las políticas de cooperación en la Junta y, lejos de recortar esta partida, las aumentó. Algo que se puede calificar de heroico en el marco de un gobierno de coalición con Juan García Gallardo como vicepresidente. ¿Qué le frena a ser más claro en estas circunstancias?
Él mismo, durante el periodo electoral, declaró que su proyecto de ciudad pasaba por contribuir a que Valladolid fuese más solidaria y habitable tanto para los que ya viven en ella como para los que están por venir. Concretamente dijo lo siguiente: "nuestra candidatura tiene las características para hacer de Valladolid una ciudad más solidaria y sensible a los problemas de todas las personas: se encuentren aquí en Valladolid o en cualquier parte del mundo". ¿No es el momento de demostrarlo? Si así lo hace contará con elrespaldo de un amplio sector de la sociedad y del tejido asociativo.
Es habitual que el miedo al diferente genere amenazas ficticias como las que tratan de azuzar quienes constantemente alertan de que vivimos una invasión migratoria. Sin embargo, la solución no es dejarse dominar por el pánico, sino aprender a superarlo. Porque negar que se pueda construir un centro de acogida en una ciudad no va a impedir que lleguen a nuestra sociedad personas que huyen de guerras, conflictos y situaciones de pobreza que amenazan su supervivencia. La cuestión es cómo podemos y debemos atenderlas. Del mismo modo, empeñarse en negar el calentamiento global no va a salvarnos de sufrir las consecuencias del aumento de las temperaturas denuestro planeta. Lo que debería dominar la discusión pública es de qué manera vamos a afrontar este tipo de fenómenos.
En ese sentido, considero que lo primero que debemos hacer es ponernos de acuerdo en los desafíos que identificamos como más acuciantes. Nuestras sociedades envejecen porque ha aumentado la esperanza de vida, las personas solicitan asilo porque ven amenaza su supervivencia en su lugar de origen y la temperatura de la Tierra aumenta porque en las últimas décadas han crecido exponencialmente las emisiones de dióxido de carbono. Se pueden plantear soluciones diversas, ser más o menos ambiciosos en las respuestas que se aporten, pero una sociedad mínimamente ilustrada no puede polarizarse en torno a cuestiones que desde el punto de vista racional no son discutibles.
Reducir la política a un constante juego de posiciones “a favor” o “en contra” significa pensar que la realidad que nos circunda puede adecuarse a nuestros deseos y preferencias: el triunfo absoluto de la subjetividad. Con ello, no hacemos de este mundo un lugar mejor, sino que nos encaminamos de forma inexorable hacia un escenario dominado por la más absoluta arbitrariedad. Un escenario, sin duda, del que pueden surgir nuevos autoritarismos.
Dicho esto, ¿cuál puede ser la alternativa? Si tomamos en consideración los retos globales a los que nos enfrentamos, creo que nuestra calidad de vida futura pasa por hacer que las ciudades que habitamos sean un refugio, tanto en el sentido social como en el medioambiental. Desde esta perspectiva, pienso que debemos adecuar nuestras ciudades para que tengan los mecanismos y recursos suficientes que les permitan atender dignamente aaquellos que vienen de fuera; que garanticen la autonomía de nuestros mayores el máximo tiempo posible; y que favorezcan que el espacio urbano que habitamos sea un lugar seguro frente a golpes de calor, sequías y otro tipo de fenómenos derivados de la climatología. En definitiva, estoy convencido de que, si queremos disfrutar de una buena vida, nuestro futuro pasa por ser ciudades refugio y no estados policiales.
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Miguel Martín es licenciado en Filosofía por la Universidad de Valladolid, Doctor en Semiótica por la Universidad Complutense de Madrid e investigador de Diacronía.