Neofascismo y plutocracia digital

Miguel Souto Bayarri y Gaspar Llamazares

El 2025 va a ser un año difícil para los demócratas europeos de la era de la digitalización sin control y el cambio climático. En noviembre de 2024 Donald Trump derrotaba a la candidata demócrata Kamala Harris por 312 contra 226 votos del Colegio Electoral. Paralelamente, los grandes cambios que se han ido sucediendo en los últimos tiempos hacen que el mundo se halle más cerca del modelo americano que –digan lo que digan sus defensores– tiende a un modelo tecno-plutocrático, que del europeo con su Estado del bienestar y su democracia social. ¿Quién habría imaginado hace pocos años que los ciudadanos europeos considerarían a estas alturas que sus democracias estaban en peligro?

La peregrinación de los grandes potentados tecnológicos, que han desfilado en procesión estas semanas por Mar-a-Lago, constituye la expresión más indecente, pero no la única, del apoyo que prestan a la satrapía trumpista, a la que solo espolean las opciones más ultras de las derechas mundiales (Milei, Le Pen, Meloni, Orban, Ayuso).

La victoria de Trump y su alianza con el complejo tecnológico financiero es un desastre, no cabe la menor duda. No sólo porque está en el lado oscuro de la negación de la ciencia, el cambio climático y el descontrol digital. Expresiones como fascismo y dictadura empiezan a sonar con mucha frecuencia. Y partidos nazis con el apoyo explícito de los nuevos dirigentes americanos se presentan a las elecciones en Europa con posibilidades de éxito. Cada día que pasa destaca por la exhibición de poder de un aspirante a dictador, al que le está saliendo gratis la organización de un golpe de Estado televisado que afortunadamente se pudo impedir en su momento.

Hemos visto cómo se ha ido fraguando una gran alianza entre la extrema derecha mundial y las grandes empresas del capitalismo tecnológico y financiero, con Trump y Musk a la cabeza

Estos últimos años han sido una constante. Grandes novedades, derivadas muchas de ellas de la aceleración de la digitalización (y su consecuencia última, la inteligencia artificial, junto con la robotización y automatización), han venido una tras otra. Además, hemos visto cómo se ha ido fraguando una gran alianza entre la extrema derecha mundial y las grandes empresas del capitalismo tecnológico y financiero, con Trump y Musk a la cabeza. El progreso tecnológico está gobernado por una oligarquía que avanza imparable, controlando redes sociales y algoritmos y que promueve una digitalización que amenaza con escapar del control democrático, una oligarquía para la cual la democracia es un obstáculo, al igual que los sindicatos o los partidos.

Mientras tanto, se ponen de relieve las verdaderas intenciones de la ultraderecha neoliberal: socavar los pilares el Estado del bienestar, uno por uno, para beneficio de las iniciativas privadas. Cada día que pasa vemos con preocupación hasta qué punto se degradan los servicios públicos y se intenta reducir el Estado a una mínima expresión. Ante esto, las izquierdas deberían construir su alternativa tras un análisis serio de la naturaleza del populismo ultra, al que habría que considerar más allá de una simple ideología fascista, sino más bien como el ensamblaje de una estructura de poder que abarca desde intereses de clase (de los ricos que buscan librarse de los impuestos) de los grandes próceres de las finanzas y la tecnología, hasta jóvenes sin expectativas de futuro e, incluso, perdedores de la globalización.

En definitiva, la imagen que podría estar recibiendo el mundo de hoy es que la democracia es una realidad debilitada que cualquier candidato a dictador puede amenazar para mantenerse en el poder. Entre tanto, las derechas más ultras, abanderadas de un neoliberalismo posmoderno, son sabedoras de que el sistema no anda sobrado de medios para combatir lo anterior. El sistema político en Europa que –conviene recordar– sigue siendo el de un conjunto de 27 Estados con muchos intereses diferentes, cumple sobradamente con los estándares democráticos, pero, desde que vinieron la crisis financiera (2008) con el austericidio, y la pandemia (2020) con sus efectos devastadores, también sobre el sistema político; desde entonces, cuesta hacer frente a las secuelas de ambas crisis y recuperarse. 

Como resultado, estando Europa en el ámbito de influencia de EEUU, y siendo tecnológicamente dependiente, las posibilidades de contagio que pueden venir desde el otro lado del Atlántico son altas. Europa necesita caminar hacia una unión más perfecta, continuar marcando el paso en las regulaciones de protección de datos, IA, etcétera, y comprometer una inversión mayor en I+D+i (que debería alcanzar en España el 2,5% del PIB), nuevas tecnologías y energías renovables.

Pero lo cierto es que, aunque arrecia desde la sociedad un intenso debate acerca de qué hacer ante las graves circunstancias que agitan el panorama, no se ve una reacción colectiva por parte de las izquierdas para hacer frente a estas amenazas y, así, la influencia de los grandes magnates financieros y de la revolución tecnológica no para de crecer. Y no podemos olvidar que dos tercios de los ciudadanos del mundo viven ya bajo regímenes autoritarios.

Todo esto nos devuelve al debate sobre el espacio que dejamos a la revolución tecnológica; y nos hace preguntarnos si las fuerzas tan poderosas que tienen el control de esas tecnologías serán más peligrosas para las democracias de lo que pensamos.

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Miguel Souto Bayarri y Gaspar Llamazares son médicos.

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