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Tuvalu, paraíso perdido

Emilio Menéndez del Valle

Este artículo debería llevar como subtítulo algo así como: ¿Y de la COP28, qué ? Me refiero a la sesión anual número 28 de la Conferencia de Naciones Unidas sobre Cambio Climático, a celebrar a finales de noviembre en Dubai.

Permítanme, sin embargo, hablar antes de Tuvalu, país insular de Oceanía, a 4.000 kilómetros de Australia y compuesto por cuatro arrecifes de coral y cinco atolones. En el idioma local, tuvalu significa “los que están juntos”, en referencia a los enclaves terrestres en pleno Pacífico, que en conjunto suman 26 kilómetros cuadrados. Tuvalu es el cuarto país más pequeño del planeta, tras su vecina Nauru (21,3 km) y sus lejanos Mónaco (1,95 km) y Ciudad del Vaticano (0,44km). Habitado por 11.204 personas (Nauru alberga a 11.567), se eleva tan solo 4,6 metros sobre el nivel del mar. Belleza tropical, playas de aguas cristalinas, acogedoras palmeras, arenas limpias, pescado fresco y abundante… se halla en peligro de desaparecer a causa de la subida del nivel del océano y su acidificación provocadas por el calentamiento global. Los océanos están volviéndose ácidos a un ritmo mucho más rápido que en cualquier otra etapa de la historia geológica, lo que conlleva daño serio a la mayoría de los seres vivos que los pueblan, muchos de los cuales son sensibles a los cambios en la acidez en su hábitat acuático, lo que a su vez incide directamente en uno de los principales recursos alimentarios de los isleños. Un océano muy distinto del que surcara en el siglo XVI el navegante y explorador leonés Alvaro de Mendaña y Neira. Convencido de la veracidad de la leyenda quechua de que al oeste, en el profundo Pacífico, había oro en abundancia, se las apañó para conseguir del virreinato del Perú un par de naves, a cuyo mando inició una larga travesía que acabaría en las islas Salomón, no sin antes avistar el arrecife tuvaluano de Nui. Primer europeo en hacerlo, llegó a entablar contacto con los nativos e intentó infructuosamente desembarcar el 16 de enero de 1568 debido a las dificultades para hacerlo. En los dos siglos siguientes otros europeos conocieron las entonces límpidas aguas de Tuvalu, que en 1892 acabó siendo declarado protectorado de Su Majestad británica. 

El cambio climático supone una amenaza existencial para el planeta en general, pero mucho más aguda para algunas regiones determinadas. Con la excepción de algunos negacionistas desnortados, la mayoría de la opinión pública ha asumido ya la evidencia de la catástrofe a la que nos dirigimos. Temperaturas extremas en la tierra y en los mares, lluvias destructivas, incendios devastadores, sequías pertinaces…lo testimonian. Tuvalu (y otras islas vulnerables del Pacífico) se halla expuesta a esa catástrofe. Consciente de lo constatado por el onusiano Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, siglas en inglés), que asegura que unos 3400 millones de personas en todo el mundo son altamente vulnerables ante el calentamiento global, consciente de lo que se le avecina, actúa en consecuencia. 

El Gobierno tuvaluano denuncia incansablemente la ausencia de una eficaz acción internacional para combatir el cambio climático. Lo hizo en las COP 26 (Glasgow) y 27 (Egipto) y pretende hacerlo en la 28, a pesar de su escepticismo.  Escepticismo que manifiesta a través de lo que ha denominado “Proyecto Futuro Ahora”, con varios objetivos. De un lado y ante su, a  no mucho tardar, probable desaparición, construir un legado digitalizado de su cultura, historia, tradiciones y de lo que denomina soberanía geográfica. De otro, poner en práctica una suerte de diplomacia climática encaminada, sobre la base de que aún se estuviera a tiempo, a inspirar y alentar una genuina acción anti calentamiento global. Sin embargo, las autoridades tuvaluanas no las tienen todas consigo, de ahí que un propósito reciente de esa diplomacia vaya dirigido a negociar la migración ordenada de los arrecifes y atolones. En este sentido, Australia y Tuvalu acaban de firmar un acuerdo (11-11-2023) por el que Canberra acogerá 280 tuvaluanos anualmente “con acceso a los servicios que les proporcionarán moverse dignamente”. No hay por ahora más precisiones. Por mi parte comentar que si los australianos no aumentan la cuota, llevaría unos 40 años la relocalización de toda la población de Tuvalu. Interesante asimismo comentar otra oferta australiana de 2019 que otorgaría ciudadanía a los tuvaluanos a cambio de que le fueran cedidos los derechos de pesca. Oferta  rechazada por el entonces presidente de Tuvalu, Enele Sopoaga, quien declaró que la misma era producto de un “pensamiento imperial”.

Vuelvo al subtítulo que había inicialmente sugerido para este artículo: ¿Y de la COP28, qué? ¿Qué decir de las COP organizadas por Naciones Unidas como principales  foros universales para coordinar la lucha contra el calentamiento global? De entrada, que la mayoría de la opinión pública informada, analistas diversos y el propio secretario general de esas Naciones Unidas, se hallan frustrados, indignados y desengañados. No solamente no se  cumple la mayor parte de los compromisos adoptados COP tras COP, sino que además se falsean datos. Se miente. Alok Sharma, presidente de la COP26 (Glasgow, 2021), clausuró la cumbre anunciando que había comprometido al G7 a pasar durante la década de 2030 del carbón a un sistema energético descarbonizado. Hasta la fecha, sin confirmación por parte del G7. 

En abril de 2022, el Grupo Intergubernamental de Cambio Climático publicó la tercera entrega de su Sexto Informe. Reacción de António Guterres, secretario general: “Este Informe es una letanía de promesas incumplidas. Es un registro de la vergüenza que cataloga las promesas huecas que nos encaminan con paso firme hacia un mundo inhabitable. Vamos hacia el desastre climático por la vía rápida. Lo que digo no es ficción ni exageración. Es, según la ciencia, el resultado de nuestras políticas energéticas actuales. Vamos camino de un calentamiento global de más del doble del límite de 1,5 grados acordado en París. Algunos líderes gubernamentales y empresariales están diciendo una cosa y haciendo otra. Simple y llanamente: están mintiendo. Y los resultados van a ser catastróficos. Están asfixiando nuestro planeta, movidos por sus intereses creados y sus inversiones históricas en combustibles fósiles, cuando las soluciones renovables más baratas generan empleos verdes, seguridad energética y una mayor estabilidad de precios… A veces se tacha a los activistas del clima de radicales peligrosos. Pero los radicales que plantean un verdadero peligro son los países que están aumentando la producción de combustibles fósiles.” 

Las COP son un mal presagio. Constituyen además una hipóstasis, esto es, parecen reales, pero cada año resultan más abstractas e irreales. Claro que, por otro lado, se dan realidades que apabullan e indignan. Por ejemplo, que en la egipcia COP27 uno de los patrocinadores fuera Coca Cola, que resulta ser el contaminador de plásticos mundial número uno. No obstante y por desgracia existen hechos nada hipostáticos, protagonistas de la realidad. Por ejemplo, la realidad de la COP28 a celebrar en otro país, Dubai, irrespetuoso de los derechos humanos. Y extremadamente real es que Sultan al Jaber, presidente de la compañía estatal petrolera de los Emiratos Árabes Unidos, que tiene los mayores planes de expansión del mundo, ha sido designado presidente de esta COP. ¿Es hipostático que John Kerry, antiguo secretario de Estado de Obama y actual jefe medioambiental de la Administración Biden, haya dicho que el nombramiento de Al Jaber le parece estupendo? ¿Le parece adecuado a Kerry que se ponga al zorro al cuidado del gallinero? O como dicen los “radicales” activistas que siguen la cumbre de noviembre: “Designar a Al Jaber equivale a pedir a los traficantes de armas que dirijan las conversaciones de paz”. 

Real de verdad es que en cada COP António Guterres tenga que pronunciarse, desgraciadamente, de la misma manera. En los preparativos de la número 28, el pasado 20 de septiembre, habló de “las turbias promesas que realizan algunas compañías que se presentan como comprometidas contra el cambio climático. De forma vergonzosa, algunas incluso han tratado de bloquear la transición hacia un mundo libre de emisiones. Han empleado su dinero e influencia para retrasar, distraer y engañar”. 

Un siglo después de que Álvaro de Mendaña en su travesía hacia las Salomón avistara Tuvalu, el poeta y ensayista inglés John Milton (1608-1674) publicó El paraíso perdido (1667), de enorme repercusión en Europa, especialmente durante la Ilustración. Curiosamente, en Alemania, un sector ilustrado se opuso a que fuera traducido a causa de los  “numerosos elementos sobrenaturales y fantasiosos” que contenía. Casi tantos como las actuales COP, a juzgar de algunos. Como dice la científica canadiense Katharine Hayhoe, “hemos construido una civilización basada en un mundo que ya no existe”.¿Tendrá la comunidad internacional voluntad política para articular un sistema jurídico vinculante, con castigos ejemplares para los ecocidas, vía justicia climática? 

Laurence Tubiana, profesora del parisino Instituto de Estudios Políticos, titular de la cátedra de Desarrollo Sostenible y embajadora de Francia en la COP21, principal artífice del supuestamente trascendental Acuerdo de París de 2015, se manifestó así en la clausura de la COP27: “La presidencia egipcia ha producido un texto que claramente protege a los petro-Estados del gas y el petróleo y a las industrias de los combustibles fósiles. Esto no puede continuar en la COP28 en 2023”. ¿Acaso la presidencia de Sultan al Jaber dejará de protegerlos en noviembre próximo? José Mujica, entrañable ex presidente de Uruguay, dijo en octubre de 2021: “La humanidad está empeñada en organizar en cincuenta años un gigantesca sartén para freírse. No es un problema ecológico. Es impotencia política”. Una de las pancartas de los manifestantes ante la sede de la COP27 llanamente decía: “Cambio de sistema, no cambio climático”. En efecto, creo que para poner coto al calentamiento global hay que cambiar el sistema. ¿Será este deseo una hipóstasis?

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Emilio Menéndez del Valle es Embajador de España.

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