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Vacunación y mascarillas

Un hombre lleva mascarilla para protegerse del coronavirus en una calle de Madrid.

Marciano Sánchez Bayle

El gobierno de EEUU ha propuesto que las personas vacunadas dejen de utilizar mascarillas en los espacios públicos, y como suele ser habitual se ha abierto la polémica en nuestro país con el mismo tema. Yo creo que se trata de una mala idea, y ello por varios motivos:

Existe habitualmente una confusión sobre la inmunidad provocada por las vacunas anticovid que iguala a las personas vacunadas como inmunes al 100%, pero los datos facilitados por las empresas en los ensayos clínicos y lo que hasta ahora conocemos nos indican que no es así. Según las publicaciones realizadas, entre un 8 y un 30% de las personas vacunadas, dependiendo en parte del tipo de vacuna, no están protegidas frente a la enfermedad, y esto por supuesto no es una novedad, porque todos los medicamentos y todas las vacunas no tienen una eficacia que alcance a todas las personas que los reciben, que presentan respuestas individuales que básicamente tienen que ver con su propio sistema inmunológico, que no responde de la misma manera en todos los casos. Y lo mismo sucede con las personas que padecieron la enfermedad, entre las que se conoce que algunas presentaron una nueva infección y también que sus títulos de anticuerpos se volvieron indetectables en un porcentaje de casos pasados unos meses. No obstante existe también una inmunidad celular cuya capacidad de protección frente al virus todavía no es bien conocida. Tampoco sabemos con absoluta certeza si la enfermedad en los ya vacunados tiene la misma gravedad que en los que no lo están. En resumen, y para no aburrir con detalles técnicos, hay un grupo de personas que estando vacunadas pueden padecer la enfermedad.

Por otro lado, todas las vacunas presentan con el tiempo una bajada de los anticuerpos y por lo tanto de la protección, de ahí las revacunaciones periódicas con las vacunas hasta ahora habituales, y es conocido que Pfizer ha señalado que es probable que se precise de una tercera dosis en un año, y a la espera de que tengamos datos publicados al respecto, ello puede deberse a que han detectado una pérdida de la inmunidad con el tiempo, aunque también puede ser un intento de hacer más negocio (las farmacéuticas son tradicionalmente insaciables en su afán de beneficios).

Por lo tanto, igualar vacunados con totalmente protegidos es erróneo y puede ser peligroso, porque un grupo de ellos, por supuesto minoritario, y que es creciente con el paso del tiempo desde la vacunación, pueden padecer y contagiar la enfermedad.

La segunda cuestión tiene que ver con la tasa de personas vacunadas (a 15/5/21, en EEUU el 46,8% con una dosis y el 36,2% con vacunación completa), lo que indica que, a pesar de las buenas cifras en ese país, más del 50% de la población no ha recibido ni una sola dosis, lo que hace que las probabilidades de contagio entre la población sean aún muy elevadas y relajar las medidas de restricción es potencialmente peligroso.

Un último comentario tiene que ver con las dificultades que tiene controlar el uso de las mascarillas en el mundo real discriminando entre quienes están o no vacunados y que una medida de este tipo favorecerá un menor uso de la misma en espacios públicos, cuando todos podemos comprobar que ya ahora hay un porcentaje de población que no utiliza la mascarilla, o la lleva inapropiadamente (de corbata, en el codo, etc).

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Hace poco la OMS señaló las deficiencias que se habían tenido en el abordaje de la pandemia y cómo una actuación más decidida y menos permisiva de los países hubiera podido evitarla en gran medida. No tengamos tanta prisa. Lo importante es atajar al virus, y erradicarlo o hacerlo testimonial. Medidas apresuradas pueden llevarnos a nuevos recrudecimientos de la pandemia. Antes de prescindir de las mascarillas hay que reducir al mínimo la incidencia de la covid19. En España estamos muy lejos de conseguirlo.

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Marciano Sánchez Bayle es portavoz de la Federación de Asociaciones para la Defensa de la Sanidad Pública

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