COMUNICACIÓN POLÍTICA

¿Y si vamos a una repetición electoral? Pocos cambios en el resultado, más abstención y un gasto millonario

Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo durante la sesión Constitutiva de la XV Legislatura del Congreso de los Diputados.

España es mucho más plural de lo que pensábamos. En menos de dos meses, hemos cambiado de canción del verano en la opinión pública. Hemos pasado de la sintonía de Verano Azul al “país multicolor” de la abeja Maya. Esta es, sin duda, la gran lección que nos ha dejado el 23J: nuestro país es cada vez más diverso. Y eso no debería hacerlo ingobernable.

Los ecos de unas nuevas elecciones se repiten desde la noche electoral. Y aunque en los últimos años haya sido la tónica habitual, volver a las urnas no debería ser una opción porque lanzaría de nuevo un peligroso mensaje: los ciudadanos no votáis bien. Hoy el diálogo entre las distintas fuerzas que representan la diversidad de nuestro país es más necesario e imprescindible que nunca. Así lo hemos querido.

El jueves, en el tiempo de descuento, Francina Armengol se convertía en la presidenta del Congreso gracias a los votos de Junts. La conformación de la mesa de la Cámara Baja dejó patente que Feijóo no tiene los votos necesarios para ser investido y que la única mayoría factible es la que puede aglutinar el bloque progresista.

Si Pedro Sánchez consigue rebajar las líneas rojas que intentan imponer los independentistas, como la amnistía y el referéndum, la legislatura será complicada e inestable, pero, al menos, no tendremos que votar otra vez. Unas nuevas elecciones, las sextas generales en dos legislaturas, supondrían un fracaso por muchos motivos.

Para empezar porque se ha demostrado que las repeticiones electorales no provocan vuelcos en los resultados ni generan grandes movimientos entre bloques, ya que la volatilidad del voto no es tan elevada como para producir alteraciones significativas en la distribución de escaños. Solo hay que recordar los resultados de las repeticiones del año 2016 y 2019: los cambios fueron casi imperceptibles.

Lo que sí que consiguieron estas elecciones fue provocar un sentimiento de hartazgo entre la ciudadanía y generar un mayor número de abstencionistas, afectando a la representatividad de los resultados. La repetición de 2016 trajo, por ejemplo, la menor participación en la historia reciente en España. Solo votó un 66,48% del censo. En las de 2019, también bajó seis puntos: del 75,75% en las elecciones de abril al 69,88% en noviembre.

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Otro factor a tener en cuenta es el coste que conlleva organizar otra vez unos nuevos comicios. Que no es solo político, al paralizar la aprobación de nuevas leyes y presupuestos y dejar al país en stand-by, sino también económico para el erario. En torno a 150 millones de euros, según datos del Ministerio del Interior.

Una repetición electoral tampoco es la solución mágica a la gobernabilidad. En el panorama político actual la estabilidad, como se ha demostrado, solo se puede conseguir a través del acuerdo. Durante esta legislatura, el Gobierno de coalición ha aprobado más de 100 leyes con apoyos parlamentarios externos. Algo que es habitual en países de nuestro entorno como Alemania, Italia o Países Bajos, en los que los gobiernos que dependen de distintas fuerzas parlamentarias llevan años asentados.

El tiempo en el que el bipartidismo gobernaba sin esfuerzo con mayorías absolutas pasó a la historia hace una década. Ahora vivimos en un país más plural, con distintas formas de entender España que deberían ser un punto de encuentro y no un obstáculo que nos haga ingobernables. Porque la única solución al bloqueo político es el diálogo, no que la gente cambie su voto o que se vuelva a votar a ver si sale otra cosa. Ya lo dijo Bill Clinton: “Si no se llega a acuerdos, la política se convierte en pura retórica”. 

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