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Carmen y Juan, la maestra y el tipógrafo cuya historia no pudo enterrar para siempre el fascismo

Carmen Hombre y Juan Máximo.

El cuaderno de José Sánchez Barrios es fiel testigo de la represión franquista en Jerez. Ahí, entre cuentas y planos, el hombre anotó uno a uno los nombres de más de un centenar de personas asesinadas tras el golpe de Estado. Una larga lista fúnebre de la que afloran los nombres de Máximo Salazar y Carmen Hombre Ponzoa. Él junto al número 18. Ella junto al 19. A ambos les arrebataron la vida en el invierno posterior al alzamiento fascista. Y ahora, casi nueve décadas después, el Estado por fin recupera su memoria. El matrimonio forma parte de la veintena de personas, muchas de ellas anónimas, a los que el Gobierno tiene previsto homenajear en el acto institucional que se celebra anualmente en recuerdo a las víctimas de la Guerra Civil y la Dictadura.

Carmen nació el último día de 1898 en San Fernando (Cádiz). Pero pronto se trasladó con sus padres a Jerez de la Frontera. Criada en el seno de una familia protestante, la joven, que en la actualidad da nombre a una calle en el municipio gaditano, dedicó su vida a la enseñanza. Comenzó escolarizando a los pequeños de familias vulnerables en una escuela ubicada junto a la antigua Iglesia Evangélica El Salvador. Entre sus alumnos, María Luisa Cobo, quien años después se convertiría en una destacada activista anarquista y fundadora del Sindicato Emancipación Femenina. Una labor que desempeñó hasta la llegada de la II República. Fue entonces cuando, por fin, pudo presentarse a las oposiciones de Maestra Nacional sin tener que renegar de sus convicciones religiosas.

Obtuvo una de las notas más altas, pasando a formar parte del medio centenar de maestros con los que entonces contaba Jerez. Impartió clases en la Escuela de Niñas del Retiro. Y, poco a poco, las inquietudes políticas y sindicales se fueron sumando a las culturales. Se afilió a la Unión General de Trabajadores (UGT). Y se "implico de lleno en el ambiente social y político" jerezano de la mano de Juan Máximo Salazar, un tipógrafo que terminaría convirtiéndose en su marido. Algunos, incluso, la definían como una gran oradora. "Ambos eran muy visibles en los actos y mítines públicos. Por eso, fueron de los primeros en la carnicería en la que se convirtió la ciudad tras el golpe de Estado", cuenta en conversación con infoLibre Carmen Máximo, su nieta.

Juan, por aquel entonces, ya contaba con una dilatada trayectoria política y sindical. En 1919 era secretario de la Sociedad de Artes Gráficas de la UGT de Jerez de la Frontera y de la Agrupación Socialista. Sin embargo, tras una escisión en 1921, pasaría a formar parte del Partido Comunista. Su nombre aparece desde entonces a los pies de algunos artículos publicados en el semanario La Antorcha. "Para ganar a la causa del comunismo al proletario andaluz, en su mayoría agrícola, hay que hablarles, no solamente de las cuestiones tácticas y de principios, sino también de la 'gañania', del 'aperaor', del 'pan negro'; más claro: no hablarle solamente al cerebro, sino también al corazón", escribía poco antes de celebrarse el II Congreso del PCE desde El Puerto de Santamaría (Cádiz).

Se sabe que en Sevilla, y así lo ha recuperado el investigador histórico portuense Manuel Almisas, ocupó algún cargo directivo, formando parte, entre otros, de la Comisión Organizadora de las Juventudes Comunistas. Y también que el 18 de enero de 1927 fue detenido junto con otros camaradas en El Puerto de Santamaría y trasladado a la prisión municipal. En las primeras elecciones municipales de la II República, Juan fue elegido como concejal "independiente" del ayuntamiento del municipio gaditano dentro de la candidatura de la Conjunción Republicana Socialista. Y también fue apoderado de las elecciones generales de compromisarios para la elección del presidente de la República de abril de 1936. "Siempre con una defensa muy vehemente de la clase trabajadora", cuenta su nieta.

Carmen y Juan, que se conocieron en el verano de 1933, impulsaron con ahínco la Colonia Escolar Obrera Jerezana. De hecho, siempre se le consideró a él como su fundador –hasta se le llegó a entregar un pergamino en "reconocimiento a sus desvelos por la institución–. Dicho proyecto buscaba que los niños y niñas de clase trabajadora pudieran pasar unos días de verano en alguna playa de la costa gaditana comiendo en condiciones. Dicha experiencia se puso en marcha allá por 1920. Y se prolongó hasta 1935. "Una cuota de 10 céntimos semanales desde el 8 de mayo hasta el 17 de julio, y de 5 céntimos desde esta última fecha a julio del año próximo, llevará a los niños a disfrutar de los salutíferos aires de la playa", escribía Juan Máximo en un artículo publicado en El Tribuno.

Pero el 17 de julio de 1936, cuando se estaba ultimando una nueva expedición infantil, estalló el golpe de Estado. Un mes más tarde, y a propuesta del Comandante Militar, Carmen fue destituida como docente junto a otros seis compañeros. Y los golpistas se apropiaron de sus bienes, en concreto de un estanco, una panadería, una lechería y una imprenta. Pero aquello fue lo de menos. Juan, según el relato familiar que consta en la querella interpuesta hace unos años ante la justicia argentina, fue detenido y asesinado a finales de 1936. Y un mes más tarde, en enero de 1937, los fascistas apresaron, torturaron y mataron a Carmen –la misma suerte que correría su hermana–. Entonces, ella estaba embarazada de su segundo hijo. El primero, Juan, quedó huérfano con solo once meses.

Aquella historia, como tantas otras, permaneció enterrada durante décadas. "En la familia en la que se crió mi padre se prefirió guardar silencio", cuenta Máximo, que, como su abuela, también es profesora. Y añade: "Ese fue uno de los grandes triunfos fascistas: dejar a la gente muda". Hasta que un homenaje que hizo la UGT la rescató. "Fue como un shock para todos, algo que entró en nuestra vida de pronto", completa. Entonces, la nieta empezó a reconstruir la historia de una pareja que, según le contó un conserje de la Colonia Escolar Obrera, "dedicó su vida con una enorme pasión a la construcción de otro tipo de mundo mejor". "Era gente luchadora que se creía aquello por lo que luchaba", explica su nieta. A día de hoy, los restos de la maestra y el tipógrafo siguen desaparecidos.

Los otros anónimos de la memoria

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Unos meses antes, prácticamente en la otra punta de la geografía, era detenido por los golpistas Alexandre Bóveda. Hombre de confianza de Castelao, fue uno de los grandes intelectuales de la Galicia de la época. Fue, como secretario de organización, uno de los motores del Partido Galeguista. Y miembro de la comisión redactora del Estatuto de 1932. Tras su arresto, fue sometido a un consejo de guerra sumarísimo. Durante el juicio, asumió su destino. Y pidió ser enterrado bajo la bandera de Galicia, su "patria natural". "La amo fervorosamente, jamás la traicionaría, aunque me concediesen siglos de vida. La adoro más que a mi propia muerte", dijo al juez. El tribunal se negó a cumplir el último deseo del reo. El 17 de agosto de 1936, Bóveda fue asesinado en A Caeira. Dejó una viuda y cinco hijos. Cuando su cadáver iba a ser enterrado en el cementerio San Mauro, un amigo, Xosé Sesto, arriesgaría su vida y le escondió una pequeña bandera de Galicia en el pecho, bajo la chaqueta.

Él será otro de los homenajeados en el acto oficial del Gobierno, que se ha tenido que aplazar por la DANA. Una lista de la que forman parte una veintena de personas y que combina nombres ampliamente conocidos –Miguel Hernández, María Zambrano, Miguel de Molina o Blas Infante, el padre de la patria andaluza– con otros mucho más anónimos. Es el caso, por ejemplo, de Pino Sosa, eterna activista por la memoria canaria cuyo padre, José Sosa, fue asesinado tras el golpe de Estado y arrojado al pozo de Tenoya –sus restos fueron hallados ocho décadas después junto a los de otras 14 víctimas–. O el de Conchita Viera, que también ha podido dar al fin digna sepultura a su padre Amado, alcalde socialista de Valencia de Alcántara cuyos restos habían sido arrojados en la mina Terría.

Entre los homenajeados también se encuentra María Egea, que con solo cinco años embarcó como pasajera 2.388 en el Stanbrook, un carbonero inglés que se convirtió en el último barco en salir desde el puerto de Alicante con miles de republicanos a bordo. O la histórica miliciana Ángeles Flórez, alias Maricuela. La lista incluye, del mismo modo, el nombre de Basilio Blasco, uno de los españoles que perdieron la vida en el campo de concentración de Gusen. Y el de Joaquín Amigo, confidente de Federico García Lorca asesinado por un grupo de milicianos en zona republicana. O el de Francisco Javier Elola, primer fiscal general durante la Segunda República asesinado por los franquistas tras la caída de Barcelona.

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