Crisis del coronavirus
No solo es la falta de vacunas: la pobreza extrema y el VIH espolean contagios y variantes en África
El mundo mira a África tras la aparición de la variante ómicron del coronavirus. No con una mirada de solidaridad, empatía o justicia global: con miedo y con rechazo, señalando un origen de las mutaciones que aún no está claro y cerrando fronteras mientras se insiste en el nacionalismo vacunal. Expertos en Epidemiología, líderes de organismos sanitarios y gobernantes han señalado la evidente relación entre una población sin vacunar, como la del continente africano, y la aparición de nuevos linajes peligrosos.
Sin embargo, la realidad del sur es compleja: no solo basta con el egoísmo inmunitario para explicar la inequidad en el acceso a los productos anti-covid o los niveles de transmisión. Y no solo hablamos de pobreza absoluta, de Estados sin recursos, sino de niveles de desigualdad en la población que, como sabemos en España –a otro nivel–, están estrechamente relacionados con la salud pública.
Evidentemente, la falta de vacunas es una gran realidad y uno de los principales motivos del retraso de África en la lucha contra el covid. No solo por el bloqueo a la liberación de patentes, que en teoría facilitaría que países de ingresos medios puedan producir sueros a gran velocidad. También por el fracaso de la alternativa puesta sobre la mesa en abril de 2020 por los países ricos: el fondo Covax.
Su objetivo inicial era poner a disposición 2.000 millones de dosis de vacunas para finales de 2021. A mediados de noviembre solo se habían entregado 507 millones. España es el quinto donante, pero los compromisos del Norte global han demostrado ser insuficientes y las consecuencias pueden volver en contra en forma de variante.
No solo basta con donar vacunas: hay que donar bien las vacunas. El Centro de Control y Prevención de Enfermedades (CDC, siglas en inglés) de África publicó hace unos días un comunicado junto a la Unión Africana, la fundación Gavi (detrás de Covax) y la OMS, entre otros organismos, en el que denunció que la mayoría de las cesiones "se han realizado ad hoc, con poca antelación y con una vida útil corta. Esto ha hecho que sea extremadamente difícil para los países planificar campañas de vacunación y aumentar la capacidad de absorción".
"Para lograr mayores tasas de cobertura en todo el continente y para que las donaciones sean una fuente sostenible de suministro (...) esta tendencia debe cambiar", continúa el documento. "Los países necesitan un suministro predecible y confiable. Tener que planificar con poca antelación y garantizar la absorción de dosis con una vida útil corta aumenta exponencialmente la carga logística sobre los sistemas de salud, que ya están sobrecargados". Los países ricos solo donan cuando están seguros de que las vacunas no van a servir para sus planes, incluidos los de la tercera dosis, que se han lanzado a administrar sin que los expertos crean que es necesario en la población más joven.
En el momento de la publicación de este reportaje se debate en el seno de la Organización Mundial del Comercio (OMC) la propuesta de India y Sudáfrica de exención temporal de los derechos de propiedad intelectual de las vacunas anti-covid. El encuentro culmina este viernes 3 de diciembre y ya no hay más prórrogas: deberá concluir con un dictamen definitivo. La liberación de las patentes ha ganado muchos adeptos en todo el mundo desde la propuesta inicial, de octubre de 2020, pero la Unión Europea sigue como principal opositora. El club comunitario propuso el uso de las licencias obligatorias (que los Gobiernos fuercen a las farmacéuticas a llegar a acuerdos) que no fue bien vista ni por la mayoría de naciones ni, como cabía esperar, por las empresas.
Sin embargo, hay noticias esperanzadoras desde, precisamente, Sudáfrica, el foco de la crisis de la variante. La farmacéutica Aspen ha firmado un acuerdo con Janssen para crear una vacuna utilizando la tecnología de la segunda. Es decir, una licencia voluntaria. Se podrá distribuir a todo el continente. "Este acuerdo nos brinda una seguridad de suministro que no teníamos antes”, declaró Strive Masiyiwa, Enviado Especial de la Unión Africana para el covid-19, como recoge la prensa local.
Pero el ejemplo de Sudáfrica sirve perfectamente para explicar por qué las vacunas no bastan, aunque lleguen a tiempo. Hace falta una red sanitaria con conexión con el territorio. Hace falta, a no ser que el Gobierno obligue, a que la población quiera vacunarse. Y no ayuda que tu principal preocupación no sea una amenaza sanitaria etérea, sino poder comer.
El Gobierno sudafricano se está planteando que la vacunación sea obligatoria. El dilema permite inferir que cuentan con dosis suficientes para hacer la promesa realidad. Pero hay trabas importantes. En primer lugar, el miedo. No es negacionismo –muchas veces sostenido por el privilegio– lo que atraviesa a buena parte de la población del sur del continente, sino el temor a lo desconocido frente a una enfermedad cuya amenaza se infravalora. Pese a que la OMS calcula que solo uno de cada siete casos de covid se diagnostican en África, los datos de presión asistencial muestran que la pandemia no impacta tanto como en otros países del Norte Global, probablemente debido a la juventud de la población.
Así lo explicaba hace unos días en un periódico sudafricano David Harrison, asesor en vacunas del Gobierno del país. Hay desinformación, sí: la OMS alertó en octubre de la circulación de mentiras sobre efectos secundarios de la vacuna, en especial sobre una supuesta esterilización de los inmunizados. Pero no son convencidos antivacunas. "Sin filtrar, esas noticias se esparcirán rápidamente a través de aldeas físicas y digitales, llegando a los hogares de aquellos que no tienen un problema importante con las vacunas, pero que tienen un poco de miedo a lo desconocido; lo suficientemente asustados como para esperar “hasta mañana” antes de vacunarse. En sus mentes, y ante la ausencia de información tranquilizadora en sentido contrario, las malas noticias refuerzan el flujo de desinformación que bombardea sus teléfonos móviles".
Harrison también alertó de la pobreza como gran barrera. No de Sudáfrica como país, que puede pelear en el mercado global de vacunas: su PIB es mayor al de países considerados "primer mundo" como Finlandia, Dinamarca, Grecia o Portugal. Sino de las mayorías, por la tremenda desigualdad que atraviesa su sociedad, en la que unos pocos –generalmente, blancos– acaparan todo. "Si bien la vacuna en sí es gratuita, los niveles actuales de inseguridad alimentaria significan que para muchos, cuando gogo [abuela, en zulú] toma el minibús para vacunarse, su familia pasa mucho más hambre ese día". No hay centros de salud a minutos andando de casi cada hogar, como en España. "Un vale de comestibles podría inclinar la balanza a favor de la vacunación al compensar esa tarifa y otros costos de transacción".
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Estas personas, señala el asesor, tienen que lidiar en su día a día con otro gran problema de salud pública: el que representa el Virus de la Inmunodeficiencia Adquirida (VIH) y su enfermedad asociada, el sida. Lamentablemente, ambas enfermedades se entrelazan: los pacientes, inmunodeprimidos, tienen entre un 30% y un 50% más posibilidades de morir por covid, según explica una tribuna de Nature firmada por varios investigadores sudafricanos.
La falta de accesibilidad de los sistemas sanitarios provoca que 8 millones de personas con el VIH en sus cuerpos en el África subsahariana no tengan acceso a terapias retrovirales que, gracias al avance de la ciencia, alargan su esperanza de vida, limitan al máximo la transmisión y ayudan a acabar con la estigmatización que sufren. Y, desde una perspectiva global, varios investigadores consideran que la pandemia de sida puede desencadenar nuevas variantes, puesto que el SARS-CoV2 permanece durante meses en el organismo de los afectados por el VIH, dándole oportunidad a replicarse una y otra vez hasta dar con un conjunto de mutaciones beneficioso.
Sin embargo, aún es un misterio cómo surgió la variante ómicron, que ha llamado la atención de los especialistas por el alto número de mutaciones de la proteína encargada de engancharse a las células: hasta 32. Una teoría sostiene que el coronavirus pudo haber infectado a ratones, donde mutó sin control hasta volver a saltar a los humanos: un proceso conocido como zoonosis inversa. Pero aún es muy pronto para saberlo. La incertidumbre, incluso, aplica al origen de la variante: probablemente surgió en el sur del continente africano, por el número de casos detectados. Pero las mutaciones se encontraron primero en Países Bajos.