Quince años de desafección ciudadana hacia la política: cómo empezó todo y quién es el gran beneficiado
Cuando en la primavera de 2015 Pablo Iglesias y Albert Rivera se disputaban la hegemonía del cambio en el que se denominó el debate del Tío Cuco, España vivía la efervescencia de la nueva política, que había irrumpido ya en las urnas europeas un año antes, y estaba a punto de hacerlo en el Congreso de los Diputados. El éxito de Podemos y Ciudadanos fue la materialización política del cansancio social con la clase dirigente, manifestado en la calle en 2011 en el movimiento del 15M como prolegómeno de lo que vendría después.
La izquierda fue la primera en recibir el golpe con una abstención masiva en las elecciones generales de ese mismo año. La derecha tardaría poco más. Dio una efímera mayoría absoluta a Mariano Rajoy pero, sólo unos meses después de formar Gobierno, el apoyo al Ejecutivo caía en picado. En 2014, millones de electores defraudados por la oferta política bipartidista optaban ya por Podemos y Ciudadanos. Los cimientos del sistema empezaban a tambalearse.
Si acudimos a la fuente del CIS, descubriremos que en 2011 el paro y la economía eran las principales preocupaciones ciudadanas, aunque la clase política escalaba al tercer lugar con un 20% de menciones. Entre 2012 y 2015, el paro sigue ocupando el primer lugar, las referencias a la clase política se mantienen estables, pero a su lado crecen de manera exponencial las menciones a la corrupción y el fraude, que en conjunto suman el 50%, unas cifras nunca vistas. La traducción en votos podemos verla en el cuadro siguiente.
En 2013, la fidelidad de PP y PSOE caía a cifras en torno al 50%, unos índices de lealtad inusualmente bajos, con el 20% de sus votantes en la indefinición, el 15-20% en la abstención y el 5-10% declarando que votaría en blanco en caso de nuevas elecciones generales.
En aquellos días el instituto Logoslab expuso en una ponencia universitaria presentada en julio de 2013 las siguientes claves:
- La escala de clasificación izquierda-derecha se vuelve insuficiente. Estudios cualitativos mostraban a un electorado que percibía una democracia de alternancia, pero no de alternativa, en la que las diferencias ideológicas eran cada vez menores, pese al enfrentamiento permanente entre PSOE y PP. Las bases electorales de uno y otro pedían una “vuelta a los orígenes”.
- Un nuevo modelo de consumo e intercambio de información. En julio de 2013, el 68% de consumidores españoles tenía ya un smartphone. De receptor se pasaba a emisor, de espectador a actor. El ciudadano se convertía en prescriptor, autor y divulgador. Surgen nuevos líderes de opinión al margen del establishment. Se gana en universalidad, acceso a la información, pluralidad, democratización y rapidez. Se pierde en rigurosidad, la información se deja de contrastar, cada vez es más difícil llamar la atención de un electorado sobreestimulado y se prioriza la cantidad sobre la calidad. Importa más el cómo que el qué. El relato se impone a los hechos. Se estaban poniendo los cimientos de lo que ahora vivimos.
- La demanda es de una información cada vez más personalizada de acuerdo a intereses, creencias y estilo de vida. Esto, traducido a campañas electorales, supone la irrupción de la segmentación en la estrategia de comunicación de los partidos y de difusión de la información targetizada (como el mailing, la publicidad digital y las campañas de tierra, por citar algunas de las más representativas). La desconexión con la política obliga a los partidos a buscar canales y conexiones emocionales a través de espacios no directamente vinculados a la política.
- Saturación ética y estética de la confrontación permanente. El sectarismo, la falta de respeto hacia el diferente, la ausencia de escucha activa y participación se convierte en una bomba de relojería, especialmente en un votante definido a sí mismo como moderado o pragmático, que en la España de ese momento era de 10,2 millones de españoles (personas ubicadas en el 5 ideológico en la escala de 1 a 10).
- Cansancio generacional: mismas caras, mensajes y partidos. La reivindicación de nuevos espacios para hacer política y dinamizar la sociedad civil, y de nuevos liderazgos capaces de renovar discurso y propuestas, también en las formaciones históricas, es cada vez más intensa. La victoria de Pedro Sánchez contra el aparato de su propio partido no se entendería sin el contexto social en el que se produce.
- Demanda de una acción política de abajo a arriba. La percepción es que no se predica con el ejemplo, que la distancia entre representantes y representados es cada vez mayor. Ya en 2013 la escalada en la desafección es una clave fundamental de lo que está pasando.
Todo esto podemos verlo resumido en los cuadros siguientes. En el primero, vemos cómo la corrupción y la clase política emergen como problema; el segundo, la pésima valoración del gobierno y oposición; y en el tercero, cómo la culpabilización se reparte entre PSOE y PP. Nadie se salva.
Un análisis posterior al 15M mostraba cómo la radiografía del político en esos años estaba ya caricaturizada hacia un gestor (citamos literalmente) “ineficaz, sin visión de país, privilegiado, derrochador, que se rodea de un equipo en el que se premia la fidelidad a su persona y no la preparación, que no tiene en cuenta a los sectores sociales más débiles, poco realista, utópico o proclive a emitir vagas promesas. Y como colofón, poco confiable o manchado por la corrupción”. Con una tendencia entre los españoles cada vez mayor a generalizar, a meter a todos en el mismo saco. Esa mancha en la clase política fue entonces acicate para el surgimiento de movimientos sociales y nuevos partidos, y es en la actualidad caldo de cultivo para el avance de populismos y la extrema derecha. En un artículo anterior nos referíamos al daño que está haciendo el marco de “Estado fallido” y la renuncia al concepto de “pueblo” por parte de los dos grandes partidos, al dejarlo en manos de quienes juegan en los límites del sistema. Hay que preguntarse a quién beneficia que los índices de desafección actuales superen todos los registros históricos y las graves consecuencias que puede tener para nuestra convivencia y la salud de nuestra democracia.
Hoy, diez años después de aquellas elecciones europeas que auparon a Podemos y Ciudadanos, estamos peor que nunca. La desafección vinculada a la clase política (políticos en general, mal comportamiento de los políticos, lo que hacen los políticos, la falta de confianza en los políticos, la inestabilidad política, el gobierno y los partidos) ha aumentado (suma de tres principales problemas) del 22% de menciones al 64%, situándose además como 1º, 2º y 3º posición en el ranking del principal problema de nuestro país (primera respuesta).
Detrás de los políticos tenemos el difícil (para muchos imposible) acceso a la vivienda, que en 2015 apenas era citado por un 1,9% de españoles y que ahora se ha convertido en un auténtico frente de batalla para los españoles, con un 23% de menciones y subiendo, cifra que crece entre los jóvenes alcanzando valores cercanos al 30%.
La brecha generacional se está agudizando y es uno de los principales motores del descontento ciudadano. El reciente estudio del CIS del mes de octubre sobre Ideología y Polarización, con 4.000 entrevistas, señalaba que un 26% de españoles se mostraba dispuesto a vivir en un país “poco democrático” si con eso se le garantizaba un mejor nivel de vida, pero es que entre los más jóvenes subía hasta un 38%. Las actitudes en este segmento están en claro retroceso en temas como la identidad sexual, el feminismo o la igualdad.
El otro tema de preocupación que completa la terna de asuntos que más están removiendo las posiciones de los españoles es la inmigración. Como ocurre con la vivienda, en 2015 era una cuestión de bajo impacto, con apenas un 2% de alusiones mientas hoy se ha convertido en un asunto capital llegando en septiembre al 34% (principal problema en primera respuesta). Es un tema de debate ciudadano, especialmente sensible en territorios como Canarias, donde la crisis migratoria se está manifestando con especial virulencia, y que ya ha provocado la ruptura de los gobiernos autonómicos de PP y Vox, y se ha colado en la agenda de la Unión Europea. Apunta a ser uno de los asuntos controvertidos en los próximos años.
En el otro lado de la balanza, la corrupción, que en 2015 estaba en el 51%, pasó a ser residual en 2020 y desde entonces se ha mantenido a la baja pese a los frentes judiciales que se le han abierto al gobierno; los problemas económicos (problemas de índole económica, subida de los carburantes, los bancos, las subidas de impuestos, las hipotecas y las subidas de tarifas energéticas) que llegó a estar en el 59% en 2022, están hoy en los números más bajos, en torno al 20-22%. Y los problemas relacionados con el paro y la calidad del empleo, que eran la principal causa de insatisfacción en 2015 con el 84% de menciones, están en la actualidad contenidos en el 37%. Podemos verlo en el cuadro siguiente.
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La foto del CIS de noviembre nos muestra a Gobierno y oposición con un grado de respuesta que nos recuerda a los números de 2013, a un PP en sus números más bajos desde que Feijóo sustituyó a Casado, con el líder gallego en un 5,7 de valoración entre sus propios votantes, cuando llegó a estar en el 7,3. Nos enseña también a un Partido Socialista que envía a la abstención, el voto en blanco y partidos minoritarios, a cerca de un millón de electores. En el lado izquierdo, Sumar y Podemos siguen sin resolver sus problemas (en la actualidad obtendrían 12 o 13 escaños frente a los 31 que lograron yendo juntos), y en el derecho, Vox saca provecho de todo lo anterior y se sitúa, con 44 escaños, como la llave de gobierno. Hoy lograría 11 diputados más que en las pasadas elecciones generales, cifra que podría aumentar según se incorporen nuevos electores al censo electoral, dado que Abascal triplica a Feijóo en preferencia como presidente en el segmento más joven.
La participación sería hoy del 65%, quedándose a 11 de la que se registró en abril de 2019, otro síntoma más de que las cosas no van bien. Este es el panorama actual.
Rafael Ruiz es consultor y analista de datos en asuntos públicos en Logoslab.