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La tremenda PIDE en la vida de Miguel Torga

Miembros de las Fuerzas Armadas requisan el arma a un  agente de la PIDE el 26 de abril en Lisboa

Clara Rocha

Entre los recuerdos más exultantes de los meses posteriores a la Revolución de los Claveles están las elecciones del 25 de abril de 1975. En aquellas primeras elecciones libres, la mayoría de los portugueses fue claramente consciente de que la mejor arma contra la amenaza de una nueva dictadura era acudir en masa a las urnas y reforzar con el voto la conquista de la libertad. Miguel Torga registró la fecha en una entrada del volumen XII de su Diário, en la que se siente conmovido por la convicción y la dignidad de la multitud. Aquel primer año de democracia nos había provocado las más contrapuestas emociones: alegrías, expectativas, inquietudes, desengaños. “Solitario y solidario” (por citar la célebre fórmula de Camus), Torga había luchado toda la vida por valores tan esenciales como la libertad y la dignidad, y se había servido de la literatura como instrumento activo del compromiso cívico al que siempre fue fiel. Su obra fue un lugar de permanente responsabilización, y por ella había sufrido en su propia piel la persecución del fascismo: libros prohibidos, prisión en el Aljube, salidas del país impedidas… Por todo ello, movido por un “imperativo moral”, presidió como independiente el primer congreso del Partido Socialista, en Coímbra, el 1 de junio de 1974, y después dio discursos en otros mítines e intervino públicamente en varios momentos clave del post-25 de abril. Como diría mucho más tarde en una entrevista en 1988 para el periódico Libération: J’ai toujours voulu rester un homme indépendant. Sentimentalement je suis socialiste, mais, au fond, je reste un anarchiste. Un rebelle [“Siempre he querido ser un hombre independiente. Sentimentalmente soy socialista pero, en el fondo, soy un anarquista. Un rebelde”].

Pero también hubo amarguras en aquellos días de euforia colectiva. En otra entrada del Diário recoge Miguel Torga un episodio que le causó una profunda impresión, por motivos que examina en un registro más íntimo, tanto personal como literario. En febrero de 1975, y gracias a las diligencias de un amigo de Lisboa, el autor de Novos Contos da Montanha recibió una copia de su dossier de la PIDE, y allí pudo leer el conjunto de documentos que la policía política del Estado Novo había ido reuniendo sobre él a lo largo de varias décadas. Hoy preservado en el archivo de la Torre do Tombo, el dossier es un proceso de minuciosa invasión en la vida del médico, escritor y opositor al régimen de Salazar. Torga ve allí los “pasos que he dado durante cuarenta años perseguidos hora a hora”, cartas particulares escritas y recibidas, denuncias de “gente insospechada”, sus réditos económicos, “todo mi pasado reunido, escudriñado, revuelto”. “Mi vida era la propia imagen de la desolación”, añade, “parecía el relato de una autopsia”, un “despojo arqueológico”, como si hubiese pasado por ella “el soplo de la nada”. La historia de este “registro laborioso y tenaz” empieza a finales de los años 30. En 1939, Miguel Torga publicó O Quarto Dia de A Criação do Mundo, una novela autobiográfica en cinco volúmenes (entre 1937 y 1981), dividida en días a semejanza de la cosmogonía del Génesis (disponible en español en un solo volumen de Alfaguara desde 2006, en traducción de Eloísa Álvarez, La creación del mundo). Desde 1936, Torga había vivido intensamente la Guerra Civil española: en aquella lucha fratricida se jugaban todos los ideales revolucionarios de su generación y de las generaciones más jóvenes. Pero entre diciembre de 1937 y enero de 1938, hizo un viaje en automóvil por Europa, cruzando el desolador escenario de una España devastada por el avance de las tropas franquistas. El relato de aquella travesía, que ocupa la primera parte del Quarto Dia, es un violento libelo contra el triunfo del franquismo y la expresión de la amargura y el luto por la enorme herida abierta en la tierra y en las gentes de Iberia.

El libro fue inmediatamente incautado por orden del hermano de Franco, Nicolás Franco, en aquel momento embajador de los franquistas en Lisboa. Detuvieron a Miguel Torga en Leiria y fue trasladado a la cárcel del Aljube, en Lisboa, donde estuvo preso hasta febrero de 1940. Allí escribió uno de sus más conocidos poemas de resistencia, Ariane, y algunos de los cuentos reunidos en Bichos (1940). A partir de entonces, la policía política tuvo a Torga (uno de los pocos escritores portugueses presos por “delito de opinión”) vigilado durante más de tres décadas. En Coímbra, frente a su consultorio médico en el número 45 del Largo da Portagem, un agente de la PIDE observaba diariamente las entradas y salidas, porque en aquella consulta, con sus grandes ventanas sobre el río Mondego, era habitual que se reunieran amigos, intelectuales y estudiantes universitarios. Mi madre había bautizado al informador con el apodo “fiambre Isidoro”, porque el hombre era rosado como el jamón de York y la marca Isidoro era popular por entonces. Pero no todos los delatores eran tan visibles como aquel policía apoyado en la puerta del Banco de Portugal, al otro lado de la plaza.

Otros libros también fueron requisados, entre ellos, Montanha (1941) y el volumen VIII del Diário (1959). Del primero salieron dos ediciones en Brasil, en 1955 y 1962, con el título Contos da Montanha, que circularon clandestinamente en Portugal hasta que Torga consiguió reeditar en Coímbra el que sería uno de sus más reconocidos volúmenes de cuentos. El 20 de febrero de 1960 se retiró de varias librerías el Diário VIII, pero la orden se levantó cinco días después, a pesar de que la censura hubiera prohibido cualquier referencia a la obra en la prensa. El motivo era sencillo: a finales de 1959, un profesor de la Universidad de Montpellier, Jean-Baptiste Aquarone, había propuesto a Miguel Torga para el Premio Nobel con el apoyo de escritores, médicos, profesores y periodistas portugueses y extranjeros. Como se desprende de algunos informes confidenciales, para el régimen salazarista resultaba embarazoso prohibir una obra de un candidato al Nobel.

En el proceso de Torga en la PIDE constan documentos de diferentes tipos: informaciones sobre encargos de libros, por ejemplo, un volumen de poesía de Paul Éluard, correspondencia pasiva y activa, listas de apoyo a la candidatura del Nobel, registros de movimientos dentro y fuera del país, informes de lectura, etc. Reproduje algunos de estos documentos en la Fotobiografia de Miguel Torga (1ª ed. 2000): una petición de diversos intelectuales que protestan por la prohibición del volumen VIII del Diário, un oficio de la Delegación de la PIDE en Angola, fechado el 1 de marzo de 1960, donde se transcribe parte de la noticia dada en Rádio Brazaville a propósito de la retirada del diario, una información sobre la comisión en auxilio a Mário Soares, deportado en 1968 a São Tomé, un apunte sobre el Premio Nacional de Literatura, que Miguel Torga rechazó por ser un premio oficial otorgado por el régimen, el manifiesto Dos Escritores ao País, presentado durante las elecciones de 1969, después de la sustitución de Salazar, y el relato del viaje a Angola y Mozambique que Torga realizó en 1973. Renato Nunes estudió con detalle los procesos de Torga desde la prisión del Aljube en Miguel Torga e a PIDE (A Repressão e os Escritores no Estado Novo), donde documenta la obsesión por los varios aspectos de la vida del escritor, “las violaciones sistemáticas de la correspondencia, el registro de sus viajes, los encuentros con amigos, hasta los rendimientos de su actividad como médico”.

En el archivo Ephemera del historiador José Pacheco Pereira también aparecen algunos documentos de la Censura sobre Torga. Vale la pena citar dos informes exhibidos en la exposición Proibido por Inconveniente en abril de 2022, en el antiguo edificio del Diário de Notícias en Lisboa. Son apuntes sobre libros, verdaderas joyas de “crítica literaria” redactadas por funcionarios sin ningún tipo de formación (recuérdese que muchos de los agentes reclutados por la PIDE, sobre todo a principios del Estado Novo, eran de condición humilde).

El primero, fechado el 26 de marzo de 1951, se refiere a los Novos Contos da Montanha: “Hay en este libro historias sencillas de la vida de la gente de pueblo. Bonitas descripciones campesinas con una excelente narración que encanta y nos invita a leerlo todo de cabo a rabo. Hay escenas de amor y de relaciones carnales, pero están descritas con tanta perfección que le eliminan la intención pornográfica, que, además, se puede afirmar, hace este libro susceptible de ser leído por todo el mundo, incluso por señoras. Por lo que no veo inconveniente en que se divulgue, y se puede autorizar.”

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El segundo, del 28 de octubre de 1953, trata del primer y segundo volúmenes de A Criação do Mundo, y ahí un censor menos ingenuo dice que la obra contiene “expresiones y descripciones poco decentes y, en algunas partes, indecentes”, revela “animosidad hacia las Forças Armadas” y “poco amor Patrio”, y “no debe ser consentida en asociaciones obreras, por razones obvias”.

Cuando Miguel Torga recibió su dosier de la PIDE, lo que le sorprendió no fue solamente la invasión en su vida hasta lo más íntimo, sino el enfrentamiento a un relato de vida paralelo, la meticulosa biografía “descarnada de toda substancia anímica” que registra la entrada del Diário, y que era la “misma imagen de la desolación”. Una imagen tanto más perturbadora cuanto que dos de sus mayores obras, el Diário y A Criação do Mundo, son textos autobiográficos en los que un yo intenta conocerse y se interroga sobre la indecible interioridad donde se sitúa la verdadera biografía. En el laborioso recuento de los días y los años, el Diário de Torga es un retrato de sí mismo y del mundo: testimonio de un tiempo y de un espacio, descripción del paisaje físico y humano, búsqueda de una identidad colectiva, relato de viajes, apuntes y comentarios de lecturas, meditaciones sobre el ejercicio de la medicina, justificación de la literatura (“escribir es un acto ontológico”), definición de una poética, deseo de dejar una marca en el mundo y de vencer a la muerte, interrogación metafísica, intervención social y de protesta.

La “íntima búsqueda, sin conclusión posible” es inagotable, nos dice el diarista, porque también la diversidad de la vida lo es, y porque la autognosis es un desafío siempre abierto. En la línea de los Essais de Montaigne, el monumental Diário de Torga fija el retrato de un ser repartido en el tiempo, conflictivo y destrozado, “nudo ciego de contradicciones”, paradójicamente, presencia plena y virtualidad, encierro y exploración en curso, sedimentación y latencia: “Muero sin saber nada de mí”, escribe a finales de 1984. Y la irrepetible singularidad de un yo —tan difícil de aferrar que Montaigne compara el ejercicio de autoanálisis a la imagen del agua que se escurre entre los dedos (“Et si, de fortune, vous fixez votre pensée à vouloir prendre son être, ce sera ne plus ne moins que qui voudrait empoigner de l’eau”)— se reducía en el dosier de Miguel Torga en la PIDE a un montón de papeles, burocráticos e implacables, que vaciaban todos sus actos como si “hubiese pasado por ellos el soplo de la nada”.

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