España es diferente en verano: el inquietante romance de nuestra comedia con las vacaciones
Estuve aquí y me acordé de nosotros es uno de los mejores ensayos publicados en español durante 2024. Su autora, Anna Pacheco, describe en él varias vivencias personales que se apaña para proyectar hacia una compleja panorámica del fenómeno turístico, en tanto sus particularidades materiales, económicas y culturales. Dentro de este último apartado, la autora rememora una serie que veía de niña y que TVE emitió entre 2000 y 2003, titulada Paraíso. Durante cuatro temporadas, esta ficción se ocupó de los huéspedes y anfitriones de un resort de República Dominicana llamado Bahía Príncipe, diseñado para canalizar las aspiraciones de la clase media española de principios de siglo. Según Pacheco, Paraíso venía a actualizar “la propaganda desarrollista a través de la cual el franquismo había establecido el turismo como una fuente limpia de riqueza”.
Esto sucedió entre los 50 y los 60, cuando la dictadura se abrió al mundo. Manuel Fraga hablaba entonces de un “Plan Marshall turístico”, conducido a través de una etapa política plena en “subvenciones a la industria cinematográfica” que llevó a las “representaciones audiovisuales de la España del veraneo y el despiporre, las turistas suecas y los bikinis”. Actores como Paco Martínez Soria, José Luis López Vázquez o Alfredo Landa guiaron entonces una comedia de gran atractivo comercial que, mientras legitimaba la dependencia económica al turismo —El turismo es un gran invento, se titulaba una comedia muy exitosa con Soria y Vázquez—, perfilaba un icono de gran alcance: el macho ibérico. El resultado de una auto-exotización planificada —la maquinaria de Fraga proclamando que Spain is different— que viviría mucho más que el régimen.
El macho ibérico, o españolito cuñado, ha cambiado mucho desde entonces, pero sigue queriendo irse de vacaciones
El macho ibérico, o españolito cuñado, ha cambiado mucho desde entonces, pero sigue queriendo irse de vacaciones. Su deseo de evadir el trabajo y abrazar experiencias paradisíacas mientras mantiene la tensión con “la parienta” marca, sin ir más lejos, esa Odio el verano que está de estreno, sobre tres parejas que deben convivir en un mismo retiro vacacional. Tal solidez ha alcanzado el tropo, tan asumida se tiene esta idea de lo español, que la hemos naturalizado ya dejado atrás el franquismo desarrollista, porque así es como España —o eso dice su aparato audiovisual— se entiende a sí misma. Un entendimiento mediado por instancias extranjeras, así que es lógico que al rastrear el punto de ebullición de la comedia española actual —esa que identificamos con una serie de carteles, tipografías y nombres comunes— lidiemos con imaginarios internacionales.
La actual comedia española, que con tanta puntualidad arrasa en taquilla y a la que le gusta tanto el verano, bien pudo nacer con la “españolización” del film francés Bienvenidos al norte a través de Ocho apellidos vascos. Luego Perfectos desconocidos de Álex de la Iglesia y Sin rodeos de Santiago Segura arrasaron siendo remakes de una película italiana y chilena, respectivamente, tal como pasó con El mejor verano de mi vida en 2018 con respecto a Sole a catinelle. Pero aquí ocurrió algo. El mejor verano de mi vida no solo era un remake, sino también un film que colocaba en un inofensivo producto familiar a ese macho ibérico que, tras la oportuna maniobra irónica, habíamos asociado para siempre con Torrente y ahora tenía el rostro del humorista Leo Harlem.
Es probable que, si El mejor verano de mi vida no hubiera sido la película española más taquillera de 2018 después de Campeones, jamás hubiéramos tenido Padre no hay más que uno (otro remake, este de una película mexicana). Santiago Segura tomó buena nota de lo que había hecho Harlem y le eligió como escudero en su cruzada por conquistar la taquilla patria, algo que no han dejado de hacer desde 2019. Cabe decir, sin embargo, que las películas de Padre no hay más que uno tienen una relación ambivalente con el verano. La última entrega estrenada, Campanas de boda, solo ambienta en un rincón costero sus últimos minutos, mientras que Padre no hay más que uno 3 se estrenó en julio de 2022 desconcertando a todo el mundo por ser una apuesta navideña.
Segura y Harlem han tenido que reencontrarse con el verano fuera de su saga más exitosa. El año pasado se estrenaron, con escasos meses de diferencia, Vaya vacaciones y Vacaciones de verano. Era posible que alguna familia entrara a una pensando que iba a ver otra, pero el argumento se antojaba bastante distinto: mientras que Vaya vacaciones se ocupaba de una pareja de jubilados (Tito Valverde y Gracia Olayo) teniendo que cuidar a regañadientes a sus nietos, Vacaciones de verano era una obvia expansión del fenómeno Padre… como lo es el díptico A todo tren. Volvíamos a encontrarnos a Harlem y Segura teniendo que lidiar con deberes familiares, solo que con un matiz importante. La cuestión de clase, de pronto, era lo que determinaba el argumento.
Segura y Harlem, sendos divorciados con estrecheces económicas, se veían obligados a colar a sus críos en el hotel de lujo donde estaban trabajando, y donde ni de broma podrían pasar legalmente sus vacaciones. De pronto al españolito le preocupaba algo más que el disfrute lúbrico o las discusiones maritales. Porque el españolito no tenía el dinero suficiente para darle a sus hijos unas vacaciones socialmente convencionales, y eso era si cabe más doloroso por estar él mismo obligado a trabajar para las vacaciones de otras personas más privilegiadas que él. Un conflicto angustioso que Pacheco aborda igualmente en Estuve aquí y me acordé de nosotros, citando otra película que además se estrenó en pleno éxtasis desarrollista, hacia 1967.
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La piel quemada, según Pacheco, “desmonta la postal turística”. Josep Maria Forn narraba aquí veinticuatro horas a caballo de Lloret de Mar en Girona, donde un albañil esperaba la llegada de su familia, y Guadix en Granada, de donde partía esta misma familia en busca de un futuro mejor. La piel quemada describía entonces la trastienda del boom turístico y alertaba contra la auténtica precariedad que encubría. Un esfuerzo rompedor que tendría continuidad diez años después, con Franco muerto y España sumida en una Transición llena de promesas. De democracia, pero también de un enriquecimiento continuista en el marco de la globalización.
Juan Antonio Bardem dirigió El puente en 1977 con el propósito de destruir el landismo —otra de las consecuencias del Spain is different— desde dentro: esto es, contratando a Alfredo Landa para el papel principal. Este españolito decidía marcharse a Torremolinos en su moto con el deseo de relajarse en la playa y, sobre todo, ligar con extranjeras. Pero no lo conseguía: en su camino se topaba con tantas contradicciones y penurias sociales propias de la época que no le quedaba otra que cambiar de forma de pensar, y plantearse a exactamente qué intereses estaba sirviendo con su actitud. Al volver al taller donde trabajaba —y donde antes había rehusado acudir a una asamblea con sus compañeros trabajadores para aprovechar los días libres—, decidía afiliarse al sindicato.
La sencilla escena final de El puente hallaba a Landa rodeado de sus camaradas obreros, compartiendo inquietudes y aspiraciones. Y no es algo que haya quedado totalmente en el olvido, pues al fin y al cabo El mejor verano de mi vida —por muy nocivos que hayan sido sus discípulos— también combinó décadas después la angustia de no poder irse de vacaciones con la lucha sindical, encabezada por Toni Acosta antes de limitarse a darle réplica a Segura en las películas de Padre no hay más que uno. Es una escena, vaya, a la que volver una y otra vez, aunque tampoco es que naciera totalmente aislada dentro de la tradición de nuestro cine: en 2016, entre los documentos de un famoso cómico español, fue hallado un carné de la CNT fechado en los años 30. Ese cómico español se llamaba Paco Martínez Soria.