Entre la razón y la emoción: el papel de los sentimientos en la reflexión política
El enfrentamiento entre razón y pasión ha sido fruto del debate filosófico desde el ágora, y todavía se mantiene a día de hoy en ámbitos como la política. En ocasiones se habla de una diferencia entre una política de la razón, dominada por el pensamiento, y una política de las emociones. Que el pensamiento racional toma partido en la política parece no ponerse en duda, pero ¿qué papel juegan los sentimientos en la discusión política? ¿Afectan a cómo se lleva a cabo el debate en el espacio público?
La relación entre la política y las emociones no es nueva, y así lo expone Clara Ramas San Miguel, profesora de filosofía en la Universidad Complutense de Madrid y ponente del próximo Festival de las Ideas: “El intercambio de ideas o el debate público está siempre atravesado por afectos, nunca se ha dado una política completamente neutral, racional y liberada de pasiones. Explica a infoLibre cómo existe una “imagen más tradicional de la política” que considera que esta debe tratarse de “un intercambio racional al margen de los sentimientos”, pero defiende que esa es una “mirada demasiado abstracta”.
La instrumentalización política
Hay quien piensa que el poder y las emociones siempre han ido de la mano. Diego Garrocho, filósofo y jefe de opinión de ABC, está seguro de que los sentimientos pueden ser utilizados como herramientas políticas. “La emotividad es un elemento esencial a la hora de determinar nuestro juicio y nuestra conducta”, asegura, al mismo tiempo que “las pasiones son uno de los mecanismos de control e influencia más básicos que existen”.
Por su parte, Laura Martínez Alarcón, de Filosofía & Co, coincide en que “el poder ha utilizado el manejo de nuestros sentimientos para establecer su discurso”. Lo ejemplifica mediante las figuras de “Trump, Bolsonaro y Meloni”, aunque “no solo la ultraderecha sirve de muestra”. En esta línea, la socióloga francoisraelí Eva Illouz en su obra La vida emocional del populismo, escribe sobre el uso partidista de los sentimientos y de cómo su instrumentalización política puede aplicarse al contexto del Gobierno de Israel, pero también a muchos otros.
Reivindicación de las emociones
Las emociones, algo que todos experimentamos a diario, no siempre son bien recibidas. En ciertos contextos, su expresión puede ser vista de forma negativa. Aquellos que manifiestan sus sentimientos con mayor intensidad suelen ser percibidos como personas menos reflexivas. Sin embargo, la pasión no excluye al pensamiento, y la razón no necesariamente se opone a las emociones. De hecho, para Martínez Alarcón es importante resaltar el papel fundamental que ocupan en nuestro comportamiento: “Son las que nos llevan a la acción (o a la parálisis), las que nos motivan (o nos desmoralizan) y las que nos definen (para bien o para mal)”.
La razón y el sentimiento pueden unirse cuando hablamos de política, y Diego Garrocho, que también participará en el Festival de las Ideas, pone un ejemplo: “Cuando nos indignamos ante una situación que consideramos injusta, estamos elaborando un juicio moral complejo que requiere altas dosis de racionalidad (...) Gran parte de nuestra emocionalidad política está atravesada por operaciones racionales complejas”.
La política requiere de pensamiento, pero también involucra pasiones. Buscando la razón no se puede llegar al racionalismo extremo, que, como recuerda Iván de los Ríos Gutiérrez, doctor en Filosofía por la Universidad Autónoma de Madrid y también ponente del Festival de las Ideas, nos condujo a mediados del siglo XX a escenarios que no queremos volver a repetir, pero “la emoción, por sí sola, tampoco puede ser concebida como una especie de explosión visceral y bárbara”.
Los políticos a menudo buscan que nos identifiquemos con ellos de manera emocional, hasta tal punto que todo lo que nos digan o hagan nos parezca bien. Esa identificación visceral e irracional con los personajes políticos puede hacer que se pierda la distancia necesaria para reflexionar: “La identificación extrema elimina cualquier rastro de racionalidad crítica”, apunta de los Ríos Gutiérrez.
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No se puede pedir que no haya emoción en la política porque, según este filósofo, hay sentimiento donde hay animales inteligentes. Pero sí que podemos luchar contra la “simplificación máxima” o la “emotividad exacerbada” que nos impida la más mínima mirada crítica. Iván de los Ríos Gutiérrez argumenta cómo “las emociones no están reñidas con un espacio para la reflexión crítica”, mientras que su espectacularización “conduce a la neutralización de la mirada política”.
La crítica a la presencia de los sentimientos en la política proviene de su capacidad de convertir a la sociedad en “espectadores pasivos”, en “consumidores de conflictos emocionales muy simplificados” que nos presentan enfrentamientos entre la izquierda y la derecha como si fuera el bueno contra el malo o la luz contra la oscuridad, cuando en realidad el debate es mucho más complejo y tiene un trasfondo mayor.
De los Ríos Gutiérrez anima a la ciudadanía a alejarse de esta concepción reduccionista de la política que busca convertirla en un “enfrentamiento futbolístico” donde parece que únicamente puede existir un ganador. La unión de las emociones y la razón pueden ser clave para “que los miembros de los dos equipos encuentren un tercer lugar”, un lugar común, con argumentos más fuertes. A modo de conclusión, el filósofo invita a recordar a Sócrates, pues nuestras discusiones no tienen que estar orientadas a vencer, sino a encontrar razones más sólidas que nos hagan avanzar.