Ignacio Ellacuría, teólogo y filósofo de la liberación Juan José Tamayo
¿Por qué seguimos llamando fusilamientos a los asesinatos?
No hay ninguna señal. A lo mejor, sólo un montoncillo de tierra revuelta, como si ese pequeño recuadro de color marrón lo hubieran picoteado los pájaros para llenar el buche. Lo más seguro es que, si prestásemos atención, igual veíamos que ese montoncito de tierra se mueve, que es como si respirara un agua subterránea y el gluglú de esa respiración nos llegara no sabemos si desde la realidad o en la mitad del sueño. Los años han cubierto de verdín vegetal lo que antes fue cuadrícula de vida y después, mucho después, la superficie yerma del olvido.
Hace muchos años que ese pedazo de tierra se había convertido en un secarral, en la mudez de lo que antes fue un ruido insoportable de tiros y metralla, en el culto feroz, intransigente, a un silencio que abochorna la irreprochable nobleza del recuerdo. Una madrugada de hace muchos años allí fueron dejados caer, como fardos llenos de perros muertos, hombres y mujeres que habían defendido la República contra el fascismo. Se los llevaban los falangistas en camionetas y autos de los ricos y a la luz lluviosa de los faros les disparaban de cara o por la espalda y dejaban tirados los cuerpos en las cunetas o los amontonaban en fosas que eran como muladares clandestinos en medio de la noche.
La lírica que a propósito envuelve los párrafos anteriores no desdice los argumentos del horror. Cuando escribe Juan Rejano el prólogo a Poesías de la Guerra Española, de Pedro Garfias, bien claro que lo deja: “No se mire, por consiguiente, esta poesía, sino en función de arma de lucha”. Las fosas que se han ido abriendo poco a poco, sobre todo en los últimos años, despiertan a partes iguales sentimientos encontrados de rabia y de ternura. Esa hermosa canción de mi querido Pedro Guerra: “Pero no son, a simple vista, sólo huesos / Desvencijados huesos / En el calcio del hueso hay una historia: / Desesperada historia, desmadejada historia / De terror premeditado”.
Escribo de lo que tantas otras veces he hecho en estas mismas páginas de infoLibre. La memoria que se nos ha ido yendo como si todo fuera pérdida. Estos días hemos hablado y escrito sobre Chile, sobre los días felices de 1970 y de esos otros en que las bombas golpistas lo convirtieron todo en ruinas tres años más tarde. Hay veces en que los dos países son como hermanos gemelos. Los golpes de Estado. Las dictaduras con sus detenciones, sus torturas, sus desapariciones, sus crímenes. Las transiciones que no acaban con la herencia del monstruo. La desmemoria. Aquí las derechas siguen amando a Franco. En Chile, las derechas detestan a Salvador Allende y rinden pleitesía a Pinochet. Allí, al menos, se ha juzgado a algunos asesinos. Aquí sigue siendo imposible después de más de cuarenta años de democracia. Los asesinos de Víctor Jara acaban de ser condenados. Quienes aquí urdieron y dispararon los tiros en las madrugadas del falangismo vengativo, y cerraron las fosas con la tierra removida que ocultara sus crímenes, siguen viviendo tan tranquilos o se murieron sin que ninguna justicia les cayera encima.
Le echamos la culpa a Vox de que donde gobierna con el PP las políticas de memoria han ido a la papelera. Y no es así. El máximo responsable de que esas políticas estén en dique seco es el PP. Y no de ahora. Recordemos a Rajoy cuando en 2015 dejó vacío el presupuesto para las políticas memorialistas. Y lo decía llenándose de orgullo: “cero euros”. Y cómo se burlaban Pablo Casado y Rafael Hernando: se refería el primero a lo carcas que éramos quienes nos pasábamos el tiempo hablando de “las fosas de no sé quién”. Y el segundo, ese prodigio de inteligencia verbenera: “algunos se han acordado de su padre, parece ser, cuando había subvenciones para encontrarle”. ¿Se puede ser más despreciable? Y hay más, muchos más testimonios del PP defendiendo el franquismo y mofándose de la necesidad de sacar de la tierra lo que queda de las víctimas de esa dictadura a la que tanto aman. Si el resultado electoral del 23J hubiera permitido el gobierno y la presidencia del PP, ya se habrían cargado la Ley de Memoria Democrática y la hubieran sustituido por la que ellos llaman de Concordia. O sea: la Ley del Olvido para que el franquismo siga para siempre presente en nuestras vidas y sea lo mismo asesinar que ser asesinado. Creo que lo conté aquí hace un tiempo: después de una conferencia que di en un pueblo de Castellón se me acercó un señor de bastante edad y me soltó tan tranquilo: “usted ha dicho lo que ha dicho porque en la guerra y después de la guerra no matamos bastantes”. Y se quedó tan pancho. Ésa es su Concordia. El olor a crimen como si la pólvora fuera para ellos un perfume de Loewe o de Chanel.
Quienes están en esas fosas no fueron fusilados: fueron criminalmente asesinados. No hubo juicio previo y, si lo hubo, fue celebrado sin ninguna garantía de defensa
En muchos sitios de España gobiernan las extremas derechas. Podría poner eso en singular y no mentiría. Digan lo que digan versiones seguramente más equilibradas que la mía, en casi todos los órdenes de la vida el PP y Vox son lo mismo. A mí me cae cerca uno de esos gobiernos. El País Valenciano es un feudo de esas derechas. Los Ayuntamientos de las tres capitales, las tres Diputaciones provinciales y el gobierno de la Generalitat están en sus manos. Ahí es nada. Nos tocó el gordo el 28M. La presidenta de la Diputación de Castellón, Marta Barrachina, del PP, lo dejó claro hace unos días: las políticas de memoria, que se refieren sobre todo a las exhumaciones ya iniciadas, “no son una prioridad y tampoco son urgentes”. Igual la señora presidenta piensa que si las víctimas han estado ahí más de ochenta años, pueden seguir tranquilamente otros ochenta sin que nos ataque la ansiedad. Cuando leí la noticia, me acordé de lo que me dijo aquel tipo, paisano de la señora presidenta, hace unos años. Así son ellos. Franquistas a tope. Sin complejos. Insisto: hablo del PP. Los de Vox son la fuerza de choque, como siempre lo fue el violento falangismo de sus antepasados. Hace unos días Aznar llamaba a la algarada callejera para salvar España. ¿Les suena ese llamamiento a llamamientos de otro tiempo? ¿No podría ser perfectamente Aznar presidente de honor de Vox de la misma manera que lo fue del PP desde 2004 hasta que se cabreó con Rajoy a finales de 2016? Pues claro que podría.
España es la patria de la abyección cuando hablamos de los desaparecidos. Más de cien mil víctimas de la represión fascista en la guerra y la dictadura respiran bajo tierra y, si prestamos atención, veremos cómo los montoncitos de color marrón picoteados por los pájaros se mueven como si en sus entrañas siguiera viva la alegría de quienes, con un entusiasmo casi adolescente y unas armas que a ratos daban risa, defendieron la República frente a los facciosos. En muchos sitios seguirán las exhumaciones, costeadas, eso sí, por las propias familias y algunas instituciones políticas que siguen en manos de la izquierda. Seguiremos hablando de la necesidad de celebrar el duelo a cara descubierta, sin esa vergüenza a que obligó el franquismo con sus enterramientos clandestinos. Pero hay dos cosas que me gustaría repetir una vez más en columnas como ésta. La primera: esa celebración del duelo es un acto político. Demasiadas veces aludimos sólo a la parte sentimental de ese duelo y no hablamos de lo que de político tienen las exhumaciones. En segundo lugar, algo que me sigue perturbando cuando hablamos de las víctimas que siguen en las fosas de los cementerios y en las cunetas y en los descampados: ¿por qué seguimos hablando de fusilamientos en vez de hablar sencilla y llanamente de asesinatos? Quienes están en esas fosas no fueron fusilados: fueron criminalmente asesinados. No hubo juicio previo y, si lo hubo, fue celebrado sin ninguna garantía de defensa. Ya casi doy la batalla del lenguaje por perdida. Pero me da igual. Seguiré dando la vara. Y tanto que seguiré dando la vara. Y tanto.
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Alfons Cervera es escritor. Su último libro es Maquis (Edición 25 aniversario en Piel de Zapa).
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