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Regeneración democrática (III): ¿Cómo? Demasiado importante para dejarla en manos de nadie

La OCDE, en su trabajo Factores que fortalecen la confianza en instituciones públicas 2024, apunta cuatro palancas que los gobiernos deben activar para aumentar la confianza de la ciudadanía: interactuar mejor con la sociedad, fortalecer su capacidad para afrontar desafíos complejos de forma transparente, apoyar ecosistemas de información saludables y usar información basada en evidencias, y, finalmente, invertir en servicios públicos fiables, inclusivos y justos. Es decir: participación, transparencia, lucha contra la desinformación y servicios públicos de calidad. Nada que sorprenda.

En cuanto se avanza en el debate surge la duda: ¿se trata de hacer reformas institucionales o de apelar a la ética de quienes ocupan puestos de responsabilidad pública? En la literatura especializada se pueden encontrar ambas posiciones. Sin ir más lejos, Ziblatt y Lewinsky, los conocidos politólogos estadounidenses autores de Cómo mueren las democracias (Ariel, 2018), aludían en ese trabajo de forma clara al comportamiento de los líderes, pidiéndoles contención. En su obra más reciente, La dictadura de la minoría (Ariel, 2024), centran la mirada en las reformas institucionales necesarias para que, según su tesis, el Partido Republicano deje de tener secuestrada a la democracia norteamericana. Probablemente en la combinación de ambas cosas esté la respuesta, porque las reformas institucionales pueden incentivar o desincentivar comportamientos más éticos, de la misma manera que el compromiso ético de los responsables empuja o detiene reformas institucionales en una u otra dirección.

Hay, además, un tercer factor a tener en cuenta: en sociedades diversas entendidas desde paradigmas pluralistas nadie por sí solo puede hacer frente a los grandes retos, y el de la regeneración democrática lo es. Al mismo tiempo, la acción de unos puede incentivar o desincentivar la de otros. Por eso Más Democracia plantea sus medidas de regeneración democrática (ver aquí) no sólo al Gobierno, ni siquiera sólo a los gobiernos de las comunidades autónomas y entidades locales, sino al conjunto de la sociedad. Es en la corresponsabilidad de la acción de cada cual donde se puede generar la presión suficiente para que no sea posible no hacer nada.

La regeneración democrática necesita cambios profundos en el modelo de partidos, medios de comunicación o en el conjunto de la sociedad civil

En efecto, la regeneración democrática, además de contar con el compromiso ético del conjunto de actores, necesita muchas reformas que están en mano de las propias instituciones, pero también necesita cambios profundos en el modelo de partidos, en el cual tan sólo dice confiar uno de cada diez españoles; o en los medios de comunicación, sumidos en una crisis múltiple que ataca de frente al mayor de sus activos, su credibilidad; o en el conjunto de la sociedad civil, que hace mucho olvidó que sin sociedades democráticas no hay política democrática. 

Como recordaba la semana pasada, algunos de estos aspectos de reforma institucional que aquí se mencionan ya se están trabajando en ayuntamientos y comunidades autónomas, y se recogen y fomentan desde los planes de gobierno abierto. Las medidas se van implementando y los resultados no son malos, pero no consiguen tener el impacto que de verdad se busca, que no es otro que el de recuperar la confianza de la ciudadanía en las instituciones y en el sistema. Se podrá pensar que quizá esto hoy sea una utopía, pero no serían mucho más optimistas quienes estaban preparando la campaña del partido republicano cuando veían a Trump subiendo en las encuestas y a los suyos incapaces de reaccionar. De repente, el huracán Harris les ha dado la vuelta a esas encuestas. ¿Qué ha pasado? Muchas cosas, pero una que destaca Mariam Martínez Bascuñán en esta columna deberíamos no olvidarla: por mucho que hablemos de olas y tsunamis, nada en política es imposible. Hace falta creérselo.

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