Dejar X para quedarse en Twitter Cristina García Casado
Las casas que no tendremos
“A mí es que me da mucho miedo alquilar a gente, porque no hay quien los eche a los tres meses y te dejan la casa destrozada. Ya me ha pasado”. Entro al tren, primer sonido. En lo que dura un café solo, las dos mujeres hablan de la vivienda y después de la inmigración como si fueran una extensión de los programas que se emiten a esa hora en algunas televisiones que son la banda sonora de tantas casas. Si uno se libera de los auriculares y pone atención, puede escuchar estos discursos reproducidos en cafeterías y calles, quizás en su propia mesa compartida, en cualquier momento, antes de que lo certifique un CIS.
El giro de guion de esa escena en la cafetería del Alvia resultó ser que la señora temerosa de alquilar a otros es inquilina desde hace más de una década fuera de su lugar de origen. Pero ella es una buena inquilina, tanto, que la dueña no la quiere dejar escapar. Hablaban de los pisos destrozados como si los hubieran visto. A ver si el problema no es la falta sino el exceso de fe en algunos medios. De los okupas pasaron a la inmigración. A la otra señora la había mirado un día un chico latinoamericano joven y ella había asumido que quería estar con ella por su dinero. Su interlocutora: “es que son así, son más vagos”.
La ignorancia es tan profunda que campa a gritos. Vivimos en un lugar donde a dos personas adultas no les da vergüenza radiar una conversación así en el lugar más público de un tren. No es sólo en las redes de forma anónima. Lo que antes se pensaba pero no se decía ahora para muchos es como hablar del tiempo. “Buenos días, ¡cómo está lo de la okupación! Es que bajas a por fruta y cuando vuelves se han quedado con tu casa. Y los inmigrantes, que lo tienen todo gratis, por eso no dejan de venir”. Entras en cualquier sitio, sonido de fondo.
Mientras unos hablan de supuestos y numerosos pisos destrozados, ya varias generaciones hablan de otro tipo de destrozo: la imposibilidad de la vivienda nos está destrozando la vida
Mientras unos hablan de supuestos y numerosos pisos destrozados, ya varias generaciones hablan de otro tipo de destrozo. “La imposibilidad de la vivienda nos está destrozando la vida”, se oye, se lee, parece que no los escuchan. No hay futuro con sueldos que no suben y pisos que no dejan de hacerlo. Es una cuenta sencilla, se pueden dar todas las vueltas que se quiera para no abordarla en serio, pero entonces cualquier medida no llegará ni a parche. Cuántas personas estarán medicadas ahora mismo sin haber llegado a la puerta de un psiquiatra simplemente porque esa cuenta no les sale, les impide la vida.
El otro día pasé por una tienda que va a cerrar y me dijeron que “es que nadie quiere trabajar los fines de semana”. Como un reproche. Mucha gente está apuntándose a cualquier oposición porque, puestos a cobrar poco y a que no salga esa cuenta, prefieren poseer sus tardes. Aunque sea para bajar tranquilos a elegir y comprar la fruta con tiempo, y con la seguridad de no poder tener nunca una casa que alguien vaya a okupar mientras tanto.
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