Cultura
Belén Gopegui: "No hace falta tanto para vivir tranquilamente, lo único que necesitamos es que dejen de explotarnos"
Lena, Hugo, Ramiro, Camelia y Jara son compañeros de piso, aunque a su edad, ya en los 40, se supone que uno no debería compartir piso. Se supone que uno debería vivir con su pareja, o vivir solo, si puede permitírselo, y que uno debería haber superado ya esa convivencia juvenil, una forma de afecto menor. ¿No? Pues no necesariamente. Los protagonistas de Existiríamos el mar, la nueva novela de Belén Gopegui (Madrid, 1963), son conscientes de que su precariedad marca su existencia, pero también se empeñan en construir otra forma de estar juntos. Otra forma de vida.
Esto no se circunscribe solo a la familia elegida, o a la amistad, sino que se extiende al trabajo, al tiempo, a la militancia, al amor, a la relación con la creación. Lena, Hugo, Ramiro, Camelia y Jara hablan y hablan, como hablamos todos: constantemente y sobre asuntos mucho más trascendentes de lo que querríamos admitir. Hablan de la vida tal y como está y de la vida tal y como debería ser. Y eso es lo que se pregunta Gopegui, igual que se lo preguntaba en Quédate este día y esta noche conmigo (2017) o El comité de la noche (2014). El lector podría pensar que la vida de unos compañeros de piso a los que no sucede nada fuera de lo normal puede resultar algo pedestre, algo de andar por casa. Y ahí la escritora levanta la mano: ¿por qué?, ¿qué significa eso de "pedestre", por qué identificamos un tema como "de andar por casa"? Y quizás no sea tan fácil responderle.
PREGUNTA. Los protagonistas son amigos que comparten piso. Se nos señala que esto está relacionado con la precariedad, pero también se nos insiste en que este es otro tipo de vida en común con un valor en sí mismo. ¿Por qué le parecía relevante enseñar estos otros vínculos?
RESPUESTA. Porque existen. Porque a veces tendemos a reproducir imágenes porque son las que más se ven, y eso hace que otras cosas que existen no se vean. Porque hay convivencias que no son familiares y que son muy enriquecedoras. Porque las familias ya tienen una mecánica que ha sido muy analizada en literatura, pero esto no. Y es verdad que estamos en unos tiempos duros donde cada vez a hacer más falta organizarse, también en la vida diaria, de formas diferentes.
P. La de compartir piso a partir de cierta edad no es una decisión completamente libre, porque a menudo está marcada por la falta de recursos. Pero al mismo tiempo no es cierto que todo el mundo, de poder, fuera a decidirse por tener una familia tradicional. ¿Cómo se mantiene el equilibrio entre estos dos puntos?
R. En primer lugar, quiero distanciarme kilométricamente de la idealización barata del cohousing. Claramente esas decisiones se toman porque hay una necesidad. Pero vivir es eso: en medio de esa necesidad, hacer lo que se ajuste más a tu idea de lo que debe ser la vida en común. Ese es el filo en el que se mueve toda la novela: habría que vivir de otra forma, pero hasta que logremos que esa otra vida se produzca, hay que vivir aquí y ahora. Y eso no significa necesariamente adaptarse y someterse. Tampoco significa el ideal de que se puede construir una burbuja donde no entra nada del terror de afuera. Digamos que una respuesta a la actitud pasiva que predomina en las narraciones, de esto es lo que hay y por lo tanto así hay que vivir, y por lo tanto lo lógico es tener una pareja, y por lo tanto lo lógico si no tienes una pareja es vivir solo, y toda una serie de lógicas que no tienen que ser así siempre.
P. Sobre ese mientras tanto, ese aprender a vivir mientras llega la vida que realmente queremos, ¿no tiene algo de rendición o de espera?
R. No, porque precisamente por eso lo definimos como mientras tanto, si no lo llamaríamos adaptación, sometimiento o esto es lo que hay. Esto es lo que está habiendo, pero puede ser de otra manera. Esa diferencia tan bonita entre el ser y el estar: las cosas no son así, las cosas están así. Es la clásica distinción entre fines y medios que, desde mi punto de vista, es una distinción fraudulenta. Siempre se dice que los medios determinan los fines, pero los fines también determinan los medios. Si el fin de estos personajes es conseguir una vida más justa, no solo para ellos, eso va a influir en los medios por los que tratan de conseguirla. Esos medios pasan por cosas que van más allá de su convivencia, pero también por una convivencia que ya esté ensayando lo que se podría hacer. En ese aspecto, me parece más audaz que decir: yo vivo como sea, pero mientras tanto estoy conspirando de cuatro a cinco. Porque si estoy conspirando de cuatro a cinco pero no estoy investigando ya el tipo de vida en el que creo…
Lo que ellos vienen a decir es: si no hace falta tanto para vivir tranquilamente, si lo único que necesitamos es que dejen de explotarnos. Lo otro… Va a seguir habiendo problemas, va a seguir habiendo gente con dificultades de todo tipo, y podemos organizarnos para solucionarlo. Lo que hay que quitar es la explotación, la desigualdad, el extractivismo. Entonces es como una prueba: no me digas que si quitamos todo esto la vida será un caos. No, yo ya sé que se puede vivir bien de otra manera. Lo que pasa es que ahora tengo que vivir bien contra viento y marea. Y cuando digo vivir bien no digo vivir con muchos recursos económicos, sino vivir de una manera razonable.
P. En esta novela, está muy presente el mundo del trabajo en el que se desarrolla esa explotación. Los personajes trabajan, hay conversaciones en torno al trabajo, hay momentos de trabajo… Hay muchas novelas que se publican hoy en las que los personajes no trabajan o solo trabajan en oficios que sirven a la trama. ¿Por qué crees que ocurre eso, por qué en general no se considera el mundo del trabajo como tema literario?no se considera el mundo del trabajo como tema literario
R. La historia de la literatura es ir conquistando terrenos de lo contable. Se empieza con que solo se pueden contar las historias de reyes, luego solo se puede contar lo trágico, luego se empiezan a meter otro tipo de personajes… Y así vamos avanzando. Yo creo que meter el mundo del trabajo es avanzar. Por otra parte, es el gran relato ausente: carece de sentido que algo que marca la vida de las personas en el periodo más amplio de su existencia, en el número mayor de horas, no sea un tema que esté presente en todas partes. No sé, la alimentación es fundamental, pero no puede ser que se hable ocho mil millones de veces más de alimentación que de algo que se hace ocho horas al día, como mínimo. ¿Por qué es el gran ausente? Porque se prefiere hacer como si no existiera. Como si fuera algo indiscutible: para vivir hay que trabajar, no hay otra forma, por lo tanto haz un paréntesis, trabaja en lo que sea durante determinadas horas y ya con eso tienes dinero para mantenerte y para lo que sería la verdadera vida. No tiene sentido: la vida es desde que te levantas hasta que te acuestas, no es lo que sucede fuera del trabajo. Pero en la medida en que esa idea sea algo incuestionable —es así y tiene que ser así, y además yo no puedo opinar sobre lo que hago, la democracia puede existir fuera pero nunca en el trabajo...—, en la medida en que todo eso permanezca fuera de discusión, es más fácil. Para la maquinaria que va explotando a las personas, es mucho más fácil si no se habla de ello.
P. Hay una tensión también en el libro sobre cuánto nos define el trabajo que hacemos, hasta qué punto lo que somos es aquello en lo que trabajamos.
R. En la novela he procurado no caer en la idealización, en los dos sentidos. Ni en decir que la identidad te la da el trabajo y que es fundamental, ni en decir que la identidad se consigue fuera y el trabajo no cuenta. El trabajo cuenta. Y como es obligatorio, y es necesario para mantenerse, necesitamos intervenir en él. Comprendo perfectísimamente la voluntad de que eso, que es obligatorio, no defina a las personas, y que las personas no quieran definirse por eso —algunas sí, las que tienen trabajos que les gustan sí que tienden a definirse por eso y a definir a los demás por eso—. Es un terreno en perpetuo conflicto en el que la novela no dice lo que hay que hacer.
P. Uno de los personajes del libro presenta un concepto que denomina entrismo. A mucha gente le parecerá que no hay transformación posible en un medio empresarial, que no hay entrismo posible, igual que otras personas lo desecharon en otros aspectos de la vida pública. ¿Qué agencia tienen los trabajadores?entrismo
R. El entrismo es una imagen que políticamente no ha dado mucho de sí, pero en el campo del trabajo creo que sí tiene sentido, porque al final el problema en la política es que son grupos pequeños, pero el trabajo es todo. Esta frase de Juan Carlos Rodríguez: los explotadores necesitan a los explotados, pero los explotados no necesitan a los explotadores. Cualquier empresa sin las personas que hacen lo que hacen se desvanece, mientras que, al revés, si las personas siguen haciendo lo que hacen pero se van los cargos directivos, probablemente apenas se notaría. Como las personas son las que hacen, sí que hay una capacidad de agencia, que sería mayor si esas personas estuvieran organizadas, si los médicos se organizaran para decir que no pueden ser tantas consultas a la hora, por ejemplo. Para eso tiene que haber una vida donde sea posible sacar tiempo para organizarse y para poder oponerse, pero entre tanto yo sí creo que las personas, con distintos grados de libertad, intervienen en todos los aspectos del trabajo que hacen. No creo que sea idealista decir que la sonrisa que te dedica alguien no tiene consecuencias; sí que tiene consecuencias, ese tiempo cuenta.
P. Entonces ese entrismo sería no solo sindical, que sería esa forma de organización de los trabajadores, sino una toma de conciencia del peso de nuestro trabajo.
R. Es difícil matizarlo de tal forma que se entienda que no estoy hablando de que la cajera te sonría porque el propio capital obliga a que sea así. Pero sí hay un margen pequeño de elección en cada trabajo. Luego ya cada uno verá: alguien valorará que su acción política es ser borde, porque no quiere darle a la empresa el beneficio de su amabilidad, y otra persona valorará que voy a ser borde con este cliente pero con esta señora de noventa años no. Sí creo que hay posibilidades de comportarnos de distintas formas, aunque reducidas y que se multiplicarían con la organización.
P. La pandemia parece también en la novela, no de una manera trágica sino como una especie de rumor de fondo. ¿En qué momento decidió que la pandemia tenía que estar, y qué dudas tuvo sobre cómo plasmarla?
R. Ya había empezado la novela antes, llegó la pandemia, me paré un poco y luego seguí escribiendo. Como escribo apegada a la realidad, me pareció lógico que estuviera. También me pareció lógico que no estuviera como tema, porque no era de lo que quería hablar y porque creo que durante la pandemia se ha generado un tipo de discurso hueco, vacío.
P. ¿Qué tipo de discurso?
R. Todo eso de que esto nos va a hacer mejores, de que ahora sí que vamos a valorar los trabajadores esenciales, o lo de la humanidad unida contra el virus… Pero bueno, sí que era algo que estaba sucediendo, que afectaba a los personajes y que tenía que estar ahí como creo que ha estado para la mayoría: como algo que ha hecho más difícil la vida y que no ha producido grandes cambios con respecto a la visión el mundo.
P. ¿A sus personajes les ha afectado la pandemia?
R. En parte sí, porque, como todos, están insertos en sus condiciones materiales. Pero hay mucha literatura que esas condiciones materiales las pone entre paréntesis o las convierte en algo que tiene una consecuencia meramente sentimental. A los personajes les afecta la pandemia y no de una forma meramente sentimental, una expresión que además es imposible, porque los sentimientos siempre están ligados a las ideas.
P. En la novela hay lo que se podría llamar una resistencia al acontecimiento. Al comienzo de la novela se nos presenta una desaparición que, sí, es misteriosa, pero que no se resuelve en los términos en los que podría esperar el lector. Se podría decir que los protagonistas llevan una vida bastante normal, tienen conversaciones sobre temas que podríamos tener todos. ¿Por qué esto le parecía relevante?
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R. Me hace gracia, en el buen sentido, eso de resistencia al acontecimiento. Es uno de los temas de la novela, una de las cosas que la novela quiere discutir: la diferencia entre lo ordinario y lo extraordinario. Por qué incluso en el lenguaje lo ordinario tiene ese matiz negativo, de clase. Y por qué lo extraordinario se presenta como lo único contable. Es como la lotería: en la medida en que existe, parece que hay una escapatoria. No me interesa fomentar esa lotería narrativa; entiendo la necesidad de alguien de pensar que va a encontrar una salida, tanto en la lotería tanto en aquello que lee. Pero creo que la narrativa y la ficción son herramientas muy útiles y que pueden dar más juego que simplemente el de fomentar la idea de que la escapatoria imposible parezca posible. Hace poco se lo oía a Bob Pop, esta idea de que la escritura es un proceso coral, que son muchas voces las que están trabajando. No es que vayas a resolverlo todo con una novela, pero sí me parece importante aportar esta indagación de qué es lo que consideramos que merece la pena ser contado, y por qué, y por qué no. E incluso discutir algunos de los argumentos que funcionan para que no se puedan contar ciertas cosas.
P. ¿Qué efecto cree que tiene eso sobre el lector? Los lectores llegamos con una educación narrativa que nos hace esperar ciertas cosas, y cuando salimos de eso a veces sentimos que se nos niega aquello que buscamos.
R. Es que si se escribe solamente para complacer las expectativas ya creadas, se limitan las posibilidades de aquello sobre lo que se puede hablar o aquellas ideas que se pueden defender, porque te conviertes en alguien que repite lo que hay. Repetir lo bueno, vale, pero repetir esto del palo y la zanahoria, esto de que te dejo al final del capítulo cuando se abre la puerta y no sabes lo que hay al otro lado, no me interesa. Ni siquiera como espectadora al otro lado, que jueguen conmigo de esa forma. Sí que entiendo que puedo generar un poco de desasosiego. Mi expectativa es que la persona se pregunte: por qué estoy tan conformado para esperar esto y por qué lo que no es esto crea zozobra. Pero puede haber otras personas que digan: no voy buscando esto, voy buscando otra cosa, y aquí lo dejo. Lógico, muy lógico, pero no por eso voy a dejar de apostar por cuestionar la visión del mundo predominante.