Comunistas de mierda
Cuarteles de invierno
Osvaldo Soriano
Altamarea Ediciones (2023 - 173 páginas)
En 1979 leí la novela de un escritor argentino al que no conocía de nada. Aquella ya desaparecida editorial Bruguera, en su colección Libro Amigo. El título ya casi obligaba a leerla: Triste, solitario y final. La frase última de El largo adiós, la obra maestra de Raymond Chandler. Una buena tarjeta de invitación a meterte en sus páginas con una más que elocuente garantía. Luego venía la dedicatoria: "En memoria de: Raymond Chandler, Stan Laurel, Oliver Hardy". Ya saben: estos dos últimos fueron el Gordo y el Flaco, dúo cómico de los tiempos en que triunfaban Charles Chaplin y Buster Keaton. Y para cerrar un comienzo tan esperanzador, la cita del propio Chandler que antes les decía: "Hasta la vista, amigo. No le digo adiós. Se lo dije cuando tenía algún significado. Se lo dije cuando era triste, solitario y final". Enigma total esa última frase. Muchos años después, Osvaldo Soriano la recuperaría para su primera novela, publicada en Argentina en 1973. El éxito fue inmediato. Aquí mismo tengo sus dos ediciones: 1979 y 1983. La primera casi descuartizada. La segunda hecha una ola porque cayó en la estantería de mala manera y se quedó la pobre como el jorobado de Notre Dame o el amor en una arrebatada canción de Rocío Jurado.
Había nacido Osvaldo Soriano en la ciudad argentina de Mar del Plata, en 1943. En el 76, cuando el golpe de Estado militar, se exilió en Bruselas, después en París y murió en Buenos Aires en 1997. Durante buena parte de su vida ejerció el periodismo. Me sé de memoria todas sus novelas: No habrá más penas ni olvido, Cuarteles de invierno, A sus plantas rendido un león… Pero como suele pasar cuando alguien se muere, su obra literaria pasa a ostentar la condición de invisible. Con este escritor pasó eso mismo: se había convertido en un fantasma. Como Stan Laurel y Oliver Hardy: quién se acuerda de ellos. Seguro que sólo quienes en la última renovación del DNI le ponen 9999 como fecha de caducidad. Ahora ha vuelto a las librerías. Con su tercera novela: Cuarteles de invierno. En la opinión de Ricardo Piglia, "el mejor libro que se escribió en el exilio sobre la dictadura argentina". Y eso, según sus elogiosas palabras, que la novela no encara ese tiempo desde la fisicidad del horror, desde la crueldad de las torturas, de la gente asesinada y desaparecida… De ahí que el propio Osvaldo Soriano dijera que su relato posiblemente despertara alabanzas y desprecios en las mismas proporciones.
¿Desde dónde se encara, pues, ese horror que devastó Argentina los siete años que duró la dictadura? Pues desde el mismo sitio que encontramos en El largo adiós y en Triste, solitario y final: la amistad. Ese Decir amigo que cantaba Joan Manuel Serrat o la voz de Ringo Starr sacando a flote como puede With A Little Help From My Friends. Un día llegan a Colonia Vela el cantor de tangos Andrés Galván y el boxeador Tony Rocha. Los dos carne de derrota en los años de la dictadura. El primero cantará y el otro luchará contra la gloria local en la celebración del aniversario de la fundación de la ciudad. Las estrellas de una fiesta cuya lumbre convertirá en cenizas las ya viejas aspiraciones de Galván y Rocha, dos artistas del hambre. En el fondo, como siempre, ese peronismo —esos peronismos— que movieron tanto tiempo las vidas argentinas. Más aún lo vemos en No habrá más penas ni olvido, que es como la primera parte de una misma historia: dos peronismos a tiros en la sede de la municipalidad. Aquí no. Aquí el peso de la dictadura en la forma de una fiesta donde el pueblo (ah, esa palabra) celebrará la fiesta de su aniversario. Todos a una: milicos y la gente que aplaudirá la represión como si formara parte del mismo entramado de intereses, como si los intereses no fueran en realidad distintos, como si los milicos no torturaran y no fuera el pueblo (ah, esa palabra) el que sufriera en la oscuridad de los cuarteles y las casas donde la música acallaba los gritos de las prisiones. La complicidad, al fin, entre unos y otros. Como apunta en el prólogo a esta edición Osvaldo Bayer: "El poder militar en Colonia Vela y los representantes del pueblo vencido. La humillación es permanente, desde el autor al lector. Nos humillan porque nos humillamos. El boxeador ex ídolo y el cantor de tangos, los dos sospechosos de ser unos comunistas de mierda. El pueblo aplaudiendo a los torturadores que nos vienen a uniformar". Me hace gracia lo de la acusación de comunistas. Es la cantinela que suena aquí desde hace unos años en las bocas de la derecha y la extrema derecha cuando hablan de un gobierno que no es el suyo. Y también la que ha regresado a Argentina hace unas semanas con la llegada del fascista Javier Milei a la presidencia del país.
Usted no puede cantar esta noche, le dicen a Galván. Un pasado revolucionario y nosotros sin enterarnos. Antes ha aparecido una pintada: "Galván, cantor de asesinos". Y otra: "En cada Rocha un torturador". Y es que el terror no acaba con todo. Siempre habrá alguien que no asuma las condiciones impuestas por los vencedores. Esa conciencia que dibuja en las paredes el sitio de dónde viene cada cual a la celebración de los fascismos. No es ese el sitio del cantor de tangos. Tampoco es el sitio de Rocha. Para sustituirlos están Romerito y Sepúlveda. Pobre diablo, uno. El otro, aspirante a que le pongan los suyos la medalla con olor a desapariciones y cuerpos destrozados, como el del boxeador en la última huida. Y por encima de todo, el triunfo de esa camaradería que surge de una dignidad que se niega a la claudicación. No le firma el cantor un autógrafo a un milico y el boxeador quiere tumbar en la lona a la gloria local como símbolo de la victoria de esa dignidad. Lo mismo que en otras novelas de Osvaldo Soriano, esos personajes secundarios que forman parte de esa resistencia anónima que se niega a vivir en la despiadada humillación a que se ve sometida siempre la derrota. Tal vez, como dice el propio autor, Cuarteles de invierno sea su novela más incomprendida. O al menos "de la que menos me hablan". El motivo, tal vez, "se debe a que es un enjuiciamiento implícito a toda la sociedad argentina de aquellos tiempos, cuando cerraban los ojos al genocidio". Pero ni siquiera eso es cierto. En la novela hay ese punto y aparte que dibujan los personajes que la habitan. Claramente delimitados. Y siempre, de fondo, la búsqueda de unas vidas que no sean una vergüenza, a las que los militares y sus cómplices no puedan doblegar porque resulta muy difícil, a veces imposible, doblegar la fuerza desde la que se construye una resistencia contra el terror a ratos sobrehumana.
Leer en tiempos coléricos
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Han pasado muchos años desde que leí Triste, solitario y final, la primera y magistral novela de Osvaldo Soriano protagonizada por Stan Laurel, Philip Marlowe y el propio escritor en su papel de periodista. Ahora es un gozo haber podido regresar a Cuarteles de invierno en una nueva edición. Ha sido como leerla por primera vez. Bueno, la verdad es que volver a las buenas novelas es entrar en ellas como si nunca antes hubieras sabido de su existencia. En cualquier caso, tanto si ya la conocían como si no, ojalá decidan leer a Osvaldo Soriano. Igual hay algunas de sus obras descatalogadas. Si es así, búsquenlas en las librerías de viejo, o de segunda mano. O como se llamen esas librerías donde seguro que encontramos en algún rincón escondido los planos originales que dibujó Stevenson para La isla del tesoro. Ya me dirán.
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Alfons Cervera es escritor. Su último libro es Maquis (Edición 25 aniversario en Piel de Zapa).