No es música, es muy burdo... pero llena estadios: qué son el 'trap' y el 'drill' y por qué nos gustan tanto

El cantante argentino Duki llora después de que su madre, Sandra Viviana, le hiciera una pregunta en la rueda de prensa previa a su concierto en el Santiago Bernabeú, del sábado 8 de junio en Madrid.

"Quiero mirar a 8.000 personas, levantar el brazo y que las 8.000 lo levanten", comentaba hace unos años Mauro Ezequiel Lombardo, conocido como Duki, uno de los mayores exponentes del trap en Argentina. Un freestyler anónimo como tantos otros de las pequeñas plazas de Almagro que hoy cuenta con 19 millones de oyentes mensuales en Spotify, colaboraciones con cantantes de gran recorrido y que el pasado mes de junio llenó con 65.000 espectadores el remodelado estadio Santiago Bernabéu de Madrid. Todo un hito que marca el camino musical del siglo XXI.

A pesar de parecer incontestable su estatus como intérprete, son muchos los detractores que manifiestan su disconformidad respecto al estilo de su música, al público que lo alienta y al propio cantante. "Esto no es música", "no sabe cantar" o "qué pena de generación" son algunos de los comentarios en X (Twitter) o Instagram.

También le han llovido críticas por parte de diferentes expertos musicales, incluso de su propio país, como por ejemplo Franco Varise, del diario La Nación. "Duki podría ser una burda parodia del género. Abusa de la primera persona para repetir sin anestesia un cliché protomarginal detrás de otro y, al parecer, abona esa visión sobre el rico universo del hip-hop que se reduce a imágenes pobres y gastadas", apuntaba en su día el crítico musical.

No es el único que está en el punto de mira. Drillers como Morad o Beny Jr, que juntan entre los dos más de 22 millones de oyentes mensuales en Spotify, son también objetivos de la crítica más despiadada (y por lo general poco permeable a las nuevas tendencias juveniles que llegan desde abajo hacia arriba).

Tanto el trap como el drill subsisten en esta constante dicotomía, generando un gran atractivo entre el público pero recibiendo constantes olas de reproches. Una polarizada "guerra musical": los que lo aman o los que lo odian.

Influencia americana y el rupturismo como raíz de un árbol genealógico

El trap surgió en Atlanta bebiendo del Gangsta Rap, la vertiente más callejera del hip hop, cuyo primer gran éxito comercial sería el álbum Straight Outta Compton, publicado en 1988 por el grupo N.W.A, considerado el pionero en esta tipología (y por ello con uno de los biopics musicales más exitosos de todos los tiempos). Por su parte, el drill se originó en el South Side de Chicago a principios de la década del 2010, como una mezcla del rap y el propio trap. Uno de los grandes pioneros fue Chief Keef, aunque en los barrios de Londres es donde, combinado con el grime –género que tomaba importantes elementos del dancehall y del hip hop– comenzó a crecer.

La popularidad del trap en España comienza con la aparición en 2013 del grupo Kefta Boys –coincidiendo con los momentos más oscuros de la crisis–, que después se harían llamar PXXR GVNG, con Khaled y Yung Beef al frente. Más tarde aparecerían figuras como C. Tangana, Pimp Flaco o Kinder Malo, sin olvidar a La Zowi o Ms Nina. En el caso del drill, llegó en el 2018 con la aparición de figuras que empezaron a usar los nuevos ritmos que estaban siendo perfeccionados en Reino Unido, como Bobbyblock, Patrón 970, Bobe y los mencionados Morad y Beny Jr.

Ambos nacen como movimientos para trascender lo puramente musical y permear todas las esferas del debate público. "Surge como una antítesis de la música que dominó el mercado en las décadas anteriores y rompe todos los códigos establecidos con unos nuevos", señala a infoLibre el periodista musical Nacho Serrano. "Es una cuestión de rupturismo con el pasado", plantea Marta España, redactora en NUEBO y Rockdelux, añadiendo: "El rap estaba ligado a una reivindicación política, un comportamiento y una estética que dejó de representar a gran parte de la escena".

Otra de las razones de la aparición y rápida difusión de estos estilos fue el impacto del elemento tecnológico dentro del ámbito musical, que ha conducido socialmente a la denominada "democratización de la industria". "El fácil acceso a programas de creación y edición ha hecho que el nuevo movimiento musical tenga un alma basada en una mayor autonomía y ligada a ese espíritu de liberación del 'do it yourself' (hazlo tu mismo)", sostiene Serrano.

"La calle" como naturaleza de denuncia

La filosofía de ambos géneros se construye en torno a la vocación de representar las realidades de "la calle" y del carácter denominado como ego trip, una actitud presumida y de poderío que busca tanto la aprobación como el respeto social. Dentro de ese retrato callejero, ambos promueven mensajes en direcciones diferentes. "El trap te habla de lo "bueno de la calle" con el sexo, las mujeres y las drogas, mientras que el drill te habla lo "malo de la calle, la delincuencia y las peleas entre bandas", afirma Israel Merino, colaborador de música urbana en 20minutos.

Este espejo de los bajos estratos esconde también una denuncia de la sociedad y sus estereotipos. "Lo que resulta más llamativo es que, a pesar del capital económico conseguido, parecen mantener deliberadamente los mismos modales que tenían antes de ser ricos. Es un irónico rechazo a la alta cultura y al lenguaje establecido para reivindicar sus orígenes marginales", indica Simón López Carballeira en su trabajo de investigación en la Universitat de Barcelona.

Por otro lado, el "enaltecimiento de lo hortera y de lo vulgar" pretende cuestionar qué es y qué no es lo correcto dentro del sistema. Aunque como apunta Carballeira, estos artistas "no se posicionan en contra del dinero fácil". Se alude, por tanto, a una de sus muchas esencias paradójicas: cuestionar el funcionamiento de la industria y, al mismo tiempo, servirse de ella.

Aún así, no es la única. El "ensalzamiento del individualismo" que desprenden los trappers y drillers en sus canciones contrasta con el "componente colectivo" del que habla Merino. "Para YovngChimi, El Caserío en Puerto Rico; para Morad, La Florida en Barcelona; para Cruz Cafuné, el 922 928 (prefijos de Tenerife y Gran Canaria). Se acusa de individualismo, pero al final te habla de la superación desde el barrio", comenta el articulista.

Una estética agresiva con atractivo cultural

Su singular estética se traduce en una nueva paradoja, basada en ir "de calle" pero cargando con gran poder económico. Cadena o dientes de oro, multitud de tatuajes, ropa deportiva pero cara... Una apariencia agrupada bajo el mismo concepto: la ostentación.

"Se trata de una vanagloria constante, un alarde del poder que puede resultar obsceno y de mal gusto", entiende Carballeira. Esta manifestación deriva de un movimiento cultivado en Nueva York durante los ochenta, llamado Lo-Life. "El sufijo “Lo”, simplemente venía de la palabra “Polo” y por su similitud a la palabra "Low", para referirse a la gente sin recursos", explica Merino. "Existían marcas de blancos y de negros, los negros decidieron rebelarse y llevar esa misma ropa que los blancos, como los Louis Vuitton", asegura. "Fue en ese momento cuando se empezó a resignificar el “yo voy de tirao y de calle”, pero siempre “voy de lujo"", corrobora Serrano.

Infundir respeto, destacar y hacerse notar son los objetivos detrás de un llamativo semblante que ha conseguido impregnarse socialmente como una "forma de ir a la moda". Esta creciente tendencia ha convertido a algunos de estos cantantes en referentes fashion a los que imitar, como por ejemplo podemos constatar con diferentes campañas, como la de C. Tangana con Bershka.

"Engloban una simbología e iconografía que hace de esta estética un arte", explica Lua Ribeira, fotógrafa de la Agencia Magnum, que está presente en la actual edición de PhotoEspaña con la exposición Agony in the garden, que puede visitarse en el Museo Lázaro Galdiano de Madrid hasta finales de agosto. “Siempre me han gustado los géneros de música contemporánea como el trap o el drill, pero la exposición no trata de documentar el género musical, sino prestar atención a los movimientos culturales que genera”, apunta Ribeira en sus declaraciones a los medios. "El proyecto es un intento de leer entre líneas el significado de estos sonidos y gestos, producto de nuestro tiempo y, a menudo, representados como superficiales", expresa la fotógrafa.

Una estigmatización con efecto rebote

Un poco de rap es mucho

Un poco de rap es mucho

Son muchos los motivos que explican el hate (odio en inglés) hacia el trap y el drill. Uno de ellos es la "instigación a la delincuencia y la violencia", un discurso que Marta España señala como "aporofóbico y xenófobo". "La difusión del género se produce en un contexto en el que la extrema derecha toma cada vez más importancia, y ese desprecio a las clases más bajas reluce en una denostación musical en la que siempre se alude al miedo", apunta.

Esta pugna ha aumentado su rechazo, pero también ha generado una "empatía sentimental" con los jóvenes. "Esa combinación de lobreguez y desánimo, pero también de chulería y suntuosidad, es un reflejo de las frustraciones y los anhelos de los jóvenes", dice Serrano. "Su discurso ejemplifica una parte del pensamiento de los tardomillenials y los xennials", sostiene España. "Han tenido éxito porque hablan de una serie de realidades callejeras que funcionan muy bien", apostilla Merino.

No obstante, esta brecha en la opinión pública se explica fundamentalmente en un proceso de "choque generacional". "Todo movimiento musical nuevo provoca reprobación. Recordemos cómo se recibió al rock’n’roll en los años cincuenta: se le tildaba de poco virtuoso, de barriobajero cuando no de demoníaco. Ahora ha vuelto a pasar porque el trap-drill tiene una personalidad muy fuerte y desacomplejada", asevera Serrano. "Con Elvis Presley o el Heavy Metal pasó exactamente lo mismo. Uno ya comprende el mundo a nivel musical y llega una nueva ola que cambia el paradigma, eso es complicado de asimilar para muchos", comenta Merino. "Ya de por sí la música urbana siempre ha estado especialmente estigmatizada respecto a otros géneros, tanto por el tipo de gente que lo hace como por las letras", apunta Merino. "Pero creo que el trap y el drill también viven de ese puntito de provocación, no pretenden gustar a todo el mundo. Es parte de su filosofía rebelde", concluye el periodista.

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