Abrir en canal los libros y la vida
Para Concha Amores, por los libros y las vidas que nos juntaban. Por los libros y las vidas que nos juntan.
Bienvenida a estas líneas. Hay una guerra en marcha, pero trataré de que te encuentres a gusto.
Llega en estas fechas el frío del invierno. Y la lluvia, muchas veces. Y algunas de esas veces llueve demasiado. Y el agua se lleva por delante lo que encuentra a su paso. Y en los pueblos de más abajo, ya cerca de las desembocaduras de ríos pequeños y barrancos, no baja sólo agua sino toda clase de cosas que taponarán los puentes y destruirán casas y arrastrarán coches y personas y animales y todo lo que esté de pronto a merced de la torrentera acabará desapareciendo. Y he visto eso cerca de mi casa. Y muchos pueblos valencianos se han quedado como lagartos perdidos en las arenas del desierto: quemados por la rabia, rotos por el dolor, asqueados por la burla de unos gobernantes que se tomaron a pitorreo las alarmas rojas que anunciaban el desastre. El presidente Carlos Mazón era un desconocido casi total en todas partes y ahora su retrato ocupa un sitio al lado de otros distinguidos por la cruda y cínica vileza de sus actuaciones, por una vez más rendir culto a la mentira, por convertir la política en un chapoteo indecente sobre el barro. Pero también, en estas fechas, llegan los libros a las casas. Y ayudan tal vez a que la tristeza y el dolor y la rabia se sientan de otra manera, como si las palabras escritas fueran, si no una cura, sí al menos una miaja de alivio.
Hablemos de la revolución
Nunca había leído a Philip Larkin, ni sabía quién era. En una película, El imperio de la luz, alguien leía un libro de poemas. Y hubo un instante en que aparecía el nombre del autor en la portada. Me hice con el libro y su lectura alivió el frío y la lluvia en mi viaje a los altos de Francia para vivir unos días en medio de amistades y de literatura. La Poesía reunida de este escritor británico no me libró del frío por las calles de Lille y Arras, pero fue un abrigo cálido y hermoso en las horas de lectura: "hasta que no estaba en pleno vuelo / no recordé la fecha que celebraba el suelo". Los conocía de hace tiempo. A Pablo Martín Sánchez y lo que escribe. Me da igual si Fricciones ya viene de lejos. Ahora hay algunos añadidos interesantes. Pero la ironía que añade profundidad a lo que se cuenta sigue ahí, intacta, como intacta se mantiene la irreverencia de un autor que vive y escribe como si la vida y la escritura fueran lo mismo. Hay quien piensa que no son lo mismo y eso se les nota a la legua: huelen, ¿vale? Huelen mal, claro. Mal. Todo lo contrario de los libros, de todos los libros de Pierre Michon. Uno de los grandes de la literatura contemporánea. De los más grandes, diría yo. Leo Los dos Beune y me arrodillo delante del maestro. Un día, con mi amigo Jean-François Carcelen, iré a visitarlo en La Creuse, donde vive aislado del mundo. Le llevaré todos sus libros para que ponga en la primera página una dedicatoria a su fan número uno. Los Beatles y Pierre Michon, mis genios preferidos: ¿hay quien dé más?
En ¿Qué es la literatura? lo escribe Jean-Paul Sartre: "La literatura lanza al escritor a la batalla". Según el filósofo francés, la batalla no es otra que la lucha por la libertad. La libertad de quien escribe. La libertad de quien lee. Lo mismo decía Joan Tarragó los cuatro años que se mamó en un campo nazi. La lectura era un soplo de libertad en los barracones del odio y lo cuenta, con su hijo Llibert Tarragó, en Stendhal en Mauthausen, libro necesario para que el horror no se olvide. Y menos en estos tiempos triunfales para la extrema derecha en todo el mundo. En ese sentido, no veas cómo se te queda el cuerpo al abrir El futuro de la revolución, de Matthew T. Huber. El mundo es una porquería, y no sólo en el tango de Discépolo. Eso ya lo sabemos. Y que entre cuatro desalmados se bastan y se sobran para llenarlo de mierda. El cambio climático, las calles y las casas cada vez más gaseadas, el capitalismo cada día más dispuesto a que sólo quede piedra sobre piedra en sus mansiones señoritingas. ¿Abolir las clases y la propiedad privada? Ojalá. De momento, la lucha a muerte por el bien común, por la defensa de lo público, porque cada día vayamos ganando espacios de libertad y que eso de las revoluciones deje de sonarnos a marciano. No se pierdan este libro por nada del mundo, ¿vale? No se lo pierdan. Por favor.
Aquel Abril del 74
Decía Allan Poe que prefería las narraciones breves porque un buen relato ha de ser como una explosión. Un big bang que no deja nada como estaba antes. Pues eso encontramos en las trece historias que ha escrito Clara Morales en Ya casi no me acuerdo: la memoria que va más allá de cualquier límite. La imperativa urgencia del recuerdo. Casi lo mismo que se exige y nos exige Carlos Olalla con Mariposas en la niebla. Niños y niñas que fueron evacuados a Rusia en 1937, cuando la guerra andaba sin saber muy bien cuál sería el final. El exilio. Ese sitio del que nunca se regresa del todo. La rabiosa emoción de las injusticias históricas. La memoria del exilio en los poemas de Carmen Castellote que conocimos gracias precisamente a Carlos Olalla no hace mucho tiempo. Añado un título que viene al pelo de lo que estoy diciendo: Escenas del exilio español en México (1937-1962). Ha recogido James Valender diversos testimonios de ese exilio y convertido en espacios de reflexión para que el tiempo de la diáspora republicana no se convierta en nada.
Sigo con esta lista de títulos que arranco de mis propias pertenencias literarias. Libros como El tiempo de las fieras, de ese escritor descomunal que es Víctor del Árbol, que va con su libretita siempre a punto, como aconsejaba Jack London. Que te cuenta sus novelas cuando se las está inventando y no se equivoca ni en una coma al escribirlas. Empiezo a hablar de la memoria y pierdo el freno. Los malditos tiempos del olvido que vivimos. Vuelven los fascismos porque aquí nos hemos pasado años llamando democracia al posfranquismo. Por eso pierdo el freno cuando me sale la palabra memoria. La que Santos Sanz Villanueva nos trae para que sepamos —o recordemos— que en este país hubo una vez algo que se llamó en literatura realismo social y que luego, sin comerlo ni beberlo, sus propios valedores lo abandonaron agriamente, con el casi odio a muerte de los conversos. Por eso habría que leer Acoso y derribo. Pensamiento literario y disidencia política en la posguerra española. En esa línea anda Claves Ibéricas de la Guerra Civil. Memorias y narrativas: textos de varias autorías, coordinadas por Joan Oleza, que inciden —desde muchas perspectivas, también lingüísticas— en las también diversas aproximaciones literarias a lo que la guerra —"la nuestra"— está dando de sí para la ficción actual. No consiguieron derribar la fortaleza militar del franquismo, pero al menos intentaron abrir una puerta a la democracia en los cuarteles. Aquellos militares de la UMD que siguieron la estela de Abril 74 en Portugal (¡qué inmensa canción la de Lluís Llach!) y se enfrentaron a sus jefes con lo puesto, que era casi nada. O mucho: nada menos que su férrea convicción democrática. Se puso a contarlo uno de aquellos militares: Xosé Fortes. Y si leemos En la piel de los héroes. Una conspiración democrática en el ejército franquista conoceremos de primera mano el testimonio de aquel tiempo y de sus protagonistas.
Saco en este punto a uno de los poetas que más quiero y me tomo un respiro. Hablo de Jenaro Talens y Ritos de paso. Poemas de 2015 y 2016. Decir que es su mejor libro es arriesgado. Seguramente sí que lo es. Se mira a sí mismo y a lo que lo rodea sin compasión alguna. Ese "archivo convulso que otros llaman memoria". Lo dicho: uno de mis poetas favoritos desde que hace miles de años leí El vuelo excede el ala, un libro cortazariano del que no entendí nada y se quedó conmigo para siempre.
Y ahora sí que me tomo un respiro. Cómo cansa esto de escribir sobre libros sin tenerlos delante. Escribo de memoria, tal como los recuerdo. Son mis "pequeñas joyas escondidas", como llaman algunos amigos a los libros que me gustan y de los que suelo escribir, entre otros sitios, en Los Diablos Azules de infoLibre. Leo en las afueras del mercado. Ya sé que mercado es todo. Pero a mí no me come el terreno literario. Voy a mi bola. Que les den a las listas de éxitos. No tengo ninguna culpa de que nombren de mil maneras al capitalismo. También al literario. Aunque lo vistan de seda, capitalismo se queda. Una pausa, ¿no? Los dos dedos con los que escribo se me han quedado tontos.
Los sueños que vivimos
"El último día de su vida, Andrés Bouza se hizo a la mar temprano, sin dar importancia al oscuro presagio del cielo". No es la voz de Ismael cuando se convierte en el grumete de Ahab a la búsqueda vengativa de la Ballena Blanca. Ni las primeras líneas del fusilamiento de Aureliano Buendía en un Macondo con la memoria del hielo. Para nada es eso. Son las palabras con las que Montero Glez, uno de los mejores escritores en un país que vive literariamente anclado en los dictados del Ibex35, empieza Carne de sirena, la novela de uno de esos personajes que "aunque hayan dejado atrás los viejos sueños, nunca consiguen despedirse de ellos del todo". Y tampoco quienes leemos esos sueños en las páginas de una de las mejores "joyas escondidas" -digo de la de Montero Glez- que guardo entre mis cosas favoritas, como en un tema a lo grande de John Coltrane.
No muy lejos de esos sueños, los que movieron a Santini a salir de su pueblo murciano para buscarse la vida en otro sitio sin saber que a veces, demasiadas veces, eso será casi imposible. Lo cuenta Santos Martínez en Ropasuelta, y lo mismo hará, aunque en otro registro diferente, uno de los escritores que más amo: José Ovejero. En alguna ocasión hablé de la fascinación que me provoca lo que escribe. Y esa fascinación no mengua ni un segundo cuando leo Vibración: las voces que van de un sitio a otro y nos cuentan luego ese itinerario en el que a veces no hay camino de vuelta. Si hablamos de regresos, ya me tenía ganado de hace muchos años. Pero ahora, sólo con escribir el nombre de E. E. Cummings en su libro En el jardín del poeta, sigo atado a lo que escribe -y no sólo de crítica literaria- Juan Antonio Masoliver Ródenas. Hemos hablado por correo de nuestra infancia. De los regresos. De donde a lo mejor nunca nos hemos ido aunque tal vez se haya ido de nuestra memoria. "Busco un tiempo que no existe, / un lugar que no existe, / busco no existir, / regreso a todo lo que he olvidado / o jamás ocurrió…". Poemas que conmueven. Rabiosamente a ratos. Como toca a la poesía que no miente.
Las emociones: "No escribimos en las mejores circunstancias, sino a pesar de estas, y escogemos las palabras para construir, o reconstruir, las emociones que la vida desgarra, derrumba o amenaza". Lee Rubén García Cebollero lo que no está escrito en la poesía del mundo. Ahora lo escribe en Tuyo es mi corazón, su más reciente libro de poemas. De sueños que anclan en la derrota a sus personajes más queridos sabe mucho José Luis Muñoz. Dice el cante que veinte años no son nada. Y bien que lo demuestra él mismo en su último libro publicado (aunque eso nunca se sabe, dada la rapidez con la que escribe y publica): Lluvia de níquel. Ganó con esta novela el Premio García Pavón en 2003 y ahora regresa esta road movie de perdedores por las carreteras y los desiertos que llevan a Las Vegas. Cuando hablamos de novela negra o algo parecido y alguien quiere destacar lo que se cuenta y cómo se cuenta en algunas de ellas, aquí está lo que escribe Carlos Salem en el prólogo: "José Luis Muñoz ya lo hizo". Como algunos dices que hizo Dios. Ahí es nada. Que se lo pregunten a Víctor Claudín, que con Black Out roza la dureza a ratos insoportable de Jim Thompson y se queda tan pancho.
Buscarse la vida en los sitios que hagan falta. Y si es posible, sin perder la dignidad de los orígenes. Lo cuenta la historiadora Margarita Ibáñez Tarín cuando, en Lola Gaos. La firmeza de una actriz, se embarca en la hermosa tarea de recordarnos que, cuando en la dictadura franquista y luego en la transición las ilusiones de ruptura política se mantenían en activo, hubo una mujer que no sólo desde las pantallas de los cines sino desde la propia vida, de la suya y de la de mujeres como ella, luchaban porque aquella ruptura fuera posible. Y sin perder el hilo de los sueños, los que mueven a quienes recorren Mapas de asfalto, la última novela de Carmen Peire que ahonda en sacar a la luz los sitios abandonados en la puta intemperie y a las gentes que sin entregarse a la derrota los habitan. Más o menos, lo que lleva haciendo en todos sus libros Rosario Izquierdo, una de las escritoras que en medio de tanta literatura conformista más está dejando huella de imprescindible. Lean, si no, Pasión Nails, y a ver qué me dicen. Cosas buenas, seguro. Cosas buenas. Y ahora un poco de música, ¿vale?, para empezar el siguiente párrafo. ¡Ah!, disculpen, por favor. Se me olvidaba añadir al apartado de Lola Gaos otro nombre que para mí era una incógnita y ya no lo es gracias al magnífico y entusiasta trabajo investigador de Irene de Lucas Ramón. ¿Habían oído hablar de Helena Cortesina? Pues yo tampoco hasta que leí Helena Cortesina. Una cineasta pionera en España. Y ya, ahora sí, vamos con la música. Que no falte de ná en este recorrido literario qua a este paso va a ser más largo -no sé si tan pesado, seguramente sí- que los inacabables paseos de Proust por su tiempo perdido. Y no sé si por el nuestro. Por cierto, quienes hayan leídos enteros sus siete títulos y hayan sobrevivido al intento que levanten la mano, ¿vale? Bueno, si a ustedes les parece, pasamos a la música, que ya es hora.
De nada conocía a Monty Peiró. Mis fuentes de información libresca no son los suplementos literarios. Ni las reseñas que salen en los medios más convencionales. Ni esos minutos en la tele que según me cuentan ocupan el espacio que cuando yo era un crío ocupaban los dibujos animados de unos niños y unas niñas metiéndose a saltitos en la cama. Son las voces amigas mis fuentes de información literaria y fue una de esas voces la que me habló de un libro y una cantante que me sonaban a chino. Busqué vídeos y el libro. En esos vídeos aparecía Monty Peiró a guitarrazo limpio con el mundo. Y en El diablo vino a mí una de las mejores crónicas sobre la música "moderna", y el papel que las mujeres juegan en ella, que he leído nunca. Hay otra música, la que ya consideraba Poe imprescindible incluso para la narración en prosa, en los poemas de Bibiana Collado Cabrera. Las mujeres -más que una mujer sola- en sus textos narrativos y en sus poemas. Lo que espera al otro lado de los cuentos chinos del meritoriaje: "Alguien que dice de fondo: sois jóvenes, / tenéis toda la vida, saldréis adelante. / Yo me estremezco, te miro y pregunto: / ¿saldremos?". La pregunta está en su libro Chispitas de carne. Búsquenlo y añadan sus propias respuestas a los interrogantes de una poesía que no tiene desperdicio. Tampoco lo tiene -el desperdicio, digo- un pequeño libro titulado Tortugas. Las redes no tienen por qué ser siempre una emboscada. Bien que lo cuenta Isabel Alba, una de las escritoras que más atención se merece en el panorama -¿rancio?- de la literatura española contemporánea. Tampoco lo que en los años setenta del pasado siglo le esperaba a "la locura" fuera de los "manicomios" era una emboscada. La lucha por derrumbar los muros que separaban el adentro y el afuera de esos recintos tenebrosos. Con El muro nos acerca Rosana Corral-Márquez a aquel tiempo en que pensábamos que alguna batalla -como dije antes que decía Sartre- ganaríamos a los rastros oscuros que nos dejaba la dictadura franquista.
De esa dictadura, precisamente, sabe mucho –y tanto que sabe y ha escrito– el historiador Francisco Espinosa Maestre. Lo último, que yo sepa, es 1936. La columna camino de Madrid. Aborda el avance sangriento de los rebeldes militares, que los llevó de Badajoz a Talavera de la Reina y a Toledo. Personajes contradictorios como el jesuita Huidobro Polanco y otros tan fanáticamente sanguinarios como el general Varela ocupan las páginas de un libro que según Paul Preston resulta imprescindible para conocer y entender mejor los momentos más crudos de la represión fascista cuando el golpe de Estado y la guerra que vendría luego. Y de nuevo las palabras de Preston como preámbulo al libro Memoria del olvido. Fue publicado en 2004, con motivo de unas Jornadas sobre memoria histórica celebradas en la Universidad de Valladolid, y ahora regresa remozado en algunos puntos y con el extenso y magnífico prólogo del historiador británico: "… el pacto del olvido no deja de llevar consigo la inmensa injusticia de que las víctimas que tuvieron que silenciar sus penas durante casi cuarenta años tuvieron que seguir callándose, frente a los mismos vencedores o sus sucesores que seguían ocupando el espacio público". Antes de pasar al otro párrafo, métanse en las páginas de una novela sorprendente: por buena, por arriesgar el autor en una escritura mágica cuando habla del daño insoportable de una guerra (¿cuál va a ser?), porque estoy seguro de que David Uclés y La península de las casas vacías van a formar parte importante de nuestra literatura más contemporánea.
De esa guerra, precisamente, regresan los acólitos de aquellos que esgrimían orgullosamente los puños y las pistolas. Los del tiro en manada, nunca de uno en uno. Sacaron al jefe de su tumba aristocrática y se lo llevaron de allí como al caudillo de todas las escuadras. Cuando leo Presentes, de Paco Cerdà, tarareo Adivina, adivinanza, la canción de Sabina que no sé si recuerdan. Cuando los sótanos madrileños de La Mandrágora. Siempre tengo a Javier Krahe en la memoria. Andaba por allí. Yo no, Krahe. Mi querido hermano. No sé cuánto hace que leí Gaznápira. Una rareza narrativa de Andrés Berlanga en los años ochenta del pasado siglo. Ahora leo Pólvora mojada. Los años estudiantiles cuando la dictadura franquista. Fue publicada en 1972 y masacrada por la censura. Ahora está todo en la que acabo de leer. Si pueden, no la dejen pasar como si nada, ¿vale? Del lodo de aquellas guerras, están llegando las algaradas de fanatismos autoritarios a todas partes. Desde todas partes. En Jaque a la democracia, Joaquim Bosch nos lleva a lo que está pasando en todo el mundo con los (re)surgimientos del autoritarismo, de los odios racistas y xenófobos, del diario cataclismo que supone la actuación de la extrema derecha planetaria, de la necesidad de disponer un buen y seguro andamiaje desde el que no sólo resistir sino desde el que actuar enérgicamente frente a esas derivas autoritarias que rozan el fascismo y hasta el propio nazismo en muchas ocasiones.
De los cuerpos y otros ejercicios nada espirituales
Lo dije hace un rato. Leo lo que me salta a la cara en una librería, en un banco de las plazas donde ponen libros para que la gente se los lleve. Leo sobre todo lo que me dicen los amigos que he de leer. Hacía tiempo que no sabía nada de Eduardo Romero. Lo conocí, junto a otra gente, en Oviedo. Colectivo Cambalache. Buena gente. Fui allí con una de mis novelas. No me pregunten cuál. Ahora acabo de leer -casi rematando ya estas líneas infinitas- un librito de apenas 53 páginas. Lo de "librito" lo dice el mismo autor. Los cuidados. Tan cada día más necesarios. Un anciano y la mujer que lo cuida. El cuerpo que se mueve al ralentí. Que casi no se mueve. "Tengo miedo", dice a veces. No se pierdan centímetro a centímetro. No se lo pierdan. Y enlazando con eso, otro cuerpo, otros cuerpos que se mueven como si moverse del sitio fuera una aventura vivida entre la ironía y ese dramatismo que subyace en las grandes narraciones que conocemos de otras manos maestras. Ese "misterio que significa vivir cada día", escribe Sònia Hernández en Ejercicios de inmovilidad. Conozco a esta escritora de ejercicios literarios anteriores lo mismo de solventes. Qué gusto uno de los más breves en este volumen, El vuelo de los vencejos: historia trenzada entre el misterio policial de las habitaciones cerradas y la escritura sincopada y profunda de Annie Ernaux o Marguerite Duras.
Vuelvo a mis fuentes de información. Un amigo me dice: lee esto. Y lo leo. Sabe Erich Hackl mucho de libros. Ya me habló, en la misma comida que compartimos no hace mucho en València, del libro de Eduardo Romero. Por eso escribo aquí cuatro líneas de otro libro inesperado: Los últimos románticos. La autora: Txani Rodríguez. ¡Qué buenos son muchos de esos libros inesperados! Otra vez el cuerpo, ahora la conciencia de clase, los cuerpos vivos y los que duermen eternamente en las cunetas del desprecio. Hay película que aún no he visto. En cuanto pueda, faltaría más. Creo que es muy buena. Lo he leído en algún sitio. Nada inesperado fue Los íntimos. Para nada lo fue. Recorrer el propio itinerario por los peligrosos andurriales de las vidas literarias. Y de las otras. Y la de ella misma. Hablo de Marta Sanz. Siempre dispuesta a abrir en canal aquellas vidas, sin que la suya quede al margen de ese bisturí que anatomiza lo que haga falta y no admite tonterías, ni sobornos, ni gilipolleces de ninguna clase.
Manuales de urgencia para la lectura y la escritura
Siempre se habla de la escritura y muy pocas veces del oficio de leer. Porque leer es un oficio. Hay que conocerlo bien para que no nos metan mercancías literarias averiadas. Por eso está lo que dice Constantino Bértolo en Espía en país enemigo: "¿qué se nos está contando con lo que se nos cuenta?". Y es aquí cuando interviene la persona que lee, su propio contexto y no sólo el de quien cuenta la historia. El libro son los apéndices que escribió para la ya mítica colección Tus Libros de la Editorial Anaya. Los tengo casi todos. Eran -son- auténticas maravillas. Sus ilustraciones. La tapa dura. Títulos imprescindibles de la literatura universal. Y seguimos con los dos oficios: el de escribir y el de leer. Lo vemos muy bien visto en El arte de la escritura. Lo que ha hecho Jofre Casanovas es juntar una serie de textos de escritores y escritoras absolutamente imprescindibles para que al gusto de leerlos añadamos el de conocer de primera mano el sentido de esa escritura. Desde Louisa May Alcott a Virginia Woolf, pasando por Jack London, Rilke, Allan Poe y muchos otros nombres igual de necesarios.
El patio de los afectos eternos
Es seguramente el patio más personal de mi recreo. Como la canción inmensa de Antonio Vega. Esto se está acabando (¡ya era hora!, dirán ustedes, santos Job de la paciencia infinita) y quiero recordar que hubo un escritor de los grandes del que casi nadie se acuerda. Fue mi amigo, uno de los que más. Se murió en 1996 a los cincuenta años. Se llamaba Raúl Núñez. Me río de esos reseñistas que hablan de los "malditos" de la literatura y no tienen ni idea de quién es Raúl Núñez. Que estudien en vez de decir tonterías. La editorial Efe Eme va a sacar todo lo que escribió este argentino al que la vida le importaba un vaso de vino peleón. Ahora tenemos la oportunidad de leer su novela inédita. Me eligió, en el instante de su muerte, su heredero. El amigo Juan Carlos, su camarada insomne de las noches valencianas, fue el notario que asumió la tarea de trasladarme la última voluntad de Raúl. Nada menos: su heredero. Dejó los cuatro restos de una soledad infinita y una novela inédita: Fuera de combate. Así nos deja la lectura de esta historia: K.O. total. Si la leen, pónganse casco protector y algo para que los dientes no se los vuelen las páginas de esta novela delirante. Y abro la puerta a ese otro patio que no he abandonado en toda mi vida…
¿Literatura 'profidén'? ¡No, gracias!
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… ya he escrito muchas veces que sólo leí, durante muchos años, aquellas novelitas del Oeste, del FBI, de Ciencia-Ficción que me enseñaron a amar la literatura que luego, muy tarde seguramente, iría cayendo en mis manos. La Asociación Cultural Hispanoamericana Amigos del Bolsilibro (ACHAB) sigue publicando aquellos auténticos y modestísimos manuales de escritura. El último: El hombre sin rastro. Seis relatos de Cliff Bradley. Su nombre autentico era Jesús Navarro Carrión-Cervera. Que yo sepa no es familia mía. Eso sí: nació en Chiva, un pueblo muy cerca del mío -el 29 de octubre medio arrasado por la maldita Dana- en el que tengo grandes amigos y amigas desde hace la tira de años. Algunas de sus novelas fueron llevadas al cine. Sus hijos escriben una breve introducción a este volumen: "De nuestro padre siempre recordaremos su luminoso despacho, repleto de libros, y su máquina de escribir Olivetti que tecleaba sin descanso para sacarnos adelante a nosotros y a nuestra madre. Nunca lo olvidaremos.". Ni yo esas seis novelas de El hombre sin rastro.
Feliz Navidad…
En su libro, citado más arriba, escribe Sònia Hernández: "No podemos acordarnos de todo". No sé cuántos libros, cuántos nombres de quienes los escribieron, se me han olvidado a la hora de pasarlos a estas páginas de Los Diablos Azules. Acepten si gustan, esos nombres y ustedes, mis disculpas. Y sobre todo: no creo que nadie haya podido llegar al final de este inacabable recorrido por mi memoria lectora. En todo caso, a quienes lo hayan conseguido y a quienes se quedaron en el camino les ofrezco lo mejor que tengo a mano en días como estos: el amor, el infinito, insobornable amor por los libros. Que tengan ustedes -a pesar de las comidas y las cenas familiares- una Navidad feliz, ¿vale? Pues eso.
* Alfons Cervera es escritor. Su último libro es 'El boxeador', editado por Piel de Zapa.