Almodóvar salda con 'Extraña forma de vida' la deuda que el 'western' tiene con algunos de nosotros
En el western crepuscular Grupo salvaje, dirigido por Sam Peckinpah, encontramos el que es para mí uno de los momentos más conmovedores de la historia del cine. Robert Ryan y William Holden fueron amigos en el pasado y ahora se encuentran en lados opuestos de la ley. De hecho, la misión de Robert Ryan es capturar a William Holden. Durante su huida, Holden recuerda en un flashback sus correrías de antaño. Para aquel tipo de hombres, y para hombres como el propio Peckinpah, salir juntos de putas era el epítome (homosocial) de militancia hetero. En el flashback, Holden recuerda aquellos días como un ideal. Y, aquí está la belleza del fragmento, cuando acaba la secuencia, en lugar de volver a Holden, el flashback concluye con un plano de Ryan: ambos recuerdan lo mismo, su pasado de dicha se funde en una evocación compartida. Se trata de una secuencia sobre la que muchos hemos escrito al hablar del potencial queer del western: su impacto procede no ya de lo que dice, sino de lo que leemos entre líneas, de lo que adivinamos o simplemente imaginamos.
Por supuesto los protagonistas aquí no tienen nada de homosexuales, pero ahí hay algo que trasciende la mera masculinidad y sus rituales, espina dorsal del género, y si no lo queremos llamar amor es quizá porque no todos tenemos corazones igualmente sensibles o etiquetamos los afectos de manera idéntica.
Los artistas menores plagian, los grandes roban, los mejores hacen suyo lo ajeno. Almodóvar vuelve sobre este momento en Extraña forma de vida y lo hace suyo. Aquí, el recuerdo lo comparten Jake, que se ha convertido en honrado defensor de la ley y el más marginal Silva, que llega tras atravesar el desierto. Pero mientras que en Grupo Salvaje los lazos de camaradería homosocial se consolidan cuando el sexo de ambos hombres converge en el cuerpo de las prostitutas, aquí las prostitutas entienden perfectamente el fondo de la escena, y esta vez hacen mutis por el foro y dejan a los jóvenes cowboys a solas para uno de los momentos más gozosos de toda la filmografía de Almodóvar. Empapados de vino, por dentro y por fuera, los jóvenes Jake y Silva dan rienda suelta a una pasión. No, no es el primer western queer. Los aficionados darán títulos de una larga tradición, unos más plausibles que otros. Tampoco es la primera vez que un western incluye relaciones homoeróticas. Pero quizá es el momento en que tradición y apropiación de cierto contenido convergen de manera más vívida.
Extraña forma de vida es un festín de cinefagia, una relectura de temas y motivos del género que cita con el entusiasmo de fan. La crítica vuelve una y otra vez sobre la situación de Brokeback Mountain, sin duda presente en el diálogo, pero en realidad la película de Ang Lee era un melodrama cuya visión de la pasión compartía el punto de vista público, distante, de su director. Más que ésta, en la base dramática de la película convergen motivos que vienen de My Darling Clementine, Johnny Guitar o The Tin Star. Las citas a veces son meras frases, que recordamos de grandes momentos, y que inciden en la técnica almodovariana de la recontextualización. Incluso la banda sonora de Alberto Iglesias “morriconnea”, no sólo con toques que recuerdan el sello de género de The Hateful Eight, sino al evocador tema de Deborah Once Upon a Time in America. Que se relaciona con el pasado que aquí se evoca con emoción.
Desde su inicio, la película muestra sus cartas enmarcándola como ficción estilizada. Primero, como en casi cualquier western que se precie, como en Johnny Guitar, en Raíces profundas, en Rio Bravo, como en Centauros del desierto, o El bueno el feo y el malo, un extraño llega desde los espacios salvajes. Este western es todos los westerns. Pronto el pasado y las emociones se desbordarán en la trama: saltarán chispas, estallarán reproches. Y algunas de estas películas nos introducían en el mundo de ficción con una balada. La balada implica algo que puede no ser objetivamente cierto pero que tiene un intenso contenido emocional que nos introduce en la historia. Aquí la balada es el fado Estranha forma de vida, en la voz de Caetano Veloso, que brota de los labios desbordados de Manu Ríos, que funciona como maestro de ceremonias ajeno a la historia. Podría ser un momento camp y no lo es. En parte porque Ríos aporta la iconografía exacta de una imagen querúbica que se encuentra fuera de la trama y el mundo. La canción, sus labios, lo bien que le sienta el sombrero y eso tan hermoso que la luz hace cuando acaricia su rostro dan a la historia un carácter de antigua balada, como una estampa religiosa o un cartel publicitario de México en los años treinta. Manu Ríos es forma, color y paz, y da perfectamente el tono de lo que sigue.
Mutaciones, amor y descenso al infierno: el 'otro' Cannes que no es Indiana Jones
Ver más
Luke y Silva son encarnados por Ethan Hawke y Pedro Pascal, los dos hombres que comparten un pasado. Aunque la película dura apenas treinta breves minutos, la trama sería suficiente para un largometraje y abarca un pasado que se remonta veinticinco años, e incluyó dos meses de dicha, una separación, y una rivalidad. Esta última se produce porque el hijo de Silva ha asesinado a la cuñada del sheriff Jake, que se ve obligado a arrestarlo tanto porque es su deber como porque prometió a su padre cuidar de su hermano. En tan breve desarrollo, los detalles no importan y aquí se manejan con desenfado. Silva tiene algo de madre almodovariana que lo haría todo por su hijo, aunque esto le enfrente al amor de su vida.
Hace mucho tiempo que Almodóvar ha expresado cierta ambivalencia ante la idea de trabajar en inglés, y como su previo corto, La voz humana, resulta inevitable ver en Extraña forma de vida una especie de ensayo. El inglés de Almodóvar suena igual de personal que su español. Del mismo modo que la lengua de Almodóvar a veces parece evocar la del doblaje o el tipo de cine que devoró en su infancia, aquí el inglés tiene elementos que desafían la naturalidad, que suenan a doblaje, a lengua de segunda mano. Es algo que, si es bien entendido, contribuye perfectamente al acabado de este extraño cortometraje perfectamente formado, pródigo en detalles exquisitos. Mucho más que un mero ejercicio, Extraña forma de vida salda la deuda que el western tiene con algunos de nosotros, lo completa, lo hace un poco más de todos.
(Como les comentaba hace un par de días, Cannes aprieta pero, de momento, no asfixia: acaso conmovido por las protestas de la crítica internacional nos ha concedido dos pases extra de la película de Almodóvar. Y cuando las cosas se hacen bien, también hay que decirlo).