Cuando el cine se moja con la salud mental: "No puede ser una cuestión privada, sino de la Seguridad Social"

"Antes no había tiempo para tonterías, ahora todo son problemas que afectan a la salud mental. ¿Que llega el verano? Anorexia. ¿Que llegan los exámenes? Ansiedad. Tengo en la oficina a un tío que lleva dos mese de baja porque dice que la agobia la vida. Ya nadie sabe buscarse la vida sin ir al psiquiatra". Esta breve diatriba, así soltada sin más en una cena entre amigos, provoca un momento de tenso silencio roto por una confesión que algunos sabía pero otros no: "Pues yo voy al psiquiatra desde hace años. En realidad vamos toda la familia desde que diagnosticaron a nuestro hijo depresión por un caso de acoso en el colegio". La tensión cambia de bando, puede sentirse cómo fluye en el ambiente de vuelta al punto de partida, que trata de zafarse como buenamente puede: "Es que eso es distinto".
Sirva esta escena cotidiana, esta conversación distendida que sin darse cuenta alguien empuja hacia un callejón sin salida, para poner el foco en el desconocimiento social que sigue campando a sus anchas en todo lo referente a la salud mental. "Te conozco, y sé que ibas a pensar que tu amigo es un blando y su hijo un débil por no saber afrontar los problemas", le confiesa su mujer (Andrea Bronston) de vuelta a casa en el coche a su marido, el metepatas que se cargó la velada (Fernando Guillén-Cuervo), que todavía insiste en su obstinado empecinamiento: "Todos hemos tenido problemas, lo normal en el colegio, pero se nos olvidaban a la salida y aquí me tienes".
Así comienza el cortometraje Esto no me puede pasar a mí, dirigida por José Cabanach y escrita por él mismo junto a Ana González-Pinto, catedrática en Psiquiatría de la Universidad del País Vasco y directora médica de esta producción audiovisual, realizada por la Fundación Española de Psiquiatría y Salud Mental (FEPSM), que pone el énfasis en el estigma sobre la salud mental que se vive dentro de las familias y también de puertas para afuera, en una sociedad que de manera aún demasiado amplia (siempre será demasiado amplia) sigue viendo cierta deshonra en las enfermedades mentales. Pero no podremos ser una sociedad verdaderamente saludable hasta que esa huella desaparezca.
"Hemos elegido un tema muy común, porque hay muchas personas que consideran que las enfermedades mentales son algo que les ocurre a los otros, pero no a ellos. Incluso, como le ocurre a muchas personas, consideran que es algo que tiene más que ver con la debilidad, que no es algo que puede realmente sobrevenirte, a pesar de que tú puedas tener un carácter más fuerte o más débil, más o menos consolidado. Pero el caso es que te puede ocurrir", apunta a infoLibre la doctora González-Pinto, para quien el corto da un "mensaje tremendamente potente" relacionado con la "falta de comunicación y de empatía" que tenemos en tantas ocasiones, lo que lleva a que mucha gente no se atreva a contar lo que les ocurre, tanto a familiares y amigos como profesionales sanitarios. "Y precisamente no pedir ayuda empeora el pronóstico", apostilla.
De esa falta de empatía habla a infoLibre también Bronston, para quien "hay gente que la ha perdido por completo", seguramente desde puntos de inflexión tan concretos como el confinamiento pandémico o la tormenta Filomena. "Hace falta tener empatía en el mundo a todos los niveles, con las personas, con los niños, con los animales, porque se ha perdido mucho. 'Empatía' es una palabra muy importante y muy decisiva", defiende la actriz. lamentando a su vez la "falta de cultura de salud mental" que lastra todas nuestras relaciones, sociales y familiares en general, y paterno-filiales en este caso en particular. "Si un niño no se atreve a decir en casa que tiene un problema, ¿cómo lo descubren sus padres?", plantea.
Y es que, en un momento dado, un suceso traumático acaba con el hijo de la pareja protagonista gravemente herido en el hospital y nadie sabe muy bien qué demonios ha pasado. Es entonces cuando cobra todo el sentido un título como Esto no me puede pasar a mí, cuando la incomunicación se convierte en pesadilla y el silencio abruma por su volumen ensordecedor, justo antes de que las palabras comiencen a brotar de algún recóndito rincón por pura supervivencia. "No es fácil estar a la altura de lo que se espera de mí en la vida en general. que todo sea perfecto. amigos, deporte, exámenes, familia, que todo vaya genial, ser el chico diez", admite Iván, el hijo adolescente (Martín Tena), al fin compartiendo sus sentimientos ante los profesionales.
Porque después de un primer corto centrado en el trastorno bipolar (Primavera intermitente), la FEPSM pone con Esto no me puede pasar a mí el foco en el suicidio infantil o juvenil. "Realmente este es un problema que tenemos en este momento en la sociedad, porque con las redes sociales tenemos unas herramientas muy potentes que pueden ser muy útiles para comunicarnos e informarnos pero, por otro lado, eso ha conllevado el problema secundario de la falta de presencialidad. Lo vimos muy bien en la pandemia, cuando hubo un brote de problemas de enfermedades mentales en adolescentes. Fue como la exageración de lo que está ocurriendo", señala González-Pinto. Y continúa: "No es que las redes sociales sean malas, ni muchísimo menos, pero que sustituyan otro tipo de comunicación que ha sido tan útil para el ser humano a lo largo de miles de años es lo que tenemos que cuidar. Tenemos que cuidar el encuentro, el contacto entre las personas, que realmente es algo muy útil".
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Tercia en este punto Bronston para reclamar "visibilidad" para este tipo de problemas, denunciando que "los colegios no están pendientes de los críos que están mal, que sufren buylling y tienen el miedo de no poder contárselo a nadie". "Si no se abren en casa ni en el colegio, hay que llevar a los niños a los psicólogos para intentar que lo hagan, hay que tener la voluntad de ver que al niño le pasa algo", agrega, al tiempo que lamenta que aunque poco a poco se vaya hablando más abiertamente de salud mental, "no sea mucho tampoco". "Yo tengo una amiga con hijo bipolar que es mayor ya, y no veas los problemas. Hay que abrir la psicología y la psiquiatría mucho más a la gente, no puede ser una cuestión privada, sino que tiene que ser una cuestión de la Seguridad Social, para que nos demos todos cuenta de que los niños tienen que hablar, como también los mayores", argumenta.
Muchas veces se confunde la enfermedad mental con el sufrimiento
Esa visibilidad está en la base de cualquier tipo de avance y consolidación en salud mental. Así lo entiende González-Pinto: "Si tú tienes un hijo con un tumor o un cáncer, evidentemente tienes primero que aceptarlo para poder hablar de ello, pero luego lo entiendes como algo que te ha ocurrido y que a lo mejor de alguna forma las personas que te quieren te van a ayudar. En salud mental se tiende a ocultar mucho más. Ahora se está empezando a ver más, gracias también al apoyo de muchas personas del arte, la cultura o la comunicación, que están ya contando si han tenido un episodio psicótico o maníaco... todo eso nos permite identificarnos con personas que tienen éxito pero también tienen problemas. Eso ayuda a aceptar que también te puede ocurrir algo así, en definitiva".
Y termina la doctora: "Hablamos más y, evidentemente, eso hace que afloren cosas que antes no estaban ahí. Al mismo tiempo, sí que hay se ha medido en la época de la pandemia un cierto incremento de las enfermedades mentales en algunas poblaciones concretas, principalmente adolescentes y mujeres, si bien parece que ya se ha estabilizado. Además, se están haciendo muchas intervenciones, se está planteando establecer currículos emocionales en las escuelas... porque lo que falta es también cultura. Muchas veces se confunde la enfermedad mental con el sufrimiento, que es algo normal que nos ocurre a todos los seres humanos. Saber diferenciar entre una cosa y otra es útil, lo mismo que podemos diferenciar entre tener un poco de taquicardia o un infarto de miocardio. Para todo esto. adquirir cultura nos va a ayudar siempre".