De 'El 47' a 'La sustancia': el cine social arrasa en los Goya y se abre paso también en los Oscar

Fotograma de "La sustancia"

Las cifras de taquilla de las cinco nominadas a Mejor Película en los Goya ya avisaban. La infiltrada, El 47, Casa en llamas, La estrella azul y Segundo premio fueron capaces de llevar a 2,4 millones de espectadores hasta las salas para aportar entre todos 15,7 millones de euros a las arcas del cine español. Un 122% más de recaudación y un 121% más de asistencia para disfrutar, principalmente, de las dos historias que terminaron compartiendo gloria 'ex aequo' ante la imposibilidad de desempatar como Mejor Película: una sobre terrorismo etarra con una mujer pionera que se adentra en las entrañas de la banda y otra sobre la lucha vecinal de los barrios en las grandes ciudades españolas en desarrollo (con Barcelona en particular en este caso) de los años setenta del siglo pasado, 

La Academia de Cine y el público se pusieron de acuerdo, sin que sirva de precedente pero ojalá. No en vano, La infiltrada fue la segunda película española más taquillera de 2024, mientras El 47 se quedó en la séptima posición. Una especie de idilio en el que el gusto general coincidió con el de la crítica, gracias también a las otras tres finalistas: el drama de relaciones hogareñas de Casa en llamas, la historia de música y amistad en la Granada de los noventa de Segundo premio, y la fábula libertaria en busca transatlántica de la canción perdida de La estrella azul. Cine social, político, comprometido, también familiar en el más duro sentido de la palabra, así como evocador y bucólico como solo el séptimo arte puede.

Se premió también en los recientísimos Goya a Emilia Pérez, Mejor Película Europea, convertida así en el epicentro de su propio huracán mediático en el directo nexo entre los premios más importantes de la industria cinematográfica española y los que están por venir en la Academia de Hollywood en la madrugada del 2 al 3 de marzo. Porque la cinta francesa (no mexicana, aunque así se esté instalando en el imaginario colectivo) de la que todo el mundo habla es la principal favorita para los Oscar al ser la más nominada. Hasta en trece categorías, incluyendo el nada habitual doblete como Mejor Película y Mejor película de habla no inglesa, liderando las apuestas (está por ver cómo afecta finalmente el descalabro público de Karla Sofía Gascón), por delante de Wicked y The Brutalist, con diez cada una.

Emilia Pérez, dirigida por el francés Jacques Audiard y que no cesa de acumular premios y polémicas, se centra en un jefe de un cártel mexicano que hace la transición a mujer e intenta convertirse en un modelo de virtud, ayudando a encontrar a algunos de los miles de asesinados y desaparecidos, hasta medio millón de personas en total, por culpa de la violencia del narcotráfico que él mismo ejerció en su 'vida anterior' como hombre. Un tema social, en esencia, pues ha puesto en el foco la transfobia imperante en todo el mundo, provocada por una ficción que ha polarizado a la opinión pública como pocas en los últimos años. Un relato también con su mirada feminista, pues son las mujeres las que encarnan el bien y la redención frente a la impiedad del heteropatriarcado.

Una historia en la que el cuerpo femenino está igualmente en el centro y que conecta a Emilia Pérez con Elisabeth Sparkle, esto es, Demi Moore, la protagonista de La sustancia, quien bien podría adelantar por la derecha a Karla Sofía Gascón y compañía en la gala de galardones más importantes de la temporada (como acaba de hacer en los Critics Choice Awards en los que, en cualquier caso, la producción francesa continuó cosechando reconocimientos). Batallas de premios aparte, La sustancia es un film de denuncia social y terror corporal que lanza litros de sangre y rabia contra los cánones de belleza y muestra la monstruosidad del canon heteronormativo, con su protagonista convertida en el símbolo perfecto para aunar realidad y ficción, pues encarna a una celebridad de Hollywood en decadencia que, despedida de su programa de televisión por su edad tras cumplir cincuenta años, consume un suero adquirido en el mercado negro que promete crear una versión rejuvenecida de sí misma. Una transformación para mantenerse más joven, más hermosa y en definitiva más perfecta a los ojos de un mundo en el que la imagen todo lo gobierna.

Tienen los Goya y los Oscar otro puente que cruza desde Madrid hasta Los Ángeles, pasando por Río de Janeiro. Porque en los galardones de nuestro cine también fue reconocida como Mejor Película Iberoamericana Aún estoy aquí, la cinta brasileña que comparte con Emilia Pérez el honor de ser la décima y la undécima de toda la historia en aspirar en una misma edición a Mejor Película y Mejor película de habla no inglesa (que esta coincidencia se dé en un mismo año es ya rizar el rizo). Este film, que aúna discurso político y social, está basado en las memorias de Marcelo Rubens Palva, hijo del diputado Rubens Palva, capturado y asesinado por la dictadura militar de Brasil en 1971. La trama mira a la esposa del político y madre de sus cinco hijos, Eunice, obligada a reinventarse y a crear un nuevo futuro para ella y su prole, transformándose así desde la tragedia personal en un símbolo compartido que ayuda a reconstruir una parte importante de la historia colectiva del país sudamericano.

La mirada hacia los problemas comunitarios que en España ha conseguido que millones de espectadores miren atentamente a las pantallas de las salas es en realidad una tendencia internacional. Una conexión especial que da valor añadido al acto cinéfilo en sí mismo. En algunos casos más evidente, en otros apuntalando el trasfondo. Entre ambos extremos se encuentra Anora, inesperada ganadora en los Critics Choice Awards entregados hace una semana en Santa Mónica (al ladito de Hollywood, para que quede clara la progresiva aproximación). Sam Baker ganó la Palma de Oro en Cannes en 2024 con esta cinta que nos cuenta la turbulenta historia de amor entre una stripper y el hijo de un oligarca ruso entre Nueva York y Las Vegas. El trabajo sexual como telón de fondo de una relación, pero en primer plano una sociedad capitalista en la que el propio cuerpo es lo primero que se vende si hay dinero para comprarlo. Comedia romántica y thriller de mafiosos con Ani, la mujer protagonista, convertida en una Julieta del siglo XXI que, aunque se niega a renunciar a su Romeo, encara un incierto final con una buena carga de crítica social.

Sin tener la misma presencia mediática que las anteriores propuestas, Nickel Boys bien podría ser la tapada de esta próxima edición de los Oscar. No en vano, este drama histórico y social dirigido por RaMell Ross ha ido consiguiendo premios en el circuito de festivales independientes, donde ha resonado con fuerza la poderosa amistad entre dos jóvenes afroamericanos que atraviesan juntos las duras pruebas de un reformatorio de Florida (Dozier School for Boys, dramáticamente real allá por los años sesenta). Basado en la novela de Colson Whitehead ganadora del Premio Pulitzer, este filme relata cómo ambos jóvenes intentan sobrevivir a los horrores de la escuela y sus administradores corruptos. Y aunque no ha sido en absoluto un éxito comercial, ya fue nominada a Mejor Película Dramática a los Globos de Oro y ahora se ha colado en la terna final para ser la cinta del año bajo los rutilantes focos de Hollywood, donde las historias de denuncia siempre parecen encajar perfectamente.

Incluso Wicked, la fantasía musical que ejerce de precuela sui generis del Mago de Oz, se desarrolla en un contexto que encaja perfectamente con estos días inciertos que vivimos en el primer cuarto del siglo XXI, pues en ella Ephaba (Cynthia Erivo), una niña de color verde que terminará convirtiéndose en la Malvada Bruja del Oeste, se impone a la dictadura impuesta por el Mago de Oz (Jeff Goldblum), un dirigente que atenta contra los derechos de los animales parlantes hasta el punto de promulgar leyes para su arresto y posterior exterminio. Ephaba es así una revolucionaria en lucha contra el régimen autoritario y un símbolo que alerta de las peligros de los gobiernos individualistas basados en personalismos.

El cine español es tan bueno que empata en los Goya: 'El 47' y 'La infiltrada' comparten gloria 'ex aequo'

El cine español es tan bueno que empata en los Goya: 'El 47' y 'La infiltrada' comparten gloria 'ex aequo'

También conecta con la actualidad colectiva del presente esa obra magna que es The Brutalist, en la que Adrien Brody es un arquitecto judío nacido en Hungría que sobrevive al Holocausto y tras el final de la Segunda Guerra Mundial emigra a Estados Unidos persiguiendo junto a su mujer el (ahora mismo tan desdibujado) 'sueño americano'. Una película que nos sirve de espejo pues llega en un momento de combustión mundial con un personaje como Donald Trump expulsando a personas sin papeles saltándose todas las leyes, tratando de poner paz entre Rusia y Ucrania y proponiendo salidas imposibles al conflicto perpetuo sin solución entre Israel y Palestina (donde casi un siglo después, muchos judíos parecen haber olvidado los horrores de los que escapó el personaje de Adrien Brody).

Entre las favoritas para este año en los Oscar también está A complete unknown, que es en realidad revolucionaria en sí misma al contarnos la vida del Bob Dylan contracultural de los años sesenta. No faltan tampoco las intrigas familiares para salvar el universo de ciencia ficción de Dune: Parte Dos. Y la guinda la ponen los mil y uno tejemanejes que se producen en Cónclave en la cúpula de la Iglesia Católica cuando llega el momento de elegir a un nuevo Papa para conseguir la fumata blanca: pura batalla social y política en realidad, pues los perfiles de los aspirantes están tan marcados entre conservadores y menos conservadores que no dejan de ser una traslación a lo más alto de la jerarquía eclesiástica de lo que pasa en el día a día de millones de personas anónimas. 

Y esa es la clave, en definitiva, por la que el cine que llamamos social, ese que nos cuenta los grandes temas que nos apelan como colectividad, nos atrapa con más fuerza, nos hace reflexionar y nos resulta más convincente cuando consigue que le prestemos la más mínima atención. Porque es entretenimiento, sí, pero a su vez también una manera de vernos a nosotros mismos y a nuestras preocupaciones en la gran pantalla. Y eso, al final del día, para qué negarlo, nos gusta a todos.

Más sobre este tema
stats