Daniel Innerarity: "Trump o Milei parecen 'outsiders', pero repiten fórmulas de autoritarismo conocidas"

Daniel Innerarity.

El cambio tecnológico afecta a un valor fundamental de las sociedades democráticas: la capacidad de decidir. Cada vez más decisiones, cotidianas o políticas, son automatizadas y se delegan en sofisticados artefactos. A partir de la reflexión acerca del concepto de decisión democrática, Daniel Innerarity (Bilbao, 1959) elabora una filosofía política de la inteligencia artificial que se pregunta qué tipo de voluntad popular se está gestando, al tiempo que se aleja del determinismo tecnológico y de posiciones catastrofistas o apocalípticas.

Esta es la esencia de Una teoría crítica de la inteligencia artificial (Galaxia Gutenberg, 2025), título galardonado con el III Premio de Ensayo Eugenio Trías y que propone una reflexión filosófica sobre los principales asuntos que la inteligencia artificial nos obliga a repensar. "A mí no me preocupa una máquina que se vuelva contra mí, sino un chino que utiliza la tecnología de la IA para vigilarme, o un empresario norteamericano que se desentienda completamente de los impactos medioambientales de la tecnología", plantea el catedrático de Filosofía Política y director del Instituto de Gobernanza Democrática en esta conversación con infoLibre en la que abundan las reflexiones para nada artificiales.

¿Qué es Una teoría crítica de la inteligencia artificial?

Es un libro que inicialmente quería haber sido una filosofía política de la inteligencia artificial, pero para hacer eso bien, que es la tercera parte del libro, me pareció que tenía que escribir la segunda, en la que me pregunto por la naturaleza de la tecnología, de las relación entre los humanos y las máquinas en cuestiones de transparencia o analítica predictiva. Además, me resultaba inevitable ir a una cuestión de fondo como es preguntarme comparativamente por la naturaleza de la inteligencia de las máquinas y de los humanos, que es la primera parte.

¿La inteligencia artificial es muy diferente a la humana, aunque muchas veces los profanos entiendan que es como la nuestra?

Sí. Además, en algunos desarrollos de la tecnología la obsesión ha sido hacerla lo más parecida a nosotros, cuando es mucho más interesante pensar qué tipo de patrones desarrolla y qué tipo de servicios nos puede hacer a los humanos en la gestión de la complejidad del mundo, tanto teórica como práctica. El ejemplo tradicional es que los hermanos Wright tuvieron éxito cuando empezaron a estudiar termodinámica y dejaron de pensar que tenían que construir un avión que se pareciera a un pájaro. Con la termodinámica se dieron cuenta de que los aviones podían ser pesados y no tenían que mover ningún ala. Ahora con la IA estamos en una coyuntura parecida, hay una línea que apunta en la dirección de que se parezca cada vez más a nosotros, hasta el punto de que se plantea incluso la posibilidad de su desarrollo emocional, con intuición, derechos y conciencia, y hay otra línea, en la que yo me encuentro, que busca la complementariedad y que distingue la fuerza computacional de la capacidad humana de gestionar otro tipo de complejidad distinta. Porque las máquinas gestionan la complejidad cuantitativa y agregativa, mientras nosotros gestionamos la complejidad de la inexactitud y la ambigüedad del mundo.

¿En qué momento se encuentra ahora mismo la IA? Desde luego, cada vez más implantada en nuestras vidas.

La tecnología de la IA pasa por períodos de creatividad y de fracaso, que se suelen llamar primaveras e inviernos. En estos momentos, estamos en un gran despliegue, sobre todo con el desarrollo fabuloso de los grandes modelos de lenguaje. Esto hace que se disparen todas las expectativas positivas y también todos los medios. Es muy probable que esta tecnología alcance un tope en un plazo de tiempo que no conocemos y lleguemos a una meseta, que es lo normal en la historia de la IA. Pero cuando nos encontramos en una situación de un desarrollo tan espectacular, lo que tenemos es, en correspondencia, algo que yo he denominado histeria digital, esto es, esperanzas y temores igualmente infundados, que hay que moderar.

Los autoritarios no aparecen ya como los defensores del pasado, sino como quienes prometen un futuro transhumano y postdemocrático

De hecho, asegura que hemos pasado del ciberentusiasmo a la tecnopreocupación. Desde el primer momento se dijo que internet llegó para democratizar la información, luego las redes sociales lo han pervertido todo y no sé si la IA lo puede llevar, o lo está llevando ya, a otro escalón. ¿De ahí nuestra preocupación?

Nuestra preocupación actual es debida, en buena medida, al exceso de expectativas de las que partimos. La aparición de internet suscitó toda una oleada de entusiasmo acerca de sus inevitables, entre comillas, efectos democratizadores. Lo que hemos visto después con la deriva de las redes sociales o el capitalismo de vigilancia es que esos efectos democratizadores fueron muy limitados. Pero a propósito de las redes sociales también creo que estamos siendo injustos, porque supusieron una horizontalización de la información, del ecosistema de la comunicación. Hicieron que la frontera entre información acreditada y conversación pública se desdibujara, lo cual es bueno. El hecho de que actualmente estemos preocupados porque esas plataformas sean privadas y tengan unos intereses, justo además en estos momentos especialmente reaccionarios, o el hecho de que hayamos pagado esa ganancia de fuentes de información y de acceso a la expresión con una fuerte desorientación y exposición a las fake news, no nos debería hacer olvidar que esta ha sido una ganancia democrática. Deberíamos mantener la conquista de una comunicación más abierta a todos y, al mismo tiempo, corregir sus impactos negativos en nuestra forma democrática de convivencia.

El clásico lugar de la política está actualmente ocupado por un exhibicionismo tecnológico que dice querer superar la pereza burocrática

¿La tecnología, la IA, pone en peligro a las democracias? ¿Las pone en peligro ahora más que nunca al estar en manos de esa nueva clase llamada tecnocasta?

El viejo debate entre la izquierda y la derecha ha adoptado un giro inesperado, y lo que ahora se confronta es la prisa y la lentitud, el cohete contra la conversación, la rapidez frente a la deliberación. Esos son los actuales ejes de confrontación. El Estado, los procedimientos y la propia democracia se presentan como instituciones de la lentitud, y yo creo que se ha extendido aquella convicción de Peter Thiel, el libertario que fundó PayPal con Elon Musk, de que los problemas del mundo contemporáneo no se pueden resolver en el marco de los valores y los procedimientos democráticos. Los autoritarios no aparecen ya como los defensores del pasado, sino como quienes prometen un futuro transhumano y postdemocrático. Se puede decir que el clásico lugar de la política está actualmente ocupado por un exhibicionismo tecnológico que dice querer superar la pereza burocrática, de ahí la idea de motosierra o de racionalización de la administración en Argentina o Estados Unidos, pero que en realidad desprecia los procedimientos democráticos. Si se presenta como democrático es porque considera que la gente quiere eficacia, rendimiento y soluciones inmediatas, algo que la política parece haber dejado de proporcionar. El tecnosolucionismo desafía la reflexión y la rendición de cuentas, y configura un entorno político sin un debate significativo ni oportunidades de impugnación, sin lo cual no hay democracia. Estos líderes actúan en el tiempo que hay entre el descubrimiento de un método para hacer dinero y el momento en el que el Estado consigue hacer una ley al respecto. Si el aceleracionismo ofrece resultados inmediatos es porque, a diferencia de la deliberación democrática, no pierde el tiempo en recabar la opinión a los afectados por sus decisiones. Sin reflexión, sin debate, sin inclusión, podemos llegar muy rápido a un sitio despolitizado en el que seguro no estaremos todos, sobre todo aquellos cuyos intereses no tienen otro medio para hacerse valer.

El tecnosolucionismo desafía la reflexión y la rendición de cuentas, y configura un entorno político sin un debate significativo ni oportunidades de impugnación, sin lo cual no hay democracia

¿Toda la tecnología en manos de un tipo como Trump, ya que le mencionas, puede acabar con las democracias liberales que hemos dado todos por eternas?

Como decía aquel, la situación es desesperada, pero no mala. Creo que un personaje tan disruptivo como Trump, pese a las evidencias que parecen decir que se saldrá completamente con la suya, no tiene buenas cartas. O no tan buenas como él cree. Lo que suele ocurrir con el autoritarismo ejercido dentro de sociedades que todavía mantienen división de poderes, pluralismo social o actitudes democráticas, aunque puedan estar momentáneamente erosionadas, es que suscita un montón de resistencias sociales de diverso tipo. En el plano interior y en el ámbito global. No es posible satisfacer una agenda tan ambiciosa, al mismo tiempo tan narcisista, porque el mundo que hemos configurado todavía mantiene, pese a las pretensiones autoritarias, diversos centros de poder que se neutralizan mutuamente y que moderan las posiciones de partida. El impacto de la inflación sobre el apoyo a Trump funciona de una manera que me permite decir que a veces el mercado sabe mejor que los electores lo que está bien o mal. Desde luego, los accionistas de Tesla han demostrado más inteligencia que los votantes de Trump. Todo esto me permite aventurar que pese a que los líderes autoritarios tienen muchas capacidad de destrozar y hacernos retroceder, terminan topándose con ciertos límites.

Sin reflexión, sin debate, sin inclusión, podemos llegar muy rápido a un sitio despolitizado en el que seguro no estaremos todos

¿Hay una relación directa entre el auge de la ultraderecha y la IA como herramienta usada con poca ética para sus fines?

No hay una relación directa, pero sí indirecta. La democracia tiene dos puntos fundamentales: la conversación y la decisión. En estos dos aspectos, la IA plantea un problema del que los extremistas pueden sacar un cierto beneficio. Respecto al primero, relativo a la conversación, qué duda cabe de que asistimos hoy a un ecosistema informativo caótico con muchísimo ruido y una pérdida de referencias clásicas que permitían orientar a los votantes, por eso en estos momentos lo más imprevisible puede acontecer, como ha sucedido en los países del mundo que han aupado a líderes autoritarios por procedimientos democráticos, aunque mutilados porque el tipo de conversación a partir del cual se configura la voluntad política popular era de muy poca calidad. El segundo aspecto tiene que ver con la toma decisiones y, efectivamente, la IA parece prometer un sistema rápido, pragmático, objetivo, paradójicamente desideologizado, en una búsqueda de eficacia como el valor por antonomasia. Esto conecta bastante bien con ciertas aspiraciones de una parte de la extrema derecha a dirigir con eficiencia como valor fundamental. De todas formas, conviene no exagerar, porque el tipo de autoritarismo de líderes como Trump, Bolsonario, Milei, Orban o Meloni es bastante analógico en el peor sentido de la palabra, es decir, hay una narrativa tramposa que les permite presentarse como novedosos y outsiders cuando realmente esa novedad es el resultado de una cierta ceguera o de un cierto ocultamiento de su propia tradición, que repite fórmulas de autoritarismo que son sobradamente conocidas.

Los accionistas de Tesla han demostrado más inteligencia que los votantes de Trump

¿Cómo de importante puede ser la IA, cuál puede ser su papel, en este momento de obsesión por la seguridad de la UE? Una UE que representa precisamente esa democracia que vemos amenazada.

En el momento actual de Europa tiene que haber un conjunto de decisiones en relación con una crisis que ya venía produciéndose pero que se ha desatado con la reelección de Trump. Estas decisiones, Europa las tiene que tomar reafirmando los valores que la definen, no es una cuestión de más o mejor gasto, sino fundamentalmente de preguntarnos si la propia naturaleza de la UE, que es extraña pero al mismo tiempo muy inclusiva, puede ser entendida como una palanca de renovación europea. Las decisiones más útiles van a ser aquellas que nos lleven a desplegar lo mejor de la Unión, que está representado en actuar unidos y ser uno.

¿El auge de la desinformación es inherente al desarrollo de la IA? Pienso en la crisis del periodismo y en esa gente que puede informarse ahora ya no por redes sociales, sino directamente por ChatGPT pidiéndole a la máquina que le cuente lo más destacado del día.

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Si por periodismo entendemos la simple presentación de lo que hay, el registro de las opiniones diversas que se producen en torno a un evento, sin elaboración, sin criterio, sin opinión, efectivamente ese tipo de periodismo puede ser perfectamente reemplazable por máquinas que lo registran incluso con más exactitud. Ahora bien, si por periodismo entendemos aportación de criterio, valoración, jerarquización, orientación cívica... esa es una tarea en la que todavía hay mucho que hacer y tenemos una gran ventaja ante las máquinas. La función del periodismo no se agota en ser un micrófono que registra lo que dicen unos y otros, tiene que ver con la configuración de una opinión pública más informada, con más criterio.

El autoritarismo de líderes como Trump, Bolsonario, Milei, Orban o Meloni es bastante analógico en el peor sentido de la palabra

La tecnología cada vez se usa más y se emplea para la toma de decisiones a todos los niveles. ¿Dónde deja eso al ser humano y su derecho a decidir? Si el ser humano se aparta de la decisión, ¿llegaremos a la tan temida y mitificada 'rebelión de las máquinas'?

La idea de la rebelión de las máquinas expresa una épica que no se corresponde en absoluto con la realidad. A mí no me preocupa una máquina que se vuelva contra mí, sino un chino que utiliza la tecnología de la IA para vigilarme, un empresario norteamericano que se desentienda completamente de los impactos medioambientales de la tecnología. Es decir, esto no va de humanos vs máquinas, sino de humanos vs humanos. Esta cuestión del derecho a seguir decidiendo en un entorno algorítmico se puede resolver, al menos en sus grandes líneas, si entendemos bien el tipo de destrezas que tenemos los humanos y el que tienen las máquinas. Los humanos actuamos bastante bien en aquellas decisiones que se refieren a problemas para los que hay pocos datos, ambigüedad e incertidumbre. Las máquinas, en cambio, resuelven bien aquellas partes de los problemas donde hay muchos datos y no hay ambigüedad. Dejemos a las máquinas todo aquello que por abundancia de datos nos resulta inmanejable y a ellas un festín de precisión y exactitud, y reservémonos para nosotros aquello que Russ Roberts denominó problemas salvajes, es decir, problemas poco estructurados que en buena parte no sabemos cuales son exactamente. De esto está llena la política, por eso es una actividad que debe ser poco afectada por la IA, porque reservamos para la política esas decisiones relativas a problemas salvajes.

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