Devolverles el sentido de lo humano
Extrañas
Guillermo Arriaga
Alfaguara (2023)
Comencemos por el principio. "A Ignacio Armendáriz, mi otro padre". La mirada azul, transoceánica, de Guillermo Arriaga se anega. Es el amor.
Vayamos al final. Que no me lea quien no haya acabado nunca un libro abrazándolo, mucho rato, el libro entre los brazos, no me dejes ahora, no tan pronto, no estoy preparado para soltarte, te metiste dentro de mí, quiero más. Extrañada de mí, de la lectura febril de la última novela de Guillermo Arriaga, Extrañas, amarrada aún al libro cerrado, me consuelo con una frase de uno de sus personajes: "Necesitas comprender algo, ningún viaje cuenta con un destino final, el destino es el mismo viaje".
Inglaterra, 1781. William Burton es el primogénito de una familia aristocrática que tiene determinado su futuro como heredero de una dinastía que se remonta al año 971, donde patriarcas y primogénitos han consolidado un dominio vasto que un día tendrá que administrar él mismo. En uno de los paseos a caballo por sus propiedades junto a un preceptor descubre a un "engendro" encadenado a un poste, un ser humano criado entre las bestias por haber nacido distinto. Este encuentro provoca en el joven Burton un sentimiento de fraternidad, de aproximación a estos seres abandonados por sus familias que ven en ellos un castigo divino. Pronto sabrá que hay cinco engendros en su propiedad y esta realidad cambiará el destino de nuestro protagonista. Quiere ser médico, o lo que es lo mismo para una familia de la nobleza del siglo XVIII, un sirviente. Es decir, una mancha, un desdoro, un deshonor con consecuencias graves que William Burton tendrá que contraer.
Nos adentramos en el comienzo de la ciencia que nace frágil en una sociedad donde es vista como enemiga de la religión, de las decisiones divinas. La ciencia como herejía "cuyo propósito era alejar a los hombres de la verdad cristiana". William Burton se resiste a creer que la deformidad de estos seres extraños, irregulares, son un castigo de Dios. "Si la humanidad deseaba progresar era imperioso no dejar a nadie atrás, a nadie, nunca condenar a los "extraños" al confinamiento, ni relegarlos como bestias". Pero no nos olvidemos de una cosa, quizás la más importante. El protagonista no nos pone delante a los deformes para mirarlos. A lo que nos lleva es a sentir la humillación que provocan en los demás y ahí Guillermo Arriaga nos confronta con nosotros mismos.
Tan importante o incluso más es la manera en la que está contada esta novela. No hay capítulos y las frases se yuxtaponen con comas, rápidas, sin puntos, sin pausas, lo que obliga al lector a una experiencia enloquecida donde además cada palabra es insustituible. Cada palabra como el venino de una cobra que va tatuando tu piel y después tus órganos y por fin tu cerebro. O todo a la vez. Necesario es volver atrás cada cierto tiempo por un mandato de respeto a la propia lectura y a la que supongo una concienzuda y larga reescritura. No puedes traicionar a la novela que te conduce hacia adelante sin tregua en todas las horas robadas al día y a la noche. La lectura es doble, una borracha de historia y otra ebria de literatura.
En el empeño de construir una obra como si realmente fuera del siglo XVIII, el maestro Arriaga suprime palabras esenciales: "que, "qué", "porque" "por qué", "aunque", los adverbios terminados en "-mente" y usa sólo palabras acuñadas antes de 1790. Desafío que es aún mayor si tenemos en cuenta que se va a prescindir de todos los tecnicismos de la medicina en relación con conceptos, artilugios, dolencias y prácticas no descubiertos en esa época. Con esto y con todo, el lector asume, una vez más, que Guillermo Arriaga es el dueño de todas las palabras. Las propias y las inventadas. Las que llevan a nuestro idioma más allá de los límites posibles.
El amor es una sola cosa, una sola casa y una sola causa
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Guillermo Arriaga nos enseña que la literatura nos obliga a mirar hacia otro lugar. A veces incluso te levanta y te hace mirar en lugares insospechados como debajo del sillón donde estás leyendo. Pero lo maravilloso, lo imprescindible, lo necesario es que esa mirada recale dentro de uno mismo. Y eso es precisamente lo que ocurre con la lectura de Extrañas. Que uno sale sucio, embarrado, desconcertado. Pero resuelto a vivir para que nadie sufra por ser distinto. O más exactamente, por los juicios de los demás que condenan la extrañeza (y la existencia) de los distintos.
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Sonia Asensio es profesora de Literatura.