La luz

Francisco Díaz de Castro

Préstame tu voz

Lola Mascarell

Tusquets (Barcelona, 2024)

 

Desde su primer libro, Mecánica del prodigio (2012), Lola Mascarell (Valencia, 1979) ha encontrado un espacio poético y una perspectiva desde los que expresarse en sus poemas. Un espacio que funde la realidad natural y el ámbito de lo doméstico en una dialéctica interior/exterior que mueve el discurso desde la mirada asombrada de una protagonista que reflexiona sobre las cosas como si se le aparecieran prístinas y nuevas. Mientras la luz (2013) y Un vaso de agua (2018) fijaban, matizándola, esa forma de pensar el mundo y el vivir con una depurada sencillez, imprescindible en el talante de esta poeta, para penetrar en ambos con la mirada luminosa y limpia con que se muestra ahora en Préstame tu voz.

Estamos ante un libro que prolonga la poética de la autora con una profundidad y una capacidad de sugerencia deslumbrantes, como lo es esa luz que evidencia las superficies y que al mismo tiempo desvela cuánto misterio subyace a los sentidos, tan esenciales en esta escritura en que lo sensitivo es el motor de un pensamiento siempre interrogante, al asedio de alguna forma de conocimiento, como en el breve Adventicia, uno de los mejores poemas del libro y que sugiere en su brevedad los aspectos esenciales de esta poesía: "En el margen derecho de la senda/ se yergue solitaria/ una flor cuyo nombre nadie sabe./ Su lucha vertical es la lección/ más limpia que conozco:/ crecer para el olvido/ con esa dignidad que es ignorancia". "Crecer para el olvido": quien habla en estos poemas para expresar su acuerdo esencial con el aquí y ahora lo hace con la plena conciencia de la caducidad y la asume, no sin temor, con esa dignidad que enseña la flor que lucha por mantenerse erguida.

El título del libro sitúa la complejidad del pensamiento de la protagonista en una concepción de la existencia como precariedad indudable, y al mismo tiempo como continuidad en los demás, tal y como la vemos en Tiempos superpuestos y como la plantea la cita de Irene Vallejo que abre el libro: "En las inscripciones funerarias tempranas, los muertos rogaban al paseante "préstame tu voz", para revivir y anunciar quién yacía en el sepulcro. Los griegos y romanos decían que todo texto escrito necesita apropiarse de una voz viva con el fin de completarse y alcanzar su plenitud […]".

El último poema de Préstame tu voz, que da título al conjunto, pone en un simétrico primer plano esta idea al describir una escena en un sencillo bar de pueblo cuyos ruidos y olores suscitan la reflexión final: "Son las voces de hombres y mujeres/ que ya no están aquí, pero que hablan/ a través de los vivos con sus juegos,/ sus formas de reír o de marcharse.// Estamos en el bar/ esos muertos y yo/ y un tubo de neón anula el tiempo".

Continuidad de la vida y de la escritura, necesidad de un lector para que las palabras permanezcan, y, además, de acuerdo con la viñeta de la cubierta -una mujer jugando con un niño- continuidad de la cadena familiar que desde Mecánica del prodigio ha establecido Lola Mascarell en sus poemas. Las referencias frecuentes a la abuela -Marchar como mejor testimonio-, a los padres y los sucesivos poemas a Lucía, su hija recién nacida, sustentan la identidad propia sobre la seguridad de las raíces, como dice en el titulado Placenta: "La raíz que sostiene nuestras vidas. […] Es el suave cordón umbilical/ que mece con su música/ la placenta del mundo".

Todo el libro se consolida sobre la perspectiva temporal que relativiza la intensidad con que la poeta despliega su mirada sobre un mundo y un existir propio que se quieren en su unidad. Así, en Muerte en verano o en Normalidad: "Nuestros rostros buscando en el espejo/ restos de juventud"; "Repetir es volver,/ regresar a ese círculo/ de luz y oscuridad/ con que nos conformamos.// Somos ese vaivén/ entre fuerzas contrarias". El sentimiento de transitoriedad de la vida no empaña, sin embargo, la riqueza de la observación ni la expresión de la plenitud. Playa de los Muertos es el mejor ejemplo de la sólida adhesión al estar en la realidad que Mascarell defiende en su escritura: "Y ahora bajo el sol/ parece tan sencillo/ quedarse aquí y hacerse/ volumen con lo sólido y estar,/ tan solo estar, callada,/ abierta a la evidencia/ de esta luz que es calor y que se hunde,/ -no pensar, no elevarse, no salir-/ aferrarse a la entraña, estarse dentro,/ ser uno con la arena, con el mundo,/ y escuchar las pisadas de los otros/ y sentir esta calma/ vacía y expectante de lo inmóvil".

Los ámbitos simbólicos de la luz y de la sombra refuerzan la expresión poética de la tensión de fondo de esta poesía: frente a los sueños oscuros, frente a conciencia de lo que muere, la magnífica evidencia diurna de las cosas, la luz constantemente nombrada, la de la confianza en el presente, la del nombre mismo de Lucía, la luz del sentimiento vivo: "Un hilván encendido cose el mundo:/ el vértigo de luz que me devuelve/ la luz con que me abraza tu mirada" (Duración).

Nocturnidad y alevosía

Contra el sentimiento de intemperie que la evidencia de la fugacidad impone, el ahínco en el presente que defiende una y otra vez Lola Mascarell es la energía que la impulsa a la escritura. Un recuerdo concreto, como en Testigo, el momento del esfuerzo creador, como en Helechos: "Tú dibujas helechos/ en el cuarto de al lado,/ y yo busco palabras/ que vuelen como esporas/ que me dejen/ regresar a este instante/ si me siento perdida alguna vez". Es ese ahínco mismo el que lleva a los poemas las abundantes descripciones de intensa sensorialidad que se suceden constantemente a partir de pequeños detalles: colores, aromas o, en particular, estímulos sonoros, desde la voz que reclama el título del libro hasta la gran variedad de sonidos que el mundo natural aporta -Cantar del regreso, Cima del Garbí, El jardín, etc- o, complementariamente, los domésticos -Casa nuestra, Bodegón- que refuerzan el sentimiento de intimidad familiar que es la base de toda esta poesía y que, como en Corona, defienden, más allá de toda contingencia, "la radiante certeza/ que corona el instante:/ este aquí y este ahora".

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Francisco Díaz de Castro es poeta y crítico.

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