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La memoria de la nieve y el agua

El abrazo

Anne Michaels 

Alfaguara (2024)

Principio de El abrazo: "Sabemos que la vida tiene un final. ¿Por qué habríamos de creer que la muerte dura para siempre?". Un interrogante que extiende sus manos hasta la última línea, la oración que termina, un final sin cierre de la novela. Deja en la cancela del futuro, un páramo por atravesar, a quienes acaban de beber sus introspecciones: "¿Quién puede decir qué ocurre cuando somos recordados?". Un círculo de memoria y tiempo. No existe la inmortalidad porque un día, desde un instante, los pies no pisan, los ojos solo ven noche, los dedos no palpan, el corazón no palpita y el aliento se estanca. Anne Michaels cuestiona la rigidez vitalicia, duda de que la muerte sea inmortal. La evocación de los vivos puede sustraer a los caídos de un lugar regido por "el principio de la mínima acción".

Una hipótesis que explora John, soldado inglés, malherido al lado de un río, durante la Primera Guerra Mundial, en el norte de Francia. Entre el dolor, percibe la presencia de un compañero que no le responde cuando le llama, abocado ya al silencio absoluto. "Nacemos para enfrentarnos a un solo momento". Cae la nieve, le rodea la nieve que es frío y es luz. El pensamiento lo regresa a otra nevada, a una cita con Helen, su esposa artista, a quien conoció en el bar de una estación de tren, donde ella se apeó equivocada. Rememora para salvarse, "no puedes parar de ver lo que tienes dentro".

Tres años después, en 1920, con una paz inconsistente, la pareja vive encima del estudio fotográfico que él, rengo, regenta. Acuden a retratarse personas lisiadas también durante la guerra. Quieren ambientes de artificio para disfrazar amputaciones, prótesis y parches en sus imágenes de posteridad. Los estragos bélicos. John "habría preferido fotografiar la verdad, no para provocar lástima, sino para despertar la ira". La apariencia hasta que aparece la irrealidad de los espectros. Un exmilitar quiere dejar una foto a su padre. Al revelar la placa, junto al joven emerge la figura de su madre, fallecida cuando él estaba en el frente, en Bélgica. John quiere mantener en secreto el prodigio porque "no podemos dejar que la gente albergue esperanzas… La esperanza se da, no se vende". A él, fugitivo de la muerte por metralla enemiga, le desesperó la vuelta de los fantasmas a otros retratos de encargo.  

Los espíritus recobran su forma. En uno de sus doce saltos temporales, adelante y atrás, en zigzag, Anne Michaels relata las sesiones de madame Palladino, una médium prestigiosa entre las élites a principios del siglo veinte. A su salón, en París, acuden Marie y Pierre Curie y Ernest Rutherford. Los Nobel toman notas del trasiego paranormal como si fueran experimentos sobre el origen tangible de lo inmaterial. "La ciencia nunca debe excluir lo que no comprende". Sus descubrimientos del radio y sus consecuencias, la radiación y la actividad de lo invisible, se conectan con las revelaciones fotográficas de John. Y con las curiosidades científicas de la escritora canadiense, aspirante al rigor de la exactitud: "Necesitaba palabras que fueran tan inflexibles como los números, el cero de una ecuación". Sin embargo, logra el resultado sin fisuras al esparcir estrofas -ha publicado cinco poemarios- y versos por su prosa. Los disemina y los avienta como simiente, muy fértil en Piezas en fuga (una de las cien novelas que "dieron forma a nuestro mundo", clasificó la BBC), y con menor rendimiento en La cripta de invierno. Exprime la esencia del lenguaje.

"La lástima no es amor". Helena sobrevive a John y a las secuelas de las dos grandes guerras -la más destructiva apenas la insinúa entre líneas-. No se paraliza, no se autocompadece. "Hay un momento en que tienes que decidir que tu vida sea tuya". Tras dedicarse a varias actividades, volvió a ser pintora después de dibujar a un pintor para quien había posado por dinero: ganaba más como modelo ocasional que con múltiples jornadas como librera de circunstancias, su trabajo entonces, a mediados de siglo.

Anna, hija de Helena y John, encarna la segunda generación de esta saga. Doctora, casada con un sastre originario del Piamonte, Peter. Su primer encuentro, casualidad, fue en la cola de un concierto. Mutuamente deslumbrados. A él, la conflagración le enriqueció al multiplicar el ejército sus encargos de uniformes y sombreros. Anna atemperó esa exuberancia, heredó el compromiso de enfrentarse a las contiendas no evitadas. "¿Qué es el destino? Cuando luchar es lo mismo que rendirse". Pero su sino fue pelear sin resignarse. Durante temporadas, se marchaba de casa. Llevaba marcado el augurio de ayudar en zonas asoladas por el odio y las armas. Desprendida hasta casi desgajarse. Cuando vuelve a casa después de una larga ausencia, Mara, su hija, tiene seis años, pero no está, no hay nadie, solo oye su propia voz y el sonido del "agua de la piscina, que salpica sola".

El riesgo de cabalgar la vida

La soledad no infrecuente del solidario. "La soledad no es un vacío sino una negación… Es el reverso del amor, su réplica oscura". Mara se sumó al designio. Médica en lugares atronados por las bombas y en una de sus secuelas, los campamentos de refugiados. Sufre la crueldad en carne ajena y en la propia. Allí, aturdida, la enlaza el enamoramiento cuando la rodean los brazos de Alan, un periodista destinado a describir el horror en los campos de fuego y sangre. "Nunca había comprendido cómo la ausencia de miedo abre hueco al amor". Un sentimiento que no frena su pulsión de asistir a víctimas de la guerra en cualquier sitio ni cuando está embarazada de cuatro meses.                                                                                                                     

El rastro de la nieve se diluye en el agua y la sal del Golfo de Finlandia, en 2025. La cuarta mujer es una segunda Anna, emparejada con el hijo de unas víctimas silenciadas y desterradas por la Estonia soviética. Vinculados a sus precedentes, a las fotos, como las de John, que fijan los recuerdos de quienes no están, pero aún son. Porque el anteayer, que ya pasó, revive en el hoy y será reminiscencia pasado mañana. Se aferrará a los vislumbres del abrazo, que "es igual al amor, es conocer algo que aún desconocemos". Reconocerse en los retazos de memoria de lo no vivido. Lo que presienten los barruntos.

* Prudencio Medel es periodista.

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