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Menéndez Salmón: cuentos y cuentas

Los muebles del mundo

Ricardo Menéndez Salmón

Seix Barral (Barcelona, 2023)

 

Muchos años después de la aparición de sus dos libros de cuentos, Los caballos azules (2005) y Gritar (2007), recoge Ricardo Menéndez Salmón en un nuevo volumen una selección de su narrativa breve, compuesta por 21 relatos, de los cuales 10 son posteriores al 2007. Esta trayectoria nos hace pensar que, en los últimos dieciséis años, Menéndez Salmón ha tenido más interés en su obra como novelista que en la de escritor de narrativa breve, y ello a pesar de que, en este último género ha obtenido un reconocimiento significativo. Por lo que se refiere a sus novelas, La ofensa (2007) sigue siendo, para mí, su mejor obra, de entre las que conozco.

Los relatos que ahora recoge se publicaron entre 1999 y el 2022, lo que significa que no dejó nunca de cultivar el cuento, aunque inicia el prólogo con una declaración discutible, pues nos confiesa su "certeza de que el relato como asiento de la escritura ha agotado su sentido [que] es al fin inconmovible" (página 11). Podría haberlo dicho de una manera menos enrevesada, pero ahora eso es lo de menos.

Nuestros escritores, no me parece que ocurra lo mismo en otras literaturas, son muy dados a las opiniones extravagantes, taxativas: Luis Goytisolo y Eduardo Mendoza llevan décadas postulando, con escaso acierto, el fin de la novela, sea de sillón o de sofá; no son pocos los que parecen haber descubierto la sopa de ajos de la hibridez genérica –o dicho de una forma menos afortunada: de degenerar los géneros- como una de las características definitorias y novedosas de la narrativa actual, quizá porque no han leído ni La Celestina ni el Libro de buen amor; otros aún se creen que la denominada autoficción es un invento del presente; y también los hay que han cuestionado el microrrelato como forma narrativa diferenciada, con entidad propia, sin argumentarlo, conocerlo, ni leerlo siquiera. Ahora parece que le ha tocado el turno al cuento (para algunos, convertido en poscuento, a pesar de la poca fortuna del concepto), en un momento en que tanto en la literatura en lengua inglesa como española, en Hispanoamérica y en nuestro país, sigue habiendo numerosos ejemplos que niegan esas dudas sembradas al tuntún. 

En el —por lo demás— sustancioso e imprescindible prólogo de Menéndez Salmón, que titula de forma significativa "Ante la hoguera", quien se confiesa "platónico por vocación" (página 13), también cuestiona el concepto de relato. "Relatos [son] un calificativo que se me antoja arduo de emplear aplicado a la redacción de novelas y de ensayos", nos dice (página 13). Es una pena que no nos expliqué por qué. Dejemos de lado hoy la alusión al ensayo, sobre la que habría mucho que decir a ese respecto, pero en nuestra tradición literaria, los cuentos, los microrrelatos, las novelas cortas y las novelas al uso, seguimos considerándolos relatos. Aunque Cortázar, por solo aducir un nombre indiscutible, utilizó el concepto para apelar a lo fantástico, mientras que reservó la denominación de cuento para las narraciones breves realistas. Menéndez Salmón, en fin, se decanta por el concepto de relato, frente a cuento, una opción que para mí resulta definitoria.

El autor nos recuerda que algunos de sus "motivos más queridos" aparecen en sus cuentos: "la pregunta por la identidad, el reclamo del viaje, el amor a la pintura" (página 12). En cambio, no me parece que forme parte de la "inagotable familia de narradores ante la hoguera" (como en el caso de Antonio Pereira, Luis Mateo Díez, José María Merino o Pablo Andrés Escapa), por mucho que la voz que cuenta le relate a un personaje una historia, aunque sí se suma a otra familia literaria más amplia y diversa, con nombres igual de indiscutibles, ya sean españoles, ya hispanoamericanos o de otras lenguas, de la tradición occidental.

Además del citado prólogo, se compone el libro, de tres partes: Lamentos, Aleluyas e Iluminaciones, formadas por 7 relatos cada una, cuyas características ha explicado el autor en las entrevistas que ha concedido con motivo de la aparición del libro. Del conjunto reunido, 11 proceden de los libros ya publicados, 3 del primero y los demás, del segundo; mientras que los 10 restantes –según dijimos- nunca habían sido recogidos en los libros del autor, a excepción de Cincuenta y seis ballenas, que apareció en el 2017 como un librito independiente, tras obtener el Premio de cuentos de jazz Ramos Ópticos, que promueve en Palencia la editorial Menoscuarto, de cuyo jurado formaban parte, entre otros, Jorge Edwards y José María Merino. Me parece, por tanto, que de la estructura del conjunto se desprende un cierto aire simétrico. También me ha llamado la atención que, en los cuentos aquí seleccionados, hayan desaparecido las dedicatorias que llevaban en su primera aparición pública.

Pero centrémonos en los relatos. Destacaría los seis siguientes, selección que puede considerarse tan discutible como se quiera, pues quizás en otro momento mis preferidos hubieran variado algo: "Hablemos de Joyce si quiere" es un cuento misterioso; "La noche más triste" tiene la dimensión precisa, diría que como en ningún otro caso, pues no es necesario contar más; "Todas las vidas"; "El viejo dios"; y, por encima de todos ellos, los extraordinarios "A nuestros amores" y "La vida en llamas". De estos, el título del primero remite al de una película memorable de Maurice Pialat, Á nous amours (1983), protagonizada por Sandrine Bonnaire. Además, me tranquiliza pensar que Santos Sanz Villanueva, en la reseña que le dedicó al libro, lo considere también un cuento magistral. Al relato en cuestión, le antepone una cita de Proust, a quien vuelve a recordar casi al final (página 193). Mario Narciandi, un pintor de 34 años, que vive en provincias, "con cierto talento para la abstracción" (el personaje también podría haber sido escritor), con motivo de una visita a Madrid a la que acude acompañado de Sara, su esposa, donde va a exponer su obra por primera vez, recuerda un significativo episodio de su vida pasada: la intensa relación amorosa que mantuvo con Julia (aparece retratada en las páginas 185 y 188), a quien intenta encontrar. Mario, el narrador protagonista, se presenta como un náufrago (así se le llama hasta en tres ocasiones: un "hombre que persigue lo que un día fue y no lo encuentra", páginas 193-195), que ha ido distanciándose de Sara, aunque la sorpresa que aparece en el desenlace hace que debido a una muerte, con la que no contaba, se produzca un vuelco en su vida.

A pesar de que Mario es el narrador protagonista, aparecen cuatro mujeres que son importantes, en diverso grado, para el desarrollo de la trama. De Sara, que deseaba tener un hijo, traza un cruel retrato ("era una mujer de ambiciones torpes y gregarias", página 181), si bien acaba sintiendo celos de ella, simbolizados en las manchas negras que cree observar en su piel, tras haber bailado con un hombre de color; su galerista, sin entrar en detalles, no sale mejor parada, debido a su conducta; mientras que la restauradora que ocupa el piso que había compartido con Julia, le proporciona noticias poco gratas sobre ella y le devuelve las cartas que le mandó cuando era su amada; y Julia, por su parte, representa la mujer perdida, una vida posible que no llegó a concretarse.

Como señala el narrador, "por fortuna la vida no se parece a la literatura" (página 182). En definitiva, lo que se narra es un estado de tránsito en la vida del protagonista (con un pasado destruido, un matrimonio rehecho, pues va a ser padre, y el éxito como pintor en la capital), que es uno de los temas principales del autor, y que reencontramos en el otro relato destacado. Sin embargo, Mario vuelve a ocultarle la verdad a su mujer: la muerte de Julia, como antes tampoco le dijo que iba a verla; aun cuando quizá sea consciente de que los verdaderos amores son tal y como los vive Sara y no él: "en sus labios se esbozaba una sonrisa callada y breve, resplandenciente en su humildad de cosa pequeña y robusta, nacida para un placer común y duradero". Y cierra el relato con una confesión memorable, que supone la aceptación de la esencia de la vida cotidiana: "mientras pensaba en la fragilidad de la vida, en los torpes, tímidos homenajes que a veces rendimos a nuestros amores, acepté que amaba a mi mujer, y que era razonablemente feliz por compartir con ella el presente y el futuro".    

La vida en llamas parte de un suceso extraño, de una imagen impactante: la visión de un hombre envuelto en llamas atravesando el jardín de la casa del narrador protagonista, durante la época en que su padre agonizaba y él lo acompañaba leyéndole libros. A esos dos motivos iniciales, se añade la visión de la vecina embarazada, una mujer aficionada a la lectura que se siente sola, a la que en una ocasión observa completamente desnuda, y de la que piensa que "era tan bella como una pintura antigua (...), hermosa como un incendio" (página 228). El caso es que el padre muere, él acaba separándose de su mujer, y su vecina da a luz, con lo que se cumple el inapelable ciclo de la vida, mientras que tanto el padre como el recién nacido comparten el nombre de Julio. El relato concluye con una frase sentenciosa que sintetiza lo que se nos ha contado: "Wl mundo, una vez más, me mostraba sus absurdos, sus casualidades, sus pequeñas venganzas y recompensas, pensé en cuánto dolor oculto existe en cada vida que nos rodea: la de las mujeres que esperan, la de los hijos que pierden a sus padres, la de los hombres en llamas" (páginas 231 y 232).

Y aunque todos los demás relatos tengan entidad, algunos me parece que no están bien resueltos o no acaban de funcionar del todo, como ocurre con Los ancestros, Las noches de la condesa Bruni y Luxemburgo es un estado mental (al final, página 124, incluye un chiste tan manido que podría haberlo evitado), e incluso con Gritar, cuya historia resulta demasiado rebuscada. De Vida de Henry J. Darger, pintor, relato algo confuso, podría decirse que se trata de una narración con aires vilamatianos.

A veces, como sucede también en sus novelas, el pensamiento, la reflexión acaba engullendo a la narración, rompiendo el equilibrio necesario entre ambas. Un equilibrio al que no contribuye la tendencia del autor al pensamiento abstracto y a la frase rebuscada. Se trata, en suma, de una narrativa culturalista, que juega a menudo con la intertextualidad (por ejemplo, unas palabras de La familia de Pascual Duarte que aparecen como un cierto leit motiv en Luxemburgo es un estado mental, páginas 119 y 122), en la que tanta presencia tiene la literatura, el pensamiento, la música y la pintura, y en la que aparecen diversas alusiones a la belleza, la dicha, lo irracional, lo macabro y la extrañeza del mundo. Como hemos indicado, a menudo, el narrador le cuenta una historia a alguien, en la que el espacio y el tiempo desempeñan un papel importante.

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En la dedicatoria, "con admiración, afecto y gratitud", homenajea a quienes considera "maestros" (Gonzalo Hidalgo Bayal, Manuel Longares y Eloy Tizón); la cita inicial es de D.F. Wallace, una vieja devoción del autor; y otros tres relatos también aparecen encabezados con citas de Bosco Van Rijn, Proust y Andreï Makine. A este respecto, me sorprende que en las entrevistas que se le han hecho, con motivo de la aparición de este libro, nadie le haya preguntado por el porqué de todo ello.  

El rasgo que impera en el conjunto es la diversidad, que parece ser lo más característico de la narrativa española actual. Ricardo Menéndez Salmón tiene 52 años, un puñado de buenos cuentos, dos de ellos, memorables, y numerosas novelas en su haber, publicadas en una editorial importante, pero echo de menos en el conjunto de su obra una novela realmente significativa, lograda, que lo sitúe a la par de los mejores nuevos narradores españoles que nos ha dado ya el siglo XXI.  

* Fernando Valls es profesor de Literatura Española Contemporánea en la Universidad Autónoma de Barcelona y crítico literario.

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