Debilidades de la economía
La baja calidad empresarial también lastra la productividad de la economía española: genera el 40% de la brecha con EEUU
La baja productividad de la economía española es una anomalía y un baldón al mismo tiempo. Entendida como la relación entre lo que crece la producción de un país y el capital y el trabajo que se emplean en ella, es insólita porque permaneció anémica durante toda la fase expansiva que trajo la burbuja inmobiliaria, pero creció durante la recesión posterior. De hecho, España es el único país de la UE cuya productividad corre en sentido contrario a su crecimiento económico, al menos desde 1995, según destaca un estudio de BBVA Research que la sitúa ese año en 27 euros por hora trabajada en España, un 14% por debajo de la media europea. En 2018, la diferencia con la UE se ha elevado hasta el 22%. Y es un problema porque no aumentar la productividad compromete el progreso de los salarios, la rentabilidad de las inversiones o las mejoras tecnológicas. En resumen, a los españoles no les cunde el esfuerzo y el dinero que invierten en producir.
Como en el resto de los países desarrollados en las últimas décadas, la productividad no medra mucho por culpa de la menor inversión en capital humano, la generalización de los nuevas tecnologías y el predominio del sector servicios, menos productivo que el industrial. Pero mientras la productividad creció en la UE una media del 0,7% entre 1996 y 2018, en España encogió otro tanto en ese mismo periodo de tiempo.
Este bajo e irregular crecimiento suele achacarse principalmente a la escasa cualificación profesional de los trabajadores, en un número anormalmente alto temporales, a los que las empresas tienen escaso interés en formar. También a la preponderancia del sector servicios –especialmente del turismo, la hostelería y el comercio–, cuya productividad es menor que la industria, y al escaso tamaño del 90% de las empresas españolas, con más dificultades financieras para la inversión y el desarrollo o adaptación de las innovaciones. El mismo estudio de BBVA Research culpa de la secular escasa productividad española a la “regulación disfuncional” del mercado de trabajo. En concreto, menciona la diferente protección –la indemnización por despido– de que gozan los trabajadores temporales y los indefinidos, y a continuación pide “reformas estructurales” que “no reviertan los aspectos más positivos de las ya implementadas”.
En cambio, pocas veces se alude a la cualificación de los empresarios y gestores empresariales. Sin embargo, también hay economistas que han estudiado el impacto de la “calidad empresarial” en el aumento de la productividad: el talento de los gestores y la eficiencia de sus prácticas. Por ejemplo, invitan a considerar la gestión empresarial del mismo modo que la tecnología, como un parte del capital intangible de una compañía; por tanto, un factor más de la productividad. Mejorar la capacitación de los mandos intermedios y recurrir a la consultoría no sólo hacen crecer la productividad, sino que también consiguen aumentar el tamaño de las empresas en el largo plazo, aseguran.
En Management as a technology?, un informe de la Harvard Business School firmado por Nicholas Bloom, Raffaella Sadun y John van Reenen, se calcula que un 30% de la brecha de productividad que mantienen los países con Estados Unidos se debe a la calidad empresarial. En el caso de España, esa diferencia aumenta hasta casi el 40%. Los autores cifran en 0,76 –considerando la productividad de EEUU como 1– el índice de productividad español, sólo por delante de Portugal, Irlanda y Grecia en Europa. Suecia alcanza el 0,92, Reino Unido el 0,86 y Francia el 0,84. Para llegar a estas conclusiones, recopilaron datos proporcionados por más de 11.000 empresas repartidas en 34 países. Según explican, a mayor competencia en un sector determinado, más probabilidades de que las prácticas empresariales sean de mayor calidad y lo mismo ocurre a mayor antigüedad de la empresa. Además, el estudio considera que con la gestión empresarial ocurre igual que con el I+D: escapa a la competencia, por lo que las compañías terminan compartiendo esas técnicas corporativas.
El Banco de España y la OCDE también han puesto el foco en la escasa cualificación de los empresarios españoles. Del temprano abandono escolar, otro récord español, y de la baja capacitación de los trabajadores se ha escrito mucho; de la preparación empresarial, no tanto. Cuando la OCDE midió las habilidades cognitivas, numéricas y de comprensión lectora de los adultos españoles en edad de trabajar, en 2012, resultó que obtenían las peores puntuaciones medias, sólo por encima de Italia. Según un informe más reciente, del pasado marzo, elaborado por el Centro Europeo para el Desarrollo de la Formación Profesional (Cedefop), que depende de la UE, los trabajadores españoles son los que menos cualificación poseen, únicamente por delante de los italianos y los griegos. España consigue una puntuación de 31 sobre 100 para su sistema de formación profesional, mientras que los mejor preparados, los finlandeses, alcanzan 75 sobre 100; los alemanes, 65, y los franceses, 51.
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Tras evaluar a los empresarios españoles, la OCDE concluyó que su capacitación está por debajo de las aptitudes de alemanes, británicos, franceses e italianos. Si los primeros, los mejor preparados, conseguían una puntuación de 3,2, los españoles no superaban el 2,7. Sólo quedan detrás los griegos. El Banco de España apunta como habilidades necesarias en un gestor de empresas las “capacidades interactivas, estratégicas, operativas y de control” pero subraya igualmente el déficit español en políticas de incentivos –identificación, evaluación y retribución de objetivos–. También apunta no sólo a una menor formación de los cuadros directivos y a un menor grado de profesionalización de la gestión empresarial en comparación con otros países europeos, en especial en las pequeñas empresas, sino también a “un marco institucional que constriñe en mayor medida que en otros países la capacidad de organización y de gestión eficiente de los recursos productivos de las empresas”.
Como solución para los trabajadores, el organismo supervisor aconseja, además de mejoras en el sistema educativo, reformas en el sistema de formación continua. Es una recomendación recurrente cada vez que se desata una crisis. Las llamadas políticas activas de empleo se consideran fundamentales para paliar la pérdida de aptitud profesional que sufre un trabajador cuando se queda en el paro. Más aún cuando el número de desempleados de larga duración –más de un año sin trabajo– es tan elevado como en España: el 34% de los 3,37 millones de parados llevan más de un año sin trabajar. Son 1,14 millones de personas, según la última Encuesta de Población Activa (EPA). Pero también son imprescindibles para mejorar el capital humano de quienes siguen en activo.
Para los empresarios, el Banco de España sugiere facilitar su acceso, sobre todo de los pequeños, a servicios profesionales –auditoría, contabilidad, asesoría jurídica y estratégica– que ahora se encuentran sometidos a restricciones de la competencia, como colegiaciones obligatorias, honorarios fijos y otras limitaciones inexistentes en el resto de los países europeos.