Es menos mortífera y no copa titulares: la otra guerra de Israel en Palestina se libra en Cisjordania

Un niño camina entre las ruinas de una casa destruida por el ejército israelí  en Jenin (Cisjordania) a principios de junio.

Gwenaelle Lenoir (Mediapart)

Tulkarem (Cisjordania) —

Sabri ha dejado ya de contar. Está cansado de marcar las fechas. "Al menos cincuenta", dice, cuando se le pregunta cuántas veces, desde octubre de 2023, ha asaltado el ejército israelí el campo de refugiados de Nour Shams, en las afueras de la ciudad palestina de Tulkarem. 

Israel también está librando una guerra en Cisjordania, paralela a la que lanzó contra la Franja de Gaza tras la masacre del 7 de octubre de 2023 cometidas por Hamás y otras facciones palestinas. Sin duda, esta es menos masiva y menos mortífera y se está llevando a cabo con poco ruido, sin gran atención por parte de los líderes mundiales ni de los medios de comunicación occidentales. 

Pero para Sabri y los 12.000 habitantes de Nour Shams, se trata realmente de una guerra. De hecho, han apodado al campo de refugiados "Pequeña Gaza", para reflejar la magnitud de la destrucción humana y material.

 

 "Han caído ya cincuenta y siete mártires desde julio de 2023, la mayoría desde octubre", declaró Sabri el 8 de junio, utilizando el término tradicional para designar a los muertos durante las operaciones militares israelíes. Una cifra muy importante ya que esta comunidad está unida por el origen: todas las familias, hacinadas en los estrechos edificios de hormigón a lo largo de las empinadas calles, son de Haifa. 

Todas ellas se vieron obligadas en 1948 a abandonar su tierra y sus casas, a veces señoriales, expulsadas por los grupos de combatientes judíos o por el miedo a las masacres. Primero se asentaron cerca de Yenín, más al norte, pero una tormenta de nieve se llevó las tiendas, así que volvieron a trasladarse. El campamento se instaló en 1952, en la entrada oriental de Tulkarem. 

Tulkarem, ciudad del norte de Cisjordania, se encuentra casi en la línea verde que separa Cisjordania de Israel, en el punto más estrecho del Estado hebreo. Netanya, la ciudad costera israelí, está a 15 kilómetros, pero a vuelo de pájaro, porque hoy la ciudad palestina está pegada al muro de separación construido por Israel en 2003. Quienes tienen más de cincuenta años se acuerdan de cuando iban a nadar al Mediterráneo. Los jóvenes sólo conocen el aire húmedo del mar. 

El mensaje del ejército israelí: ni estabilidad ni seguridad

Sabri nos citó a la entrada principal del campamento. Lo que debió ser una plazuela repleta de tiendas es ahora un montón de ruinas. El pequeño edificio de la UNRWA, la agencia de las Naciones Unidas encargada de asistir a los refugiados palestinos, ha sido destrozado y sólo es reconocible por la bandera de las Naciones Unidas pintada en una de las paredes medio derruidas. Al lado, la fachada de un edificio de varias plantas tiene marcas de incendio, con la planta baja completamente calcinada. 

Frente a él, un montón de escombros, con unos pocos objetos apenas reconocibles entre los trozos de hormigón y metal. “Era una gran casa de cuatro plantas", suspira Sabri. “Ellos la destruyeron con una D9. Antes del 7 de octubre. Luego ha sido peor.” 

"Ellos" se refiere a los militares israelíes y la "D9", pronunciado "Di Nain", se refiere a una enorme excavadora blindada utilizada por las fuerzas israelíes durante las incursiones, una máquina tan temible como aterradora, capaz de destrozar y arrasar todo a su paso.

Cada vez que vienen destruyen las infraestructuras, las tuberías de agua, la red eléctrica, Internet y las alcantarillas. Cuesta una fortuna que no tenemos.

Sabri, comité de servicios de Nour Shams

En un lado de la vieja plazoleta, los hombres están trabajando en la planta baja con paletas y cemento y reparando cables eléctricos encaramados a escaleras. Ahí solía haber tiendas. Las persianas metálicas están dobladas, medio arrancadas, y las tiendas cerradas. El escaparate del barbero está acribillado por agujeros de bala, pero sigue en pie, y el peluquero dentro, trabajando. 

La última incursión tuvo lugar el 4 de junio, unos días antes de nuestra visita. Así que, una vez más, los residentes están reparando los daños lo mejor que pueden. Y Sabri, miembro del "comité de servicios" del campamento, lo equivalente al ayuntamiento, está más que agotado. "Tenemos que empezar siempre de nuevo. Cada vez que vienen destruyen las infraestructuras, las tuberías de agua, la red eléctrica, la red de Internet y las alcantarillas. Cuesta una fortuna que no tenemos", se lamenta. 

Su homólogo en el segundo campo de refugiados, más grande y poblado, en Tulkarem, nos contó lo mismo. "Hemos calculado que sólo los daños en infraestructuras ascienden a diez millones de dólares. Cada vez que reparamos, vuelven y lo destruyen todo de nuevo", explica Zaki. 

En el campo de Tulkarem destruyeron 180 casas, 170 tiendas y 120 coches. En Nour Shams, 50 casas han quedado totalmente en ruinas y 200 más son inhabitables. 

Los vehículos van dando botes por la calle principal en una carretera hecha de piedras y arena, levantando nubes de polvo que cubren de gris los pocos árboles que hay. En varios lugares, el asfalto ha sido reventado varias veces por tanques y excavadoras. El asfalto de la avenida principal de Tulkarem, que discurre desde el este pasando por ambos campos, era completamente nuevo. "En Cisjordania, pavimentar las carreteras cuesta una fortuna porque nos faltan materiales. Esta carretera acababa de ser repavimentada, gracias a los fondos donados por USAID" (agencia americana de ayuda al desarrollo), señala con ironía el economista Ismat Quzmar. 

En los dos campos de Tulkarem, la destrucción continua es tal que la UNRWA no dispone de fondos para la reparación.

 Las repetidas incursiones militares en toda Cisjordania, pero sobre todo en el norte del territorio, han mantenido a ciudades como Tulkarem, Yenín, Nablús y Toubas en un estado permanente de inestabilidad y miedo. 

"El ejército israelí nos ha estado atacando durante mucho tiempo, y hemos sufrido ataques en 2023, incluso antes de octubre. Pero desde entonces, ha sido incluso más duro que durante la segunda Intifada", dice Sabri, de pie frente a una escuela primaria destruida por una D9 en el distrito de Al-Manshiyyeh de Nour Shams. 

El levantamiento armado palestino entre 2000 y 2005, salpicado de batallas urbanas y atentados suicidas, fue contestado con una represión masiva. El campo de refugiados de Yenín fue completamente arrasado en 2002 durante una operación militar israelí a gran escala. Tulkarem y sus dos campos también pagaron un alto precio. Sobre todo porque el atentado que lo desencadenó fue cometido por un residente de Tulkarem. 

Grupos armados locales sin liderazgo nacional

La brutalidad de la ocupación es aún más extrema ahora, según la opinión unánime de los palestinos de toda Cisjordania. Ni Sabri ni Zaki pueden desmentirlo. “Los israelíes están librando una guerra de venganza contra nosotros", afirma Sabri. “Quieren acabar con los palestinos, crear una nueva Nakba ("la Catástrofe" en árabe, nombre dado a la expulsión de entre 700.000 y 750.000 palestinos de su tierra en 1948). “Atacan sobre todo los campos de refugiados porque piensan que deshacerse de los refugiados es deshacerse de la resistencia". 

La "resistencia", como llaman los palestinos a todos los grupos armados, es lo que nos encontramos aquí, en un callejón del campo de Tulkarem, una docena de jóvenes delgados y muy desconfiados, cerca de una casa incendiada durante la última incursión del ejército. Preguntan por la nacionalidad y la profesión del visitante extranjero, y luego le dejan pasar, con los escoltas, también del campo, que actúan como garantes. 

Hay mucha desconfianza porque el ejército israelí envía a menudo como exploradores a mousta'ribin mista'arvim en hebreo–, soldados de élite disfrazados de palestinos, que practican todos los matices del dialecto y el comportamiento. Así que todos los extranjeros se convierten en sospechosos.

Son grupos sin jerarquía ni liderazgo nacional. No soportan ver al ocupante en su campamento, pueblo o ciudad.

Ibrahim S. Rabaia, investigador en ciencias políticas

En Nour Shams encontramos a cinco de ellos, de la "resistencia", tranquilamente sentados alrededor de una mesa baja instalada en una de las calles del campamento. Tres de ellos están armados con fusiles de asalto Kalashnikov, visiblemente bien cuidados o nuevos. Sobre la mesa, dos cuchillos de combate. 

También ellos se muestran desconfiados y poco habladores. Sólo dicen algunas frases, explicando que ya no hay diferencias entre las facciones palestinas. Se niegan a decir a qué movimiento pertenecen o se sienten afiliados. “Somos la resistencia y todos somos uno", dice el menos reservado. “Nuestro objetivo es defender a nuestro pueblo e impedir que los sionistas ataquen el campo". En cuanto a los medios utilizados: "Tenemos armas y colocamos explosivos", concluye. 

“La resistencia es muy diferente hoy de la de etapas anteriores, como la segunda Intifada", explica Ibrahim S. Rabaia, investigador de ciencias políticas de Yenín. “Son grupos sin jerarquía ni liderazgo nacional. La mayoría de estos jóvenes son del Fatah [el partido de Yaser Arafat y Mahmud Abbas - ndr] o cercanos a él, pero no lo reivindican. Sencillamente, no soportan ver al ocupante en su campamento, pueblo o ciudad. Esta falta de estructura plantea un problema a los israelíes: no saben contra quién están luchando.” 

Detrás de los jóvenes armados del campamento de Nour Shams hay carteles con retratos pegados en la pared de una casa. “Este, ese y ese, todos son inocentes, nunca han llevado armas", dice con rabia uno de ellos, señalando esas caras juveniles. “Y este, Youssef, tenía 9 años.”, un retrato de cuerpo entero de un niño sonriente que cuelga junto a la entrada de una tienda de comestibles. Fue el 19 de octubre de 2023. Un ataque con drones, justo donde los jóvenes armados habían colocado su mesa de café, mató a doce personas, entre ellas cuatro niños. Los impactos, en el suelo y en las paredes, aún son visibles.

 Desde entonces, todos los callejones están cubiertos con lonas de plástico negro diseñadas para cegar a los drones, lo que llaman sistema D contra la alta tecnología. Oum Kaissar está desconsolada desde aquel 19 de octubre. Lleva un medallón con la foto de su hijo Kaissar, asesinado aquel día. 

Otro de sus hijos, Mahmoud, de 28 años, resultó gravemente herido. Con el lado derecho del cráneo hundido, ha perdido el uso de un brazo y tiene grandes dificultades para hablar. “Los militares israelíes invadieron el campo en mitad de la noche y luego pensamos que se habían retirado, así que envié a Kaissar y Mahmoud a por algo de comer", cuenta Oum Kaissar en la pequeña habitación donde su marido, gravemente enfermo, yace en una cama de hospital. “Pero un dron disparó". 

El desastre económico se suma a la catástrofe humana

Mahmoud era alicatador. Hasta el 7 de octubre trabajaba en Israel, con un permiso válido. Como muchos trabajadores de esta ciudad fronteriza. Desde ese día, todos se encontraron sin trabajo ni ingresos. En la familia de Ahmed, jardinero paisajista, ya no trabaja nadie. “Encuentro trabajo aquí y allá, pero como nadie tiene dinero, es muy raro conseguir clientes", suspira. “No sé cómo voy a seguir pagando la universidad de mi hijo mayor.” 

Algunos, como Eid, del campo de Tulkarem, también han visto sus viviendas seriamente dañadas durante una incursión del ejército israelí, y no han tenido más remedio que alquilar un piso en la ciudad. "Venimos durante el día a hacer pequeños trabajos para intentar reparar lo que está dañado. Pero he perdido mi trabajo, tengo que pagar 1.500 shekels [375 euros] por un alquiler y no recibo ninguna ayuda, así que es realmente muy difícil", afirma. 

El sábado, día de descanso semanal en Israel, es tradicionalmente el día más ajetreado de la semana. Los palestinos de 1948, que son ciudadanos de Israel, vienen a hacer sus compras en las ciudades fronterizas de Tulkarem y Yenín, mucho más baratas, y a visitar a sus familias. Pero los pasos fronterizos están cerrados y la gente tiene miedo. El campamento militar israelí está junto al muro de separación, y en cuestión de minutos pueden aparecer jeeps, vehículos blindados y excavadoras D9. 

"Nuestra vida se ha interrumpido", suspira Sabri, apenado al ver a las madres de Nour Shams ir a poner flores en las tumbas de sus hijos en el pequeño cementerio que hay justo al otro lado de la carretera destrozada por las incursiones.

 

 

Caja negra

Los nombres de pila de los entrevistados en Tulkarem han sido modificados a petición propia para proteger su seguridad.

Este reportaje se ha realizado el 9 de junio de 2024.

 

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Traducción de Miguel López

 

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