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La guerra secreta de Estados Unidos y de Israel contra los refugiados de Palestina

Varios niños palestinos protestan mientras operarios israelíes desmantelan una escuela palestina en la localidad cisjordana de Aldabie, en una imagen de archivo.

René Backmann (Mediapart)

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La agencia de la ONU para refugiados de Palestina (UNRWA), denunciada por la derecha israelí como nociva, estuvo a punto de desaparecer en 2018 asfixiada por el fin de la contribución estadounidense decidida por Donald Trump. Su comisario general, Pierre Krähenbühl, la salvó del naufragio recaudando in extremis los fondos necesarios. Esto le convirtió en el objetivo de una campaña de desestabilización que le llevó a dimitir. Acaba de ser nombrado representante del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) en China.

  •  Jared Kushner, promotor inmobiliario, yerno y asesor de Trump en temas palestino-israelíes, tiene como misión “perturbar la UNRWA”.
  •  La agencia, tras verse privada de la contribución estadounidense, principal objetivo de las medidas punitivas adoptadas por la Casa Blanca contra los palestinos, está a punto de hundirse.
  •  En menos de un año, Pierre Krähenbühl logró los fondos necesarios para salvarla. No se lo perdonarán.

En la Casa Blanca, un equipo de enemigos mortales de la agencia

En una única frase, aparentemente técnica y mediocre, Richard Mills, encargado de negocios de Estados Unidos en la ONU, informaba el 26 de enero a la comunidad internacional de que se había dicho adiós a la política errática de Washington durante los últimos cuatro años en el conflicto palestino-israelí. Ante el Consejo de Seguridad de la ONU, el diplomático anunció ese día que la administración Biden había decidido restablecer la ayuda a los palestinos, suprimida en enero de 2018 por Donald Trump.

No entró en detalles, pero unos días más tarde, Ned Price, portavoz del Departamento de Estado, confirmaba que Estados Unidos tenía la intención de volver a implicarse de forma creíble en la cuestión palestino-israelí; reabrir las representaciones diplomáticas recíprocas, reanudar los programas de ayuda al desarrollo económico y restablecer la ayuda humanitaria a los palestinos.

No mencionó explícitamente la reanudación de la financiación de la UNRWA, brutalmente recortada por Trump hace tres años. Pero cuando recordó que “la suspensión de la ayuda al pueblo palestino no condujo a ningún avance político, ni dio lugar a ninguna concesión por parte de los dirigentes palestinos, sólo dañó a los palestinos inocentes”, todo el mundo entendió, tanto en Ramala como en Tel Aviv o Gaza, que se había pasado la página Trump-Kushner.

Sin duda, Washington mantiene su “apoyo inquebrantable a Israel”, pero su política, según el Departamento de Estado, será la de defender “una solución de dos Estados mutuamente acordada”. Y no imponer a los palestinos un futuro diseñado sin ellos. “La administración Biden acoge con satisfacción los acuerdos que establecen relaciones diplomáticas entre Israel y cuatro estados árabes, pero la normalización palestino-israelí no es un sustituto de la paz entre Israel y los palestinos”, precisó Mills.

Probablemente habrá que esperar unas semanas más para conocer la naturaleza y el alcance del nuevo paquete de ayuda estadounidense para los palestinos y, en particular, para descubrir cuánto dinero se destinará al Organismo de Obras Públicas y Socorro de las Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina, principal objetivo de las medidas punitivas adoptadas por la Casa Blanca contra los palestinos.

Pero el ministro de Asuntos Exteriores de la Autoridad Palestina, Riyad al-Maliki, ya ha respondido que acoge con satisfacción este cambio de política y que está dispuesto a ponerse a trabajar por la paz con la nueva administración. Se trata de una forma diplomática de indicar a Washington que las principales partes interesadas están impacientes por que la Casa Blanca pase cuanto antes de las palabras a los hechos. El tiempo es oro.

Para garantizar la financiación de las 700 escuelas y centros de formación profesional y los 130 dispensarios y centros sanitarios para los refugiados palestinos, a los que hay que añadir hoy los gastos relacionados con la crisis siria y la lucha contra la pandemia, la agencia necesitará 1.500 millones de dólares en 2021, de los cuales 800 millones para el funcionamiento de los servicios básicos.

“Tememos una crisis de financiación ya en abril”, dice a Mediapart (socio editorial de infoLibre) la portavoz de la agencia, Tamara al-Rifai. “Nuestras estimaciones recogen que el déficit previsto para este año –unos 200 millones de dólares– podría llevar al colapso total de la UNRWA. Para este verano se prevé la celebración de una conferencia, organizada por Suecia y Jordania, para debatir las formas de garantizar la supervivencia de la agencia. Mientras tanto, estamos recortando todos los gastos para ahorrar dinero”.

Creada en 1949 para prestar asistencia humanitaria a los 750.000 palestinos expulsados de sus hogares tras la creación del Estado de Israel un año antes, la UNRWA dependía en gran medida de la ayuda estadounidense.

Durante años, Washington aportó casi el 30% del presupuesto de la agencia. En vísperas de la elección de Trump, la aportación de Estados Unidos se situaba en 365 millones de dólares. A finales de 2020, esa contribución había desaparecido y los principales contribuyentes eran Alemania (170 millones de dólares), la Unión Europea (130 millones), el Reino Unido (64 millones) y Suecia (60 millones). Las promesas de contribuciones a febrero de 2021 ascendían a 640 millones de dólares.

Estos compromisos son claramente insuficientes para garantizar las misiones básicas de la agencia: educación, sanidad, ayuda alimentaria, formación profesional y servicios sociales, cuyo presupuesto supera ya los 800 millones de dólares. Todo ello en beneficio de 5,7 millones de palestinos dispersos en 58 campos y multitud de localidades de Cisjordania, la Franja de Gaza, Líbano, Siria y Jordania.

Según los textos fundacionales de 1948 y 1949, el estatuto de refugiado palestino se aplica a “toda persona que viviese entre 1946 y 1948 en el Mandato británico de Palestina y que perdiese su hogar y sus medios de subsistencia como consecuencia del conflicto árabe-israelí de 1948”. Pero también a sus descendientes directos “mientras no se encuentre una solución duradera a su situación”.

Este carácter “hereditario” del estatus de refugiado palestino, así como el hecho de que la UNRWA sea la única organización de la ONU cuyo trabajo se dedica a una sola nacionalidad, constituían para Trump y sus colaboradores las quejas principales contra la agencia. Poco familiarizado con el mundo de las organizaciones humanitarias y sus misiones, el magnate inmobiliario reconvertido en presidente consideró que la agencia, que era costosa y no aportaba nada, era “totalmente defectuosa” y la acusó de despilfarrar los fondos de los donantes.

Su embajadora ante las Naciones Unidas, Nikki Haley, afirmó que la UNRWA falsificaba los datos para inflar el número de refugiados palestinos, que constantemente “denigraban a Estados Unidos”. “Los contribuyentes necesitan que se les diga la verdad”, repetía en Twitter el secretario de Estado Mike Pompeo. “La mayoría de los palestinos bajo la jurisdicción de la UNRWA no son refugiados y la UNRWA es un obstáculo para la paz”.

En este punto, como en muchos otros, la retórica de la administración Trump y la de Netanyahu y sus aliados se confundía. Tanto es así que las mentiras de los unos, sumadas a la intoxicación de los otros, a menudo eclipsaban la verdadera razón de su odio común a la UNRWA y su deseo de eliminarla. La realidad, menos confesable, hunde sus raíces en la historia; en opinión de los dirigentes israelíes y de sus amigos estadounidenses, la agencia encarna la permanencia del problema de los refugiados palestinos y su derecho al retorno.

Un derecho que los palestinos consideran inalienable e imprescriptible. Y que los israelíes consideran inaceptable. Porque implica reparaciones humanas y financieras para las que no están preparados. Y, sobre todo, porque recuerda las condiciones en las que se creó su país, borrando a Palestina y a su pueblo del mapa. Junto con el estatuto de Jerusalén, el futuro de los asentamientos, la delimitación de las fronteras y las disposiciones de seguridad, la cuestión de los refugiados fue uno de los temas que se remitieron a las negociaciones finales de los acuerdos de Oslo sobre el “estatuto permanente”. Dichas negociaciones nunca existieron.

En 50 días, 2.200 muertos y 50.000 edificios destruidos en Gaza

Antes de que Benjamin Netanyahu y sus coaliciones de derecha y extrema derecha llegaran al poder, la mayoría de los gobiernos israelíes que le siguieron trataron de poner fin a la UNRWA. O de limitar su peso e influencia. Por la misma razón: eliminar este engorroso testimonio de la culpa original de Israel.

Paradójicamente, Yasser Arafat casi se lo puso fácil al día siguiente de Oslo al declararse dispuesto a aceptar el traslado de la sede de la UNRWA de Viena a Gaza. Pero fue disuadido por sus jóvenes asesores, que se negaron a que la agencia instalara su sede en un territorio ocupado por el Ejército israelí. De este modo, se expone a todas las presiones posibles.

Este peso simbólico de la UNRWA en la historia del conflicto palestino-israelí, pero también su papel concreto, desde hace más de 70 años, en beneficio de los refugiados, explica que la agencia haya sido objeto de una ofensiva política, diplomática y financiera por parte de la administración Trump en los últimos años, retransmitiendo y apoyando una estrategia constante de Israel. Una ofensiva que la agencia ha resistido pero de la que ha salido exangüe.

Estos elementos explican también, sin duda, que el diplomático suizo Pierre Krähenbühl, que dirigía la UNRWA durante esta guerra en la que todo estaba permitido, haya sido víctima de una campaña de descrédito y desestabilización, tanto personal como profesional, de la que la ONU, “casa matriz” de la agencia, aún no ha identificado y señalado oficialmente a los responsables. Tampoco ha reparado todos los daños.

“Evidentemente, no desconocía este contexto hostil cuando el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, me nombró comisionado general de la UNRWA en abril de 1014”, afirma Pierre Krähenbühl, que dirigió la agencia durante más de cinco años antes de dimitir, decepcionado e indignado. “Tras 20 años en el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR), la mitad de ellos como director de operaciones, sabía que en la acción humanitaria también se pueden hacer enemigos”.

Nada más tomar posesión de su cargo, el nuevo director de la UNRWA se encontró con una gran prueba. Tras el asesinato en Cisjordania de tres jóvenes israelíes y la posterior detención por parte del Ejército y la Policía israelíes de varios centenares de miembros de Hamás, se dispararon cohetes –sin daños graves– desde la Franja de Gaza hacia el territorio israelí, y el Ejército israelí respondió lanzando la operación Margen Protector contra la Franja de Gaza, que combinó ataques aéreos, bombardeos de artillería e incursiones blindadas.

En 50 días, desde el 8 de julio hasta finales de agosto de 2014, murieron 2.200 palestinos y 15 israelíes. Casi 50.000 casas o edificios fueron destruidos por bombas o proyectiles, 30.000 quedaron gravemente dañados. Varias docenas de escuelas y guarderías de la UNRWA, aunque conocidas por el Ejército israelí e identificadas con la bandera azul de la ONU, fueron dañadas, y en varios casos hay muertos y heridos entre los desplazados que la UNRWA había acogido. La central eléctrica fue destruida, al igual que una docena de hospitales. La ONU denunció un “desastre humanitario”.

“Tuvimos que alojar a 300.000 desplazados –que huían de los bombardeos– en 90 escuelas”, recuerda Pierre Krähenbühl, quien, ante la prensa, denunció la guerra como “una vergüenza para el mundo entero” y se indignó por las “inaceptables violaciones del derecho internacional humanitario”. Pero lo peor, para él y para los 5,7 millones de refugiados a su cargo, estaba por llegar.

“Un esfuerzo sincero para perturbar a la UNRWA

Cuando Donald Trump accedió a la Casa Blanca, en enero de 2017, estaba al frente de la administración más proisraelí y antipalestina de la historia de Estados Unidos. Apoyado por los evangelistas sionistas y las corrientes más derechistas del judaísmo estadounidense, el nuevo presidente está rodeado de asesores-activistas a los que la duda no asalta.

A cargo de la cuestión árabe-israelí, su yerno, Jared Kushner, promotor inmobiliario como él, carente de formación o experiencia diplomática alguna, se sitúa a la cabeza de una fundación que financia al Ejército israelí y apoya personalmente a varias yeshivas y a la colonia religiosa de Beit El, cerca de Ramala, conocida por su oposición al proceso de paz.

El asesor jurídico de la “Organización Trump”, Jason Greenblatt, que realizó la mayor parte de sus estudios en instituciones talmúdicas, se convierte en el representante especial del presidente para las negociaciones internacionales. Tampoco tiene formación ni experiencia geopolítica. Esto no le impide afirmar que los asentamientos de Cisjordania “no son un obstáculo para la paz”.

Encargado de las inversiones de Trump en casinos, David Friedman, judío ortodoxo e hijo de un rabino, fue nombrado embajador en Israel. Próximo a la extrema derecha israelí, ardiente defensor de la colonización, aboga por la anexión por parte de Israel de los territorios ocupados. “Daba la impresión”, dice un antiguo diplomático israelí, “de que era el segundo embajador de Israel en Estados Unidos”. Todos son enemigos mortales de la UNRWA. Pero la nueva administración –¿cálculo? improvisación?– decidió no revelar sus cartas en un primer momento.

“Cuando me recibió Jared Kushner en la Casa Blanca en noviembre de 2017, el tono no era en absoluto de confrontación”, recuerda Pierre Krähenbühl. “Incluso dijo que la UNRWA contribuía a la dignidad y la estabilidad de la región y firmamos un acuerdo marco sobre la renovación de la ayuda estadounidense. Pero también me señaló que algunas personas se preguntaban si la UNRWA era parte del problema o de la solución en el conflicto palestino-israelí”. 

Tras muchas amenazas, la cuestión se vio rápidamente eclipsada por un movimiento dramático del nuevo presidente. El 6 de diciembre de 2017, Donald Trump confirmó que estaba decidido a demostrar a su electorado y a su “amigo Bibi” que “América está de vuelta”. Rompiendo un consenso internacional de medio siglo, anunció que había decidido reconocer a Jerusalén como capital única e indivisible de Israel. Y que ha dado la orden de preparar el traslado de la embajada de Tel Aviv a la ciudad santa. Esta será la primera de una serie de decisiones unilaterales que desestabilizarán permanentemente el equilibrio diplomático en la región.

Sin duda, animado por el entusiasmo con que se acogió el anuncio de Trump en Jerusalén, Jared Kushner ya prepara el siguiente paso en el plan de la Casa Blanca para "asegurar el futuro de Israel": quitar a los palestinos la esperanza de volver alguna vez a su tierra desestabilizando, cuando no paralizando, la institución que encarna ese sueño.

“Es muy importante”, escribió Kushner el 11 de enero de 2018 en un correo electrónico (revelado en abril de 2019 por Foreign Policy) a varios asesores de Trump, incluido Greenblatt, de “hacer un esfuerzo sincero y honesto para desbaratar la UNRWA”. Perpetúa el statu quo, es ineficaz y no contribuye a la paz. Nuestro objetivo no puede ser mantener las cosas estables como están. A veces tenemos que asumir el riesgo estratégico de romper líneas para avanzar. "

“Romper las líneas”. Eso es lo que decide Donald Trump menos de una semana después. Su segunda medida unilateral a favor de Israel está dirigida a la UNRWA. Es una declaración de guerra.

“El 16 de enero de 2018, unas semanas después de la reunión con Jared Kushner, mientras estaba en Ammán”, relata Pierre Krähenbühl, “recibí una llamada telefónica del Departamento de Estado. Me dijeron que los fondos asignados por Washington a la UNRWA ascenderían a 65 millones de dólares para el año. En lugar de 365 millones de dólares. Para una organización que ya se enfrenta a un déficit de más de 200 millones de dólares, representa un verdadero terremoto. En mi opinión, no hay duda de que la administración Trump ha decidido liquidar a la UNRWA. En mi opinión, los estrategas de esta operación pensaron que asfixiándonos financieramente, nos obligarían a rogarles, a negociar. Esto era inaceptable. Así que sugerí a mi equipo que elaboráramos una estrategia para contraatacar. Decidimos limitar nuestros gastos, a costa de varios cientos de despidos dolorosos e impopulares. Y para responder a la ofensiva de Trump en el terreno donde nos atacaba. Es decir, yendo a buscar dinero”.

En el equipo reunido por Pierre Krähenbühl para dirigir este contraataque, una de las voces más escuchadas es la de una abogada franco-argelina de 49 años, Maria Mohammedi. Vinculada a la defensa de Palestina, donde decidió en 1997 establecerse con su marido, un arquitecto palestino-serbio, creó con él un centro de arte y artesanía en Gaza, que fue destruido al año siguiente por un bombardeo israelí, y luego construyó y gestionó un hotel en el paseo marítimo. En 2003, se incorporó a la UNRWA, donde se encargó principalmente de la recaudación de fondos en los Estados del Golfo durante cuatro años.

Su experiencia y los contactos que hizo durante sus prospecciones resultaron ser inestimables. Convertido en recaudador de fondos, el Comisario General de la UNRWA viaja y se reúne de capital en capital. Gracias a su carisma, su espíritu de lucha, la movilización de su oficina ejecutiva y el saber hacer de su asesor, consiguió convencer a 43 países –entre ellos Francia– y organizaciones para que aumentaran sus aportaciones al presupuesto de la agencia en menos de un año. Los Estados del Golfo aportaron 200 millones de dólares. Rusia acepta, por primera vez, contribuir. “Cubrimos en 2018 un déficit de 446 millones de dólares. Y salvó a la agencia”, dice Pierre Krähenbühl. “No nos lo han perdonado”.

Traducción: Mariola Moreno

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