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Petróleo, el arriesgado forcejeo de Donald Trump

El líder supremo de Irán, Ali Jameneí.

Martin Orange (Mediapart)

Es ya una de las marcas de fábrica de la Presidencia Trump: hay que esperar siempre a ver qué pasa con los equilibrios económicos, políticos y geopolíticos mundiales después de un cabezazo o un tuit del presidente americano. La decisión anunciada por la administración Trump el 22 de abril no se libra de esta regla.

La Casa Blanca anunció, sin la menor concertación y pillando a todos por sorpresa, que se anulaban todas las excepciones concedidas en noviembre sobre las exportaciones de petróleo iraní desde la implantación de sanciones contra Teherán. A partir del 2 de mayo no debe salir ni una gota de petróleo de Irán, ha explicado el secretario de Estado, Mike Pompeo. “Continuaremos aplicando las sanciones y vigilaremos que se respeten. Cualquier nación o entidad que mantenga relaciones con Irán deberá mostrar prudencia”, ha indicado.

La advertencia va dirigida a ocho países: China, India, Turquía, Corea del Sur, Japón, Taiwán, Italia y Grecia que, por sus vínculos económicos, habían conseguido el derecho a continuar con la importación de petróleo iraní a pesar del embargo decretado unilateralmente por Washington sin exponerse a la ira de la administración americana. Estas excepciones son las que van a ser suprimidas.

Para Italia, Grecia y Taiwan esta prohibición no tiene consecuencias pues, aunque estaban autorizados a importar petróleo iraní, no lo compraban desde la instauración del embargo en noviembre. Para los demás, las consecuencias son más importantes. Después del anuncio de las medidas americanas, China, Turquía e India, primeros clientes petroleros de Irán, han denunciado este unilateralismo. Turquía, distante con Washington, estudia la posibilidad de saltarse el embargo americano. “Si los Estados Unidos nos impiden utilizar el estrecho de Ormuz, lo cerraremos. En caso de amenaza no dudaremos en proteger y defender las vías marítimas de Irán”, ha declarado Alireza Tangsiri, comandante de las fuerzas navales de los Guardianes de la Revolución iraníes, tras el anuncio de las sanciones americanas.

Cerrar el estrecho de Ormuz, por donde transita el comercio marítimo de los países del Golfo, es una amenaza que Irán ha aireado varias veces pero que nunca ha llevado a cabo. Sería visto como un acto de guerra y conllevaría unas represalias internacionales imprevisibles.

La violencia de la reacción iraní muestra sin embargo cuánto afecta al país el refuerzo de las sanciones americanas, país que ya está duramente aquejado por el embargo, la escasez y las inundaciones. La inflación es galopante y podría pasar del 40%. Incluso antes de las nuevas prohibiciones americanas, el FMI estimaba que Irán estaba en riesgo de padecer una recesión del orden del 6% este año.

El nuevo endurecimiento del embargo decretado por los Estados Unidos supone pues una vuelta de tuerca más contra Teherán. Donald Trump justifica la medida “para obligar a Teherán a negociar”. Con la esperanza secreta, según algunos observadores americanos, de que el deterioro de la situación económica de Irán lleve a la caída del régimen iraní.

Una esperanza bastante vana, según Phillippe Chalmin, economista especialista en petróleo y materias primas, que ve ahí más bien el riesgo de que sirva de refuerzo de los “halcones” del régimen iraní. “Donald Trump piensa en su reelección en 2020. Pero, además de complacer a Arabia Saudita y a Israel, enemigos jurados de Irán, no se ve bien a dónde conduce esta política ni a quien beneficia”, constata.

La decisión americana contiene muchas incertidumbres. Tocar el petróleo es correr el riesgo de crear un choque externo sobre una economía mundial ya tambaleante y de zarandear los equilibrios económicos, monetarios y políticos. “Con el crecimiento económico mundial cada vez más débil, consumidores y productores deben tomar medidas para evitar precios demasiado elevados del petróleo, que serían dolorosos para todos”, advierte la Agencia Internacional de la Energía como reacción a la decisión de Donald Trump.

Sobre todo porque la decisión americana aparece en un momento en que el mercado del petróleo está ya muy tenso. Desde primeros de año, las cotizaciones del petróleo han aumentado en más del 33%, alcanzando casi el nivel del último otoño. Tras el anuncio del endurecimiento del embargo americano, las tensiones se han agravado aún más: el Brent (la referencia petrolera en el mercado europeo) ha rayado los 75 dólares el barril y el WTI (la referencia en el mercado americano) está a más de 66 dólares. Han bajado ligeramente en las últimas sesiones pero están en lo más alto desde hace seis meses.

“La supresión del suministro iraní aprieta aún más un mercado petrolero ya en tensión. Hay muchas posibilidades de que el precio del petróleo siga subiendo”, escriben en una nota los analistas de Sanford C. Berstein & Co.

Antes del embargo americano, Irán era el cuarto exportador de la OPEP y vendía más de 3 millones de barriles al día. Después de las sanciones americanas en noviembre, las exportaciones iraníes cayeron hasta 1 a 1,3 millones de barriles diarios: “Quedarán siempre algunas exportaciones porque es imposible parar todo. Algunas pasan por oleoductos con destino Turquía o Irak y son incontrolables, como lo eran en la época del primer embargo. Pero existe el riesgo, a pesar de todo, de perder un millón de barriles por día”, estima Phillippe Chalmin.

Un millón de barriles menos por día es mucho. Sobre todo porque, además de las nuevas sanciones contra Irán, Donald Trump ha decretado también un embargo contra las exportaciones de petróleo de Venezuela. Desde el 28 de abril, los Estados Unidos rechazan los barriles de petróleo venezolanos: a finales de 2018 compraban 500.000 diarios. A esto se añaden las dificultades de producción en Libia y en Nigeria. “Los precios del petróleo están a merced del mínimo incidente de suministro”, dice con preocupación Julian Lee, editorialista de Bloomberg.

Sobre todo porque al mismo tiempo que se plantean problemas sobre la seguridad de los suministros, el consumo de petróleo en el mundo continua creciendo. Nunca ha sido tan alto como ahora. A pesar de las llamadas a un nuevo modelo más cuidadoso con el medio ambiente y el clima, la economía mundial esta más carbonizada que nunca: el mundo necesita ahora más de 100 millones de barriles diarios, el más alto nivel jamás alcanzado. Según estimaciones de la Agencia Internacional de la Energía, el consumo crecerá un 1,8% este año.

“Un barril a 100 dólares no es imposible”, advierten los economistas John y Gabriel Sterne en un memorándum. Si se diera tal escenario se traduciría, según sus estimaciones, en un crecimiento mundial inferior al 0,6% y una inflación superior al 0,7% respecto a las previsiones esperadas de aquí a fin de año.

La cuestión del dólar en el orden del día

Donald Trump se siente seguro, sólo por el poder de sus palabras, de controlar cualquier riesgo. “He llamado a la OPEP y les he dicho que deben bajar el precio del petróleo”, afirmó Donald Trump ante los periodistas el 26 de abril.

En octubre, el presidente americano había practicado ya las mismas fanfarronadas, intimidando con tuits a los países productores de petróleo para que bajaran inmediatamente el precio del barril y aumentaran la producción. Inmediatamente después, la cotización del barril, que estaba a más de 80 dólares, bajó hasta los 50 dólares a finales de año para a continuación volver a subir.

El secretario de Estado americano Mike Pompeo asegura, en tono confidencial, que ha recibido garantías de Arabia Saudita y de Emiratos Árabes Unidos de que estaban dispuestos a suministrar lo que haga falta para preservar la estabilidad del mercado. La primera reacción de Riad es sin embargo mucho más distante. “No hay razón alguna para intervenir inmediatamente. No tenemos intención de intervenir de manera preventiva. Por el momento, el mercado está bien aprovisionado”, ha declarado el ministro saudí de energía, Khaled Al Faleh.

En otras palabras, Arabia Saudita no tiene intención de mover ficha por el momento pues la situación actual le va bien. Enfrentado a una degradación económica y una fuerte inflación, el régimen saudí necesita un precio del petróleo de alrededor de 80 dólares el barril para alcanzar su equilibrio presupuestario, en lo que pone todo de su parte para conseguirlo. A finales de 2018 se puso de acuerdo con los miembros de la OPEP y Rusia para disminuir la producción y hacer subir la cotización con el fin de llegar a ese nivel de precios.

Todos aceptaron porque a todos les viene a cuenta. En primer lugar a Rusia que, aunque no es miembro de la OPEP, se ve como la gran beneficiaria de esta política de reducción de suministros. Pero una cotización de 80 dólares le viene bien también a los productores americanos de aceite de esquisto quienes, a pesar de una producción récord, tienen dificultades para que sea rentable por el peso de sus deudas. Los productores no tienen pues ningún interés en que cambien las cosas mientras no vayan a la deriva.

Aunque conocen todos los cálculos económicos y financieros, la escasa diligencia de Riad en apoyar, al menos con la palabra, los deseos americanos ha sorprendido a muchos analistas del mercado del petróleo. Todos esperaban que Arabia Saudita dijera que estaba dispuesta a ejercer su papel de regulador del mercado mundial del petróleo, como siempre ha hecho.

Algunos pensaban incluso que el régimen saudí iba a responder inmediatamente a los requerimientos de Donald Trump, como hizo en octubre. Pero esta vez las circunstancias son diferentes. Cuando en octubre Riad relanzaba a toda velocidad su producción, el príncipe heredero Mohammed Ben Salmán estaba inmerso en el escándalo del asesinato del Jamal Khashoggi. El régimen saudí estaba amenazado con sanciones internacionales y no podía negarle nada a Donald Trump, que le ofrecía su protección.

Después, el asesinato del periodista saudí se ha olvidado y Riad puede ejecutar a decenas de personas sin provocar la menor condena occidental. Pero incluso aunque Donald Trump responda a los deseos de Arabia Saudita reforzando el embargo contra Irán, como Riad pedía desde hacía meses, no hay confianza total entre los dos países.

Últimamente ha habido un episodio que ha oscurecido en particular sus relaciones. En otoño, unos senadores americanos enviaron a trámite una ley llamada NOPEC (No Oil Producing and Exporting Cartels Act, o Ley sobre los cárteles que no producen o exportan petróleo) que propone modificar la ley antitrust en los Estados Unidos. Este texto permitiría demandar a los miembros de la OPEP por constituir un cártel y prohibiría la restricción de la producción de petróleo y la fijación de precios. Suprimiría además la inmunidad soberana de los Estados miembros de la OPEP dentro de los Estados Unidos. Una provocación para todos los países petroleros y en particular para Arabia Saudita.

El texto ha pasado varias veces por el Congreso americano desde el año 2000 y siempre ha sido rechazado, en especial por la influencia de Riad. Pero, tras su llegada a la Casa Blanca, Donald Trump tiene una verdadera fijación con la OPEP, que según él actúa en detrimento de los americanos y milita abiertamente a favor de la aprobación de esta ley NOPEC. Todos los enviados del Golfo desfilan estos últimos meses por Washington y Wall Street para ponerse en guardia contra los peligros de esta ley y los riesgos de desestabilización del mercado del petróleo y, con él, de la economía mundial.

A principios de abril el tono subió de nivel: si los Estados Unidos aprueban la ley NOPEC y están dispuestos a demandar a los países de la OPEP por violación de la ley antitrust americana, Arabia Saudita estaría dispuesta a vender su petróleo en monedas diferentes del dólar, según han hecho saber varios responsables de la política petrolera saudí a los responsables americanos, según Reuters.

La amenaza tiene su peligro, pues el petróleo y el dólar están indisolublemente unidos desde los años 1970 y Riad lo sabe. Desde el día después, Emiratos abusaba de su mediación y hacía saber que, naturalmente, todas las exportaciones petroleras se harían en dólares. Después, la cuestión se ha mantenido silenciada por las partes aunque continúa dando vueltas en las mentes.

Esta rabieta muestra que no todo es buen clima entre Riad y Washington. Hasta ahora Arabia Saudita nunca había cuestionado la supremacía del dólar en el petróleo, llegando incluso a vincular su moneda y su economía al billete verde. Este cuestionamiento implícito suena como una advertencia para los Estados Unidos, que se aferran a su supremacía y a su poder sancionador tanto como a su moneda y a sus ejércitos.

Si sus decisiones unilaterales de sancionar tal o tal país son una realidad es gracias al dólar, única moneda de reserva internacional. En nombre de su poder emisor pueden demandar a todos los países, a todos los compradores y a todos los intermediarios financieros porque utilizan el dólar como moneda de transacción.

Este “exorbitante privilegio” del dólar, discutido desde hace años, corre el riesgo de ser una vez más cuestionado con el endurecimiento del embargo americano contra Irán. Para evitar represalias americanas, la India había ya implantado un sistema de trueque con Irán, lo que le permitía pagar sus importaciones petroleras con su moneda, sin tener que utilizar el dólar. El Gobierno indio no ha dicho qué va a hacer tras esta decisión americana. Pero nada dice que no continuará, en los próximos meses, utilizando los mismos canales para comprar petróleo iraní.

Por su parte, China, aunque preocupada por encontrar un acuerdo con los Estados Unidos para enterrar la guerra comercial entre ambos países, no duda en hacer valer que ahora tiene los medios para evitar el embargo de los Estados Unidos y que ya no está de acuerdo con someterse a la orden americana. Desde el año pasado ha puesto en marcha un contrato petrolero pagado con yenes y convertible en oro. Los intercambios petroleros entre Rusia y China se hacen hoy por esta vía.

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Mañana las compras de petróleo con Irán, de Pekín o también de otros países, podrían igualmente hacer uso de esa vía, según algunos analistas. En este momento no son más que hipótesis, pero que indican nuevas grietas en el orden –más bien desorden– mundial. Traducción de Miguel López

Aquí tiene el texto original en francés:

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