“Por fin estamos a salvo”: la nueva vida de los periodistas que han tenido que huir de Gaza

Palestinos caminan junto a edificios destruidos en el campo de refugiados de Jabalia, en el norte de la Franja de Gaza, el 14 de abril de 2025.

Yunnes Abzouz (Mediapart)

Clermont-Ferrand (Francia) —

“¿Ves esa catedral? Está construida con piedra volcánica, eso es lo que la hace tan atípica”. Solo seis meses después de su instalación en Clermont-Ferrand, Islam Idhair no puede evitar decir algo para vender los tesoros arquitectónicos locales. Porque ese patrimonio cultural es ahora también suyo, ya que aspira a reconstruir su vida aquí, con su esposa Heba, al aire libre de Auvernia, lejos de las playas devastadas de Gaza.

“Clermont fue la elección de mi amiga Marine Vlahovic. Nos recomendó un lugar muy tranquilo después de nuestra salida de Gaza”, recuerda Islam. Junto al zumbido de los drones y el estruendo de las bombas, no cabe duda de que los ruidos de los martillos neumáticos que han invadido el centro de Clermont desde hace más de un año le parecen un suave silbido.

Pasadas las primeras semanas de adaptación, facilitadas por el francés fluido de Islam, la pareja se acostumbró rápidamente a la vida en Clermont. Nos encontramos con Islam y Heba en la terraza de una cafetería, en la plaza Jaude, donde ambos tienen ahora sus rutinas. “Lo de siempre, Jérôme”, dice Islam al camarero, que le sirve su expreso doble.

Volver a disfrutar de los pequeños placeres cotidianos es el comienzo del camino hacia una nueva vida, cree firmemente la pareja. Porque no les queda nada de su vida anterior. Sus recuerdos, los dibujos de los niños, las fotos y retratos colgados en las paredes, los souvenirs de viajes, todo quedó enterrado bajo su casa en Rafah, pulverizada por una bomba israelí durante el primer mes de la guerra.

Y aún así, si solo hubiera perdido eso aquel 21 de octubre de 2023.  Los cuatro hijos de Islam y Heba murieron ese día atrapados bajo los escombros y aplastados por las toneladas de cascotes causados por la explosión. El ataque se llevó a sus dos hijos, Ayman, de 13 años, y Aous, de 5, y a sus dos hijas, Iman, de 12, y Andalous, de 10.

Un milagro para los padres, no para sus hijos

“La mitad de mis recuerdos se han borrado desde que vivimos nuestra dramática situación”, advierte Islam. Pero en el relato que hace de ese espantoso día no omite ningún detalle.

Como hacía todos los días, Islam había salido a hacer la compra para la familia antes de comenzar su jornada laboral. “Quince minutos después de llegar, oí unas grandes explosiones. Inmediatamente me tapé la cabeza con los brazos”, cuenta. Islam no se equivoca. Ese misil iba dirigido a él y a los suyos. Se encontró de golpe sepultado por los escombros, enterrado por su propia casa. En estado de shock, a pesar de todo, encontró la fuerza para tragar pequeños escombros para poder respirar. Después de tragar el cuarto trozo, se atragantó y empezó a desesperarse.

(vídeo)

“No había luz, estaba oscuro y estaba solo. Tenía heridas por todas partes. Tenía sueño, pero una voz interior me obligaba a mantenerme despierto”, detalla, de manera objetiva, casi desapegada, como si contara una desgracia de viaje. “Entonces oí voces, un montón de gente que gritaba fuerte. Luego las voces se fueron acercaron despacio y empezaron a retirar escombros y a buscar.”

Nos muestra los vídeos de su “milagro”, como él lo llama. Su mujer, que también se había salvado por milagro, acababa de salir de casa para ayudar a una vecina cuyo hijo pequeño estaba llorando desconsoladamente. Estaba a cincuenta metros de casa cuando ésta fue alcanzada por un dron israelí.

“Por desgracia, no hubo milagro para nuestros cuatro hijos”, relata, sin que se perciba aflicción ni rencor en su voz. Heba, con la mirada perdida, le oye revivir la secuencia de ese espantoso día, sin escucharle realmente, con la cabeza a veces en sus pensamientos, a veces centrada en su teléfono. Físicamente está presente, pero su mente está en otra parte.

Todos mis amigos periodistas están heridos o muertos

Islam Idhair

Después de ser desenterrado de los escombros, Islam fue llevado rápidamente al hospital, donde le mostraron los cuerpos inertes de sus cuatro hijos, uno a uno. Nos enseña en su teléfono las fotos de sus dos hijos y dos hijas, envueltos en un sudario blanco, con sus rostros juveniles hinchados y llenos de cortes. “A pesar de que se han ido, siguen estando con nosotros. Nos centramos en los buenos recuerdos, son los que nos fortalecen y nos ayudan a seguir adelante con nuestra vida”, intenta convencerse.

En retrospectiva, ahora está convencido de que su casa fue atacada debido a su profesión. Desde el 7 de octubre de 2023, trabajó sobre el terreno, tomó fotos, recopiló testimonios, documentó los bombardeos indiscriminados israelíes contra civiles, especialmente para medios de comunicación francófonos con los que solía trabajar: Radio France, Libération, L'Humanité, La Croix, etc. Para él, hoy es evidente que Israel mata a periodistas para ocultar al mundo los crímenes que su ejército comete en Gaza.

“Empezaron prohibiendo el acceso a los periodistas extranjeros, ahí nos dimos cuenta de que esta guerra no se parecería a las que habíamos conocido antes”, recuerda Islam, que vivió los conflictos de 2008-2009, 2014 y 2021. “Luego, fueron a por todos los periodistas que trabajaban para medios extranjeros. Todos mis amigos periodistas están heridos o muertos”.

Su abogado en Francia, Raphaël Kempf, concuerda y pide que se abra una investigación para determinar las responsabilidades dentro del ejército israelí: “También era octubre de 2023, un momento en el que se estaba desarrollando el uso del algoritmo que permite designar objetivos en la Franja de Gaza y que, en mi opinión, tiene el efecto de apuntar especialmente a los periodistas. Ignoro si la elección de apuntar a Islam se debe a ese algoritmo o a un oficial”.

Siguieron siete meses de supervivencia en Gaza, de sobresaltos y temblores ante la más mínima deflagración, de revivir una y otra vez ese dramático día 21 de octubre. Cada día el conflicto se enquistaba un poco más y la posibilidad de una intervención terrestre de las tropas israelíes hacía temer lo peor a los amigos franceses de Islam, que seguían preguntando por él a diario, a pesar de la mala conexión.

Una de sus allegadas, la periodista Marine Vlahovic, recientemente fallecida, incluso le enviaba cada poco dinero para comprar lo necesario para sobrevivir en el enclave palestino y le puso en contacto con psiquiatras y psicólogos franceses, a los que consultaba y que le recetaban medicamentos por teléfono. “Nuestros amigos nos encontraron una agencia de turismo egipcia que cobraba 10.000 euros por cruzar la frontera para dos. Les respondí que ni siquiera tenía 100 euros”, cuenta Islam.

Discurso de esperanza, cara de resignación

Sus amigos, periodistas franceses para los que Islam trabajó como intermediario, se encargan de reunir esa cantidad creando una hucha. El 1º de mayo de 2024, Islam y Heba logran salir del infierno de Gaza, unos días antes de que el ejército israelí entre en Rafah obligando a huir a más de un millón de gazatíes que se habían apiñado allí. Llegan a El Cairo, donde pasan de un alojamiento a otro durante cinco meses, a la espera de su visado para Francia.

Conseguido el documento, Islam y Heba llegan a Francia el 11 de octubre y se instalan en Clermont-Ferrand al día siguiente. ”Vivimos en un pequeño apartamento que nos ha proporcionado el centro de acogida para solicitantes de asilo. Estamos bien aquí, tenemos todo lo que necesitamos en cuanto a gastronomía. Pero sobre todo, por fin estamos a salvo”, suspira Islam con alivio.

Aunque su solicitud de asilo aún está en proceso de evaluación, Islam ya expresa su gratitud a Francia, que le da la oportunidad de “reconstruir su vida, su familia, lejos de las bombas”. Quiere mostrarnos su tarjeta de transporte, que apenas le cuesta cuatro euros al mes, así como una tarjeta de compra que la Oficina Francesa de Inmigración e Integración (OFII) recarga cada mes con 320 euros. Una vez que se acepte su solicitud de asilo, espera poder encontrar trabajo rápidamente. “Esperamos que Francia esté orgullosa de nosotros algún día, orgullosa de que hayamos logrado rehacer nuestras vidas”.

A veces me despierto por la mañana pensando que estoy en Gaza, luego abro la ventana y veo las montañas

Islam Idhair

Declama su esperanza con cara de resignación y afirma que, a pesar del drama que le ha arrebatado a sus hijos, no tiene nada en contra de nadie, no siente odio. “No quiero que haya familias al otro lado que vivan el mismo dolor que nosotros. Prefiero la tolerancia y la paz”, repite, como para autoconvencerse. “En este conflicto se necesitan más personas que hablen de paz en lugar de guerra, de vida en lugar de muerte, de convivencia en lugar de ira.”

No tiene nada en contra de nadie, excepto de los países árabes, cuyo abandono no puede digerir. “Miro lo que Europa ha hecho por Ucrania y pienso que la Liga Árabe no ha hecho nada por nosotros. Nos alegramos cuando los países europeos nos ayudan, porque no están obligados a hacerlo. La Liga Árabe es otra cosa, somos miembros, compartimos la misma religión, hablamos el mismo idioma, su indiferencia no tiene excusas”, se irrita.

Pero prefiere no hablar de todo eso. Su atención se centra ahora en aprender sobre las pasiones locales: el rugby, los quesos. Como para acelerar el proceso de adaptación a la que espera se convierta en su ciudad de adopción. Pero sobre todo para olvidar el dolor del duelo y el desarraigo y sacar a Gaza de su cabeza. “A veces me despierto por la mañana pensando que estoy en Gaza, luego abro la ventana y veo las montañas”.

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Islam asegura que por nada del mundo volvería a Gaza, aunque gran parte de su familia todavía esté allí. “Gaza, para mí, es la muerte. Aunque la guerra termine, no volveremos. Ya he dado suficiente por Gaza, ya he pagado mi factura. He perdido toda mi vida. Quiero dormir sin tener miedo de ser bombardeado nunca más, ni temer perder a un hijo. Gaza es la muerte”.

 

Traducción de Miguel López

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