Historia
Una "Transición pacífica" de más de 700 muertos
"El hecho mismo de que haya sido posible crear un modelo de cambio político pacífico e incruento, y que ese cambio haya significado el inicio de un periodo dinámico y creativo como no se había conocido otro igual antes, abre una inmensa esperanza para hacer del siglo que ahora se inicia una de las eras históricas más prósperas y felices de la historia de nuestra tierra". Esta aseveración tan optimista fue publicada, en 2003, en un libro sobre historia reciente de Extremadura editado por la Asamblea de esa comunidad. Pero podría haber formado parte de un discurso político, de un libro de texto o de un artículo de opinión. Ese cambio "pacífico e incruento" ha sido celebrado aquí y allá y lo seguiría siendo si no fuera por ciertas investigaciones históricas. Resulta que a ese proceso "pacífico e incruento" hay que sumarle más de 700 muertos.
El relato existente hasta ahora sobre la Transición parece resquebrajarse en el imaginario colectivo, al menos desde el estallido del 15M. Dentro de este proceso, se cuestiona también cuánto hay de verdad en ese cambio por el que no se derramó ni una gota de sangre. Mientras la historiografía se encarga de ello en las universidades, los lectores tienen a mano dos trabajos llegados recientemente a las librerías: la exhaustiva investigación de Sophie Baby, El mito de la transición pacífica (Akal) y la más divulgativa obra del periodista Mariano Sánchez Soler, La transición sangrienta (Península). El primero es el resultado de una investigación publicada como tesis doctoral en 2006, editada luego en francés en 2012 y traducida al español este año. El segundo se publicó en 2010 y acaba de ser reeditado.
Los trabajos son muy distintos: el de Sánchez Soler se basa en casos muy conocidos, como Montejurra, el asesinato de los abogados de Atocha, el atentado contra El País o la paliza mortal que recibió el anarquista Agustín Rueda Sierra en la cárcel de Carabanchel, en Madrid. Analizando archivos judiciales, el periodista se centra en acciones realizadas por la extrema derecha y, particularmente, en señalar los lazos que unían a los criminales con el propio Estado. Baby, por su parte, realiza una investigación más amplia, estudia la distribución geográfica y cronológica de los actos violentos y trata de establecer un lazo entre estos y el devenir del proceso político (y viceversa). Pero ambos tienen el mismo propósito: poner de relieve que la celebrada "Transición pacífica" no fue tal y que su construcción obedece a un pacto de olvido con fines políticos concretos.
"En su búsqueda de la superación del pasado, del punto final, el silencio de la transición con respecto a sus víctimas supone, en la práctica, la continuación de la política de olvido aplicada a las víctimas de la Guerra Civil y de la represión franquista", escribe Sánchez Soler. Baby comenta por teléfono: "Este libro comenzó como una investigación en un momento en el que el mito de la Transición pacífica era muy potente. Y ese mito continúa siendo muy fuerte en España, en el sentido en que fundamenta el modelo de reconciliación de la democracia actual". Frente al mito, la cifra registrada por la historiadora: al menos 714 muertes causadas por la violencia política entre 1975 y 1982 (el periodista se queda en 591). De ellos, 536 fueron provocados por lo que Baby llama "violencia contestataria", que incluye la extrema derecha, la izquierda revolucionaria y el nacionalismo radical (ETA asesina al 40% de estas víctimas); y 178 provienen de la violencia de Estado. En su libro, Sánchez Soler recoge la circunstancia de cada una de las muertes.
Todos estos asesinatos están documentados y no existe sobre ellos un debate historiográfico. ¿Por qué no se ha roto, entonces, esa idea de una Transición inmaculada? "La construcción del saber histórico es algo distinto de la memoria", señala Sophie Baby, que subraya la importancia de la divulgación frente a un imaginario colectivo construido sobre datos falsos o incompletos. Pero si el mito continúa existiendo, defiende, es porque era y es útil políticamente: "El mito muchas veces tiene la función de establecer una cohesión social. Este mito parece estar cambiando, pero sigue operativo en el sentido de que es el cemento que unifica a los españoles, que sirvió para unirlos tras el franquismo y que cimentó la democracia". En ese sentido, Baby compara el proceso español con los Años de plomo italianos o la Revolución de los claveles portuguesa. En la Italia de los años sesenta y setenta, percibidos como de una extrema violencia, el saldo de muertos fue inferior. Pese a saldarse casi sin muertos, el derrocamiento del régimen en Portugal fue percibido como brusco y caótico (como una "Revolución", aun incruenta).
Segunda Transición
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Ambos autores coinciden en señalar la influencia de estos atentados en la marcha del proceso político, aunque Baby hace de ello el núcleo de su obra y Sánchez Soler apenas lo trata. Para este último, la violencia de origen institucional "se instrumentalizó para garantizar los pactos entre la derecha posfranquista en el poder y la oposición de izquierdas". La historiadora perfila esa idea: "Influyó mucho. No tanto por los atentados en sí, sino por la reactivación de la violencia pasada que suponían y la anticipación de lo que eso podía suponer en el futuro". La presencia misma de la violencia hacía esperar una violencia mayor. El miedo a un golpe de Estado o a una nueva guerra civil, apunta, estaba muy presente en todos los actores políticos. Y precisamente por eso se subraya una y otra vez la idea de un cambio pacífico: como una forma de conjurar la sangre, de rechazar una violencia más que tangible.
Pero la violencia estaba ahí. En las portadas de los diarios que recoge Sánchez Soler: el Diario de Barcelona abre el 16 de mayo de 1976 con la detención de "el hombre de la gabardina", responsable del atentado de Montejurra; "Consigna, matar", titula la revista La calle en 1980. En el día a día de los ciudadanos, como descrube Baby: "La gente veía que cuando salía a la calle había manifestaciones violentas, con botes de humo y represión policial, se temía que un grupo de extremistas de derechas pudiera agredir a alguien que pegara un cartel del Partido Comunista, se temía la reacción del ejército…". Eso, señalan, también fue parte de la modélica Transición.