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Política

Alcanzar el Gobierno pero no el poder: el "¡Sí se puede!" descubre los límites

El vicepresidente segundo y líder de Unidas Podemos, Pablo Iglesias.
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Es duro pero es la puñetera verdad”, afirmó Pablo Iglesias, vicepresidente de Derechos Sociales y Agenda 2030 del Gobierno de España, secretario general de Podemos, el líder a la izquierda del PSOE que ha llegado a una posición de mayor relevancia ejecutiva. ¿Qué “puñetera verdad” defendía el vicepresidente durante su comentada entrevista en Salvados? Pues que España es una “democracia limitada” por las “trabas” de “ricos y poderosos”. Enmarcándolo todo, dejó una frase que podría ser el envés de la moneda del “asalto a los cielos”: “Me he dado cuenta de que estar en el Gobierno no es estar en el poder”. No es un comentario usual en un vicepresidente. No es frecuente que alguien en su posición institucional, a la que ha llegado gracias al voto popular, admita que no ha llegado al poder, porque el poder está en otro sitio.

¿Expresó impotencia? ¿Puso el dedo en la llaga? ¿Se justificaba? Es probable que haya algo de todo eso. Lo seguro es que la afirmación abre campo al debate sobre gobierno, poder y democracia, así como sobre los límites de la izquierda para materializar sus aspiraciones. infoLibre explora la cuestión junto a siete voces de la ciencia política y social, la filosofía y el ejercicio práctico de la representación pública. El retrato resultante es el de una fuerza política que ha cebado aspiraciones de transformación radical, con un discurso de corte motivacional –“¡Sí se puede!”–, que finalmente tropieza en el Gobierno con “límites, límites y límites”, como dirá el politólogo Luis Ramiro. Sí, claro que Podemos no tiene El Poder, porque de hecho en las sociedades complejas el poder está repartido en red entre infinitas terminales. Pero sí que tiene poder, aunque de un modo que está sobre todo vinculado a la “influencia”, como resaltan varias voces consultadas.

Múltiples limitaciones

“La verdad es que, entre los que lo oímos, el comentario provocó un poco de chanza... Pero tiene su significado”. Luis Ramiro, profesor de Ciencia Política de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED), tuvo una sensación ambivalente al escuchar la reflexión de Iglesias. Por un lado, una sonrisa, porque es algo tan obvio que poder político y gobierno no son lo mismo que a todas luces parecía una pose de ingenuidad. Por otro, interés, porque el comentario da pie a repasar toda una serie de factores que complican la nunca fácil tarea de gobernar: la “acentuación de la globalización”, los “gobiernos multinivel”, las múltiples relaciones entre administraciones de diferentes escalas, los acuerdos de integración económica, la híper exposición mediática...

A ello habría que sumar la polarización y la desafección. Y la pandemia. Ahí le ha tocado gobernar a UP, un proyecto liderado por una formación forjada en una desacomplejada ambición de transformar el país. Un partido que, más allá de sus aspiraciones, ahora es el socio menor, con 35 diputados, de un Gobierno de coalición con el PSOE que ni siquiera suma mayoría absoluta en el Congreso. Se trata además de un Gobierno en el que Unidas Podemos está lejos de las carteras con mayor capacidad ejecutiva.

Hora de “cabalgar el tigre”

Ramiro se detiene en una dificultad añadida para el Gobierno: el obstáculo de la polarización y la desafección. La dificultad para una conversación pública articulada y coherente, sobre la base de hechos. El ruido que lo devora todo. “Todo eso es cierto, pero no cabe extrañarse. Ya desde los años 70 sabemos que los ciudadanos son así. Cambian continuamente de opinión, se forman opiniones incoherentes, hay mucha volatilidad, muchos ni siquiera se interesan por votar. De hecho, muchas de estas características, junto a una crisis acentuadísima, son las que han llevado a Iglesias a ser vicepresidente. Claro, ahora les toca cabalgar el tigre de la polarización y el conflicto político, pero eso es lo que ha permitido a Unidas Podemos llegar donde está”.

A juicio de Ramiro, Unidas Podemos está abocada a la frustración si aspira al control de un poder duro desde su posición en el Gobierno. En cambio, tiene un amplio carril para recorrer: el del poder blando. “Estar en el Gobierno te permite no sólo trabajar para sacar políticas, cosa que están haciendo, sobre todo en Trabajo, sino que también te da la posibilidad de limitar lo que hacen otros. Es algo difícil de medir. ¿Qué habría pasado con la reforma de las pensiones sin Unidas Podemos ahí? Es un poder menos vistoso, más oscuro. Pero es poder. Además, también marcan la agenda. Es decir, tienen múltiples posibilidades de ejercer el poder, incluso con la función pedagógica”, señala Ramiro, que inserta precisamente ahí, en la “función pedagógica”, el mayor interés del reconocimiento de Iglesias. “El problema es que, al redirigirse el foco del comentario al conflicto en el seno del Gobierno y a la persecución de los medios, se perdió un poco esa función”.

La carta de la influencia

Carmen Lumbierres, colega de Ramiro en la UNED, entra a la cuestión propuesta poniendo por delante unos extractos de Ciencia política: una introducción, de Josep María Vallès, para ilustrar la diferencia entre el poder como recurso y el poder como relación. “Cuando se interpreta el poder como un recurso se tiende a percibirlo como una cosa que se tiene o se posee […]. Por tanto, la cuestión importante en política es cómo apoderarse del poder”, escribe Vallès. Por contraste, quien percibe el poder como relación aspira a “situarse”. El poder ya no se acumula, ni se conquista, sino que brota de distintas relaciones sociales en las que los distintos actores sociales tratan de ganar posiciones.

“La primera noción, la del poder como algo que se consigue y se tiene, es muy marxista o neomarxista. No es la apropiada en una sociedad diversificada, internacionalizada, globalizada pero a la vez con múltiples reivindicaciones locales y del sector primario”, señala Lumbierres, que coincide con Ramiro en que la baza de Unidas Podemos es el ejercicio del poder como “influencia”. El poder se ejerce por la fuerza, por la influencia y por la reputación. Si Iglesias y los suyos se obcecan en la primera opción, es previsible la impotencia. Más juego le dará “buscar oportunidades” concretas de influencia, actitud sobre la que pone como ejemplo a la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz.

Unidas Podemos, analiza Lumbierres, tiene un “escaso margen de maniobra” si miramos el apartado puramente ejecutivo. Pero añade: “A pesar de que han perdido fuerza, con 35 diputados han conseguido cosas. Su presencia ha contribuido a un presupuesto más inversor y social, hay otro rumbo político distinto al que había con Mariano Rajoy. Ahí sí ha habido mucha capacidad”. A su juicio, la formación de Iglesias tiene un problema: “En línea con el 15M, ha defendido una acepción del poder como propiedad que está en manos de unas élites y hay que devolver al pueblo”. Ahora le toca el trago de seguir defendiendo, ya desde el Gobierno, que ese poder permanece en manos de las élites. En cierto modo, reflexiona la politóloga, Iglesias está pagando ahora un precio que fijó el propio partido morado. Lo explica así: “Podemos ha estado pico y pala ayudando al discurso de deslegitimación de las élites, en ocasiones metiéndolo todo en el mismo saco. Claro, cuando llegas a la cabeza del sistema representativo, explícale a un señor que está en ERTE que tú estás haciendo todo lo que puedes. Es difícil”.

Un “lobby” dentro del Gobierno

Nada más arrancar la experiencia de Gobierno, el politólogo Pablo Simón delimitaba en conversación con infoLibre lo que a su juicio eran posibles pros y contras de la experiencia para UP. "La oportunidad está clara", decía. "Si entras, haces buena gestión y eres útil, siempre es positivo". En cuanto a los riesgos, los veía de tres tipos: 1) Internos, por las estructuras poco desarrolladas y el escaso banquillo de Podemos. 2) Culturales, al tener que pasar de “partido protesta” a partido de gobierno. 3) De poder. Simón ya exponía entonces que, con el diseño del Gobierno, "el PSOE tiene mucho mando en plaza". UP corría el riesgo de comprobar cómo, a pesar de su presencia en el Consejo de Ministros, su iniciativa se podía diluir en la comisión de secretarios y subsecretarios. "Los ministerios de Unidas Podemos son secretarías de Estado con mayor rango, como Universidades y Consumo. A Trabajo le han quitado Seguridad Social. En Igualdad el recorrido legislativo es escaso. Lo van a tener complicado y van a necesitar tejer complicidades. Un ejemplo. Si Alberto Garzón quiere tomar medidas contra las casas de apuestas, tiene que ir a Hacienda, a Loterías y a Apuestas del Estado, a la televisión pública, para abordar el tema de los anuncios. Es difícil", explicaba Simón. A esto se sumaba el control de Iván Redondo del aparato comunicativo.

Un año después, regresamos a Simón. Ante la constatación del limitado acceso a los resortes de poder, analiza, Iglesias ha optado por convertirse en “un lobby dentro del Gobierno”. “Las ideas que repite son siempre las mismas. Una, que el PSOE tiene la culpa de las cosas que no se consiguen. Dos, que sólo tenemos 35 diputados y con más conseguiríamos mucho más”, resume el politólogo. En línea con Lumbierres, sitúa la expresión de frustración de Iglesias como resultado de una visión del poder como recurso que se consigue, y no como “una telaraña de múltiples nodos”. A juicio de Simón, Unidas Podemos ha “apostado” por “jugar a la comunicación y hacerse visible”, una “estrategia arriesgada” que constituye un “arma de doble filo”. Por una parte, pretende “empujar al PSOE hacia posiciones progresistas” y justificar las limitaciones propias; pero, por otra, "explicita su subordinación como socio júnior del Gobierno”.

El avance del neoliberalismo

El retroceso de la fuerza y capacidad del Estado vinculado al neoliberalismo: he ahí el quid de la cuestión, a juicio de Rubén Juste, sociólogo y asesor de Podemos. “Para un partido novel en Gobierno, choca llegar al poder en un momento en que este está en retroceso”, señala Juste, autor de títulos como Ibex 35 o La nueva clase dominante. Admite que, al ser unas reflexiones que combinan el análisis objetivo con la “vivencia”, pueden resultar “chocantes”, pero cree que ponen el dedo en la llaga. “No es lo mismo teorizar que comprobar en primera persona la falta de poder para gestionar recursos. Ante eso, hay dos opciones. Una, como Ayuso, crear un clima de confrontación para aparentar al menos un poder de presión. Dos, creo que más coherente, verbalizar algo que todo el mundo puede ver: que el Estado ha perdido terreno con el neoliberalismo”.

Juste defiende el valor pedagógico de señalar a poderes que “casi nunca aparecen en los grandes medios, ni siquiera citados”. “Muy pocos medios cuentan que quienes controlan las residencias de ancianos son fondos de inversión. Es algo oculto. Y hay que decirlo”, alega. El riesgo del planteamiento es que puede trasladar la idea de un problema estructural inabordable: el de un poder inaccesible e inevitable, al margen de la voluntad popular, ante el que las fuerzas democráticas no pueden hacer nada. El sociólogo acepta ese riesgo, pero afirma que se hace un esfuerzo pedagógico para evitar el derrotismo. “Por ejemplo, con el tema de la luz, no decimos que no se pueda cambiar el modelo, sino que las cosas ahora mismo están así y hay que cambiarlas”, afirma.

¿Democracia limitada?

“Iglesias –reflexiona Luis Ramiro– tiene ahora difícil presentar una hoja de servicios a un electorado alimentado durante años con expectativas altas. ¿Cuáles eran los objetivos iniciales? Cambiar el régimen, transformar la sociedad, asaltar los cielos... Claro, ahora sólo ve límites, límites, límites”.

Ramiro da la razón a Iglesias en un punto. “Hay presiones, claro. Pero es que la democracia en las sociedades capitalistas es así. Por un lado, la economía de mercado capitalista favorece la democracia. Al mismo tiempo, determinados elementos del capitalismo de mercado limitan la democracia. Ahora bien, una izquierda radical debería dar esas cosas por hechas de entrada”, explica. Y añade: “¿Democracia limitada? ¡Esto son las democracias contemporáneas en Europa occidental! No gobiernas un pueblo, gobiernas una sociedad increíblemente diversa, con infinidad de intereses cruzados y una opinión pública tremendamente mediatizada”.

Alberto Penadés, director del Informe sobre la Democracia en España de la Fundación Alternativas [aquí el informe y aquí una información en detalle], rechaza la idea de fondo de la “democracia limitada” que plantea Iglesias. Es decir, que poderes no democráticos impiden mediante el dinero y la presión el ejercicio de una democracia real. “La conexión del dinero con la política, que existe en todas partes, es muy difícil de medir. ¿Está España peor que los demás países en cuanto a la capacidad del dinero de influir en la política? Pocos neutrales te responderán que sí a esa pregunta”, explica.

El informe que Penadés dirige sí pone de relieve ciertas impotencias del Estado. “Los indicadores sobre la capacidad del Estado para resolver conflictos son malos. Y este es un asunto serio”, señala Penadés, que lo expone así en el informe: “Disponemos de lo que una democracia necesita para proteger nuestra libertad, con todos los problemas que se quiera, pero sin impunes quebrantos. De lo que no disponemos es de eficacia a la hora de resolver los conflictos". Ahora bien, señala el sociólogo, se trata de déficits vinculados a la incapacidad de reformar una Administración disfuncional, no de cortapisas externas.

César Calderón, experto en comunicación política y director de Redlines, es aún más duro con la afirmación de Iglesias sobre la “democracia limitada”, al observarla como un signo de “incomodidad” al ver acotado su poder “por múltiples mecanismos de check & balance establecidos precisamente para que ningún gobernante con veleidades autoritarias pueda ejercer un poder omnímodo”. A juicio de Calderón, no ha habido una pérdida de poder ejecutivo. “Más bien al contrario, este se viene reforzando coincidiendo con los movimientos destituyentes nacidos a raíz de la última crisis. Si miramos a nuestro entorno, el único movimiento apreciable es el de una progresiva presidencialización de los regímenes parlamentarios y una mayor concentración de poderes en los presidentes. De forma absolutamente contraintuitiva los movimientos en pro de una democracia más profunda y participativa sólo nos han traído partidos políticos más verticales, líderes más mesiánicos y gobiernos con vetas más autoritarias”, señala. Según Calderón, Sánchez tiene “similares poderes” a los que poseían Aznar, Zapatero o Rajoy. Y añade: “A lo mejor la clave no es la pérdida de poder de la presidencia, sino que iglesias, con 35 diputados, sólo es el vicepresidente”.sólo Lumbierres, en cambio, sí observa un deterioro de la fuerza del Gobierno a lo largo de la democracia, fenómeno que vincula a una pérdida de poder similar de los partidos políticos, “vaciados de inteligencia colectiva”, señala.

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Tocar la economía

Diego Valderas fue vicepresidente de la Junta de Andalucía con IU entre 2012 y 2015. Ello lo convierte en el político a la izquierda del PSOE con mayor poder institucional hasta la formación del actual Gobierno de coalición. ¿Qué aporta al debate sobre gobierno, poder y limitaciones democráticas? “La capacidad para intervenir en la economía es muy limitada. Muy limitada”, apunta. Ahí ve la clave. Lo demás le parece secundario.

“Gobernar es siempre un forcejeo, más aún en una coalición. Por eso es fundamental un calendario y un plazo para todas las medidas, y presupuesto garantizado para cumplirlas. De lo contrario, corres el riesgo de ser un ministro oyente y parlante”, señala. El foco de poder principal de Pablo Iglesias lo ve en su acceso y capacidad de negociación con el presidente, pero lanza dos advertencias. La primera es que es imprescindible, para un poder real, un grupo parlamentario activado y con criterio. La segunda es que tampoco Sánchez tiene tanto poder como se presume. ¿Puede Sánchez intervenir en la economía? ¿Tiene entonces el poder? Pues eso”, cierra Valderas.

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