Desde la casa roja
La traición de Carmen Laforet
Escribe Ramón J. Sender desde su exilio en California a Carmen Laforet: Es la primera mujer que escribe sin tratar de imitarnos ni de disfrazarse de “gran hombre”. Para Sender, sea lo que sea lo que eso signifique, Nada, publicada veinte años antes de esa carta, es la primera gran obra maestra “realmente femenina” de nuestras letras. Ella le responde: Las pobres escritoras no hemos contado nunca la verdad, aunque queramos. La literatura la inventó el varón y seguimos empleando su mismo enfoque para las cosas. Yo quisiera inventar una traición para dar algo de ese secreto. Y sigue: Para que poco a poco vaya dejando de existir esa fuerza de dominio, y hombres y mujeres nos entendamos mejor, sin sometimientos ni aparentes ni reales de unos a otros… tiene que llover mucho para eso. Era el año 1966. ¿De qué traición habla? ¿De qué verdad?
En la primera carta de Sender, donde el autor de Réquiem por un campesino español toma contacto para hacerle llegar su felicitación por el premio Nadal, le escribe que espera que haya subordinado todo a la escritura. Ella tardará en responder veinte años. Primero, porque no sabe quién es su remitente, no conoce a Sender. Segundo, porque en ese momento nada estaba subordinado en su vida a la escritura. En esa época, ya había tenido a su primera hija y aún existía el racionamiento en España. Buena parte de esta correspondencia ahonda en las propuestas de viajes, ofertas académicas o conferencias que le hace Sender y las dificultades de Laforet para acudir a esa vida literaria e intelectual. Es Laforet excusándose por no llegar a tiempo o por no dedicarle la suficiente atención a su obra. Es Laforet explicando que acepta encargos periodísticos para poder pagar unas vacaciones familiares. En la biografía Una mujer en fuga, Israel Rolón-Barada y Anna Caballé escriben: No queriendo ser escritora porque no estaba en condición de asumir las exigencias que comporta, lo fue de una forma indiscutible.
Carmen Laforet tuvo cinco hijos muy joven. Se levantaba a las cinco de la madrugada para intentar escribir antes de que la maquinaria de la rutina se la llevase por delante o huía de Madrid a Cercedilla para encontrar la paz necesaria. Sin embargo, la construcción de esta familia numerosa y convencional en la que quiso dar a los hijos el afecto que ella no tuvo de niña y en la que la autora se volcó, se sumó a otras barreras más íntimas para tener una carrera similar a otros compañeros de generación como Camilo José Cela o Miguel Delibes (quien tuvo siete hijos, pero cuyo cuidado organizaba la mujer de rojo sobre fondo gris).
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El marido de Laforet fue el periodista Manuel Cerezales, del que no se separó hasta 1970, rompiendo esa rutina doméstica alargada que construyó: tengo el cerebro triturado desde hace años, confiesa. Se marchó ella, sin la posibilidad de abrir una cuenta corriente, comprar una casa o viajar al extranjero sin el consentimiento de su marido. A cambio de esa libertad, Cerezales le hizo firmar un documento por el que se comprometía a no escribir nada acerca de su vida conyugal, según escriben Caballé y Rolón Barada. En algún momento de la correspondencia con Sender explica que ha estado siempre tan acompañada que necesita soledad: Yo quiero, profundamente, sin equívocos, con felicidad de querer, a algunas personas de las que, sin embargo, he creído conveniente separarme. Y: De todas estas cosas he tenido que huir para poder inventar mi intrascendente novela, escribe ella. ¿Es que no va a haber nada de veras idílico en el mundo?, le escribe él cuando sabe de la ruptura del matrimonio.
Puede que Laforet, viviendo en su laberinto, secreto sobre secreto, no se engañara a sí misma cuando no conseguía escribir, que no fuera un éxito temprano lo que la sobrepasó. Puede que, cuando ignoramos las diversas angustias que pudo padecer de parte de esa misma España gris que la encadenaba como mujer pero que la elevó como autora los que le somos desleales seamos nosotros. Ella tampoco se dejó comprender, son muchos los flancos de esa luminosa oscuridad. No es la única mujer que, enfrentada en un largo combate entre la vida y la literatura, Carmen o Nada, se lleva por delante a la segunda. En una carta a Elena Fortún le explica que escribir le sirve de huida de sus malos fondos revueltos y ya está, que por eso escribe, aunque le angustie.
Este año 2021, se cumplen cien de su nacimiento. El talento de Laforet nunca fue nuestro, era únicamente suyo. En esa literatura sumergida que nunca leeremos, porque no llegó a existir, puede residir esa traición de la que escribía la autora: haber dejado de convertir la verdad de la vida de una mujer del siglo XX en literatura para, sin más, vivir a salvo en la madriguera de un deseo para siempre insatisfecho.