Joaquín Machado, un hermano Luis García Montero
No lo llames sanchismo, se llama socialismo
La derecha española siempre le ha tenido miedo a la palabra “socialista”, y parte de la izquierda también. La derecha inventa sustantivos con el nombre o el apellido de los presidentes del PSOE, en el pasado habló de felipismo y en la actualidad habla de sanchismo –a Zapatero preferían llamarlo Bambi, sin duda para convertir su talante moderado y su buena educación en un indicio de falta de carácter–, cualquier cosa, con tal de esquivar las palabras “socialista” o “socialismo.” A la ultraderecha, obviamente, el término le resulta diabólico a la manera en que se lo parecía a la dictadura que a ellos les resulta tan admisible, ya lo dijo su propio líder Abascal: “Estoy seguro de que hay gente en Vox crítica con el franquismo, otros que no tienen una posición sobre el franquismo y otros que defienden la obra de Franco. Todos tienen cabida en Vox, porque nosotros no decimos a los españoles qué es lo que tienen que pensar sobre el pasado.” Eso es, a él y a su gente les importan un bledo los cientos de miles de víctimas que causó el asesino de El Pardo, seguramente porque los siguen considerando “antiespañoles.”
¿Por qué le tiene miedo la derecha española a la palabra “socialismo”? Porque esta describe una filosofía política que busca democratizar la vida de las y los ciudadanos y dignificar su existencia a base de sumar derechos colectivos y limitar los privilegios de unas minorías que luchan contra el bien común porque una gran parte de sus beneficios salen de la escasez ajena. Y, claro, hay oligarquías económicas que por ahí no pasan.
Resulta obvio que la izquierda no consigue lanzar su mensaje ni hacer valer sus logros, que han sido muchos más que los errores en esta legislatura
Parte de la izquierda también ha tenido cierto reparo a llamarse “socialista”, incluso se buscaron alternativas como “socialdemocracia” o “progresista”, contra las que hay poco que oponer, pero que no dejaban de tener su matiz. Supongo que el temor a la algarabía de los rivales, siempre eficaces en el arte de ridiculizar, o directamente criminalizar, las señas de identidad del adversario, está en la raíz de este extraño deporte de llamarse uno a sí mismo por un alias o seudónimo. Como si en este terreno se quisiera tranquilizar a las élites diciéndoles: “no se alarmen, que somos socialistas, pero poquito.”
El mantra de la derecha, según los sondeos, parece que cala: hay que derogar el sanchismo, repiten los encuestados para justificar el sentido conservador de su voto. Y hablan de esas cosas de las que hablan en el PP: la ETA que ya no existe, el independentismo que ellos multiplicaron por diez y demás erres que erres. Hablan de los pactos vergonzosos con Bildu que ellos mismos hicieron y siguen haciendo en Euskadi, que cuando era alcalde de Vitoria defendía Maroto, hace cuatro días defendió Sémper y ahora defiende apasionadamente el actual secretario general del PP en Guipúzcoa. Alguna gente no oye ni ve eso, se deja llevar por el ruido. “Hay que derogar el sanchismo, y punto.”
Resulta obvio que la izquierda no consigue lanzar su mensaje ni hacer valer sus logros, que han sido muchos más que los errores en esta legislatura. A lo mejor la clave está en volver a sentir orgullo de lo que son y deben ser: socialistas, sin aguar su propia bandera para que sea menos roja. Porque el hecho de que vote contra ti alguien a quien le has subido el sueldo mínimo o la pensión es algo muy raro. Hay que mirárselo.
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