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Las decisiones del nuevo CGPJ muestran que el empate pactado entre PP y PSOE favorece a la derecha

La cuarta crisis: el auge del macarreo

La campaña del 28M terminó con un furibundo ataque de la derecha contra el Gobierno apoyado en todo tipo de falsedades (“ETA está viva”), bulos (el pucherazo electoral) y juego sucio (detenidos en Maracena). Ahora, da la sensación de que, al menos el PSOE, no está dispuesto a repetir la estrategia de obviar los debates que le querían imponer. Las apariciones televisivas de Pedro Sánchez y de Zapatero muestran un estilo mucho más combativo. Tony Schwartz, uno de los pioneros de las técnicas de comunicación política en Estados Unidos, solía decir que “la política es como el boxeo. La reacción del público es muy similar a la de un combate. A nadie le gusta el que pega sucio. Y a nadie le gusta el que no pega”.

España ha vivido cuatro grandes crisis que han provocado graves consecuencias económicas y un profundo deterioro de la convivencia social. A la pandemia, el volcán de La Palma y la guerra de Ucrania se ha unido de forma transversal una cuarta crisis: la permanente hostilidad de la derecha económica, política y mediática que ha priorizado su intento de acabar con Pedro Sánchez al interés por ayudar a España a salir adelante en momentos extraordinariamente delicados. Las tres crisis imprevistas e involuntarias han visto agudizados sus dañinos efectos en nuestro país debido a la extensión de un clima de confrontación generalizada, de descrédito del funcionamiento democrático de las instituciones y, sobre todo, del intento de destruir el Gobierno progresista, utilizando el juego sucio como norma.

Miedo, hartazgo y rabia

Los portavoces de esta corriente ultraconservadora que nos invade, líderes políticos y comunicadores, no han hecho otra cosa que extender un generalizado desapego de la ciudadanía respecto al funcionamiento de nuestro sistema político, basado en la indispensable búsqueda de acuerdos entre las fuerzas políticas para conseguir mayorías democráticas. Desacreditar el ejercicio de nuestra democracia persigue un único fin, el de inocular en la sociedad un estado subyacente de miedo, hartazgo y rabia. 

La derecha no ha hecho más que aumentar su grado de furia a lo largo de esta legislatura. No ha habido una sola tramitación parlamentaria sobre la que no hayan alentado la posibilidad de un fracaso del Gobierno que nunca ha llegado

En la práctica, esto se ha plasmado en el uso desaforado del insulto, de la falta respeto, de la mentira, de la exageración, del griterío. En definitiva, se ha transformado la cortesía parlamentaria en una continuada bronca tabernaria. El espacio público de convivencia se ha convertido en una reyerta tribal en la que la buena educación ha quedado sepultada por la violencia verbal. En los medios, la crítica política ha virado hacia la descalificación grosera y humillante. Vivimos tiempos de extensión y auge del macarreo. Thomas Hobbes, uno de los nombres clave para entender las bases del pensamiento del liberalismo conservador, defendía que uno de los principales deberes del Estado era extender tranquilidad entre la ciudadanía y evitar que el miedo de unos a otros desencadenara la violencia descontrolada.

La mala educación

Los acuerdos de gobierno entre PP y Vox están sacando a luz personajes asombrosos que nunca hubiéramos imaginado que pudieran llegar a ocupar altos cargos de responsabilidad institucional. Algunos de ellos se han apresurado a borrar todo su historial de apariciones en redes sociales. Es la mejor prueba de que alguien les ha aconsejado que eliminen cualquier rastro que muestre a las claras su forma de pensar y actuar. Las primeras medidas que la ultraderecha está imponiendo al PP en sus pactos quedan muy lejos de la olvidada tradición conservadora, que alardeaba de defender la buena educación y el respeto al conocimiento. 

La tradición conservadora siempre tuvo como uno de sus rasgos distintivos el mantenimiento de que los buenos modales ayudaban a marcar una delicada diferencia social frente a la inmundicia y el barbarismo. Presumía de cuidar el lenguaje y eludía expresiones barriobajeras con el ánimo de favorecer un entorno elegante, culto y distinguido. Hoy en día, los voceros más radicales de la derecha política y mediática parecen vivir bajo los efectos del descubrimiento de la liberación de sus corsés clásicos. Abrazan con delectación el uso de descalificaciones personales, injurias y ofensas a la intimidad dirigidas a quienes defienden un ideario mínimamente reformista.

Defensa de la ignorancia

El otro fenómeno destacable tiene que ver con la proliferación de medidas que suponen un marcado retroceso en derechos sociales o en contribuir a abandonar la lucha contra la emergencia climática. Esta última tendencia de ir contra las posiciones de los científicos y especialistas en cuestiones trascendentes es otra lamentable deriva forzada por la ultraderecha. Es una corriente ideológica muy asentada en el populismo nacionalista en el mundo. Son conocidas por todos las posturas negacionistas y falsarias de personajes como Donald Trump, Bolsonaro o los defensores del Brexit en Gran Bretaña. 

Dominic Cummings, el asesor que elevó a las alturas a Boris Johnson y que luego acabó con su carrera política, puso de moda en la campaña del Brexit la expresión despreciativa Cargo cult science para referirse a los dictámentes que aportaban los expertos sobre cualquier cuestión. Esa expresión se refiere a las decisiones que tomaban los brujos tribales de las islas de Melanesia para interpretar los fenómenos naturales. La anunciada destrucción de carriles bici en varias capitales españolas o las campañas contra la agenda 2030 pueden convertirnos en ejemplo internacional de rusticidad y salvajismo. En torno al siglo XVII se considera que, propiciado por nobles y mercaderes, surge el nacimiento de los expertos dedicados a asesorar a los gobernantes en la toma de decisiones que evitaran la arbitrariedad y el caos en la administración pública. Curiosamente, los grupos políticos más cercanos a las clases sociales más elevadas son los que promueven hoy en día medidas contrarias a una mínima racionalidad.

Adelanto electoral  

La decisión de Pedro Sánchez de acabar la legislatura antes de lo previsto ha provocado que la sociedad española se vea inmersa en una de las campañas electorales más intensas que hayamos conocido. La contienda partidista ha adquirido un protagonismo indudable. El 23J se ha convertido en el centro de atención pública. La política ocupa un lugar preminente en las conversaciones cotidianas y este hecho puede alterar el propio proceso electoral. Todo influye. 

La situación ha cambiado significativamente desde el 28M. La victoria del bloque de la derecha y la ultraderecha permite visualizar lo que este acontecimiento significa. Hemos vivido cinco años centrados en la influencia que tenían en las políticas del Gobierno los indispensables pactos con otras fuerzas políticas para poder alcanzar mayorías parlamentarias. Cada una de las más de 200 leyes promovidas por la coalición progresista ha requerido un esfuerzo de entendimiento con otros partidos. 

Cambio de tornas

Al final, hemos tenido una legislatura tan polémica como exitosa. Se han aprobado año tras año los Presupuestos Generales del Estado y el Gobierno no ha sufrido una sola derrota parlamentaria significativa. Se han conseguido superar las diferentes crisis que nos han caído encima y además se ha hecho reduciendo de forma muy significativa la desigualdad económica al haberse protegido con medidas efectivas a los sectores sociales que más hubieran podido quedar aplastados por las amenazas que nos acosaban.

La derecha no ha hecho más que aumentar su grado de furia a lo largo de esta legislatura. No ha habido una sola tramitación parlamentaria sobre la que no hayan alentado la posibilidad de un fracaso del Gobierno que nunca ha llegado. Lo llamativo es que la política de pactos haya sido la mejor arma de destrucción con la que ha contado la oposición para castigar al Ejecutivo de coalición. Ahora, de repente, el adelanto electoral ha puesto en el foco mediático los pactos de gobierno del PP con Vox. La extendida acusación de que Pedro Sánchez era una marioneta manejada por los intereses de podemitas, filoterroristas y antiespañoles se desdibuja ahora ante un Feijóo que dice no tener nada que ver con la decisión de sus barones territoriales de abrazar el ideario de Vox para conseguir llegar al poder. La ultraderecha está entrando en gobiernos autonómicos y municipales imponiendo su agenda reaccionaria y retrógrada ¿Quién es ahora la marioneta manejada por el radicalismo?

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