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Después de las europeas, gobernar (Cataluña mediante)

Tiene razón Yolanda Díaz al identificar la vivienda, el tiempo de trabajo, o una reforma fiscal como asuntos que pueden dar al Gobierno de coalición un impulso decisivo. La vivienda es el principal problema económico de una España con datos macro razonables, el tiempo de trabajo conecta con una revolución silenciosa entre las generaciones más jóvenes y una reforma fiscal ambiciosa permitiría financiar las políticas sociales que la ultraderecha pone en cuestión, en parte ayudada por las grietas que acumulan. 

Son elementos que reforzarían al Gobierno no sólo como un dique de contención contra la derecha (salva los muebles, pero a duras penas) sino también como proyecto en positivo y con proyección de futuro. Esa es la diferencia entre la ilusión y la resistencia. Nunca fue más importante entender ese matiz.

Se podrá decir, con razón, que este Gobierno no lo tiene fácil. Lo tiene dificilísimo. Quienes más lo critican sólo plantean elecciones hasta que las ganen o que les regalen la Moncloa. Ni siquiera cumplen con sus obligación constitucional de renovar el CGPJ. Y nunca en democracia fueron necesarias tantas alianzas, tan diversas y en un ambiente tan poco propicio a los pactos.

Mientras escribo estas líneas, cuando tendríamos que estar hablando del fin del ciclo electoral, estamos todos otra vez pendientes de Cataluña y, en particular, de la digestión que de las últimas autonómicas haga ERC. La elección de una nueva mesa independentista y que la presidencia sea particularmente para Junts no es un buen síntoma. No es definitivo, pero es este tipo de negociaciones las que suelen dársele bien al PSC, un partido con amplia capacidad de pacto.

España tiene un problema de gobernanza. No me refiero sólo a las mayorías en el Congreso de los Diputados sino también al debate público. ¿Cómo es posible que las elecciones europeas se hayan desnaturalizado hasta acabar versando, incluso después de la cita con las urnas, sobre plebiscitos inexistentes, la esposa del presidente del Gobierno o la amnistía?

Puede que ERC esté coreografiando el estertor de la unidad independentista antes de que quede patente, a vista de todos, que es insuficiente y permitir in extremis la investidura de Illa. Pero también es posible que ERC haya concluido un “de perdidos, al río”. Y vuelta a empezar mientras el tiempo sigue pasando sin que se resuelvan los problemas. Ese es el mejor caldo de cultivo de la antipolítica, de las soluciones fáciles. Los vientos de Europa nos hablan del futuro en una España que, poco a poco, va sincronizando sus relojes con los otros grandes países de la UE. 

España tiene un problema de gobernanza. No me refiero sólo a las mayorías en el Congreso de los Diputados sino también al debate público. ¿Cómo es posible que las elecciones europeas se hayan desnaturalizado hasta acabar versando, incluso después de la cita con las urnas, sobre plebiscitos inexistentes, la esposa del presidente del Gobierno o la amnistía? Todo ello despierta sopor en las instituciones europeas y pasión en el debate hiperventilado local. 

Los ciudadanos y ciudadanas progresistas llevan demasiado tiempo asistiendo con disgusto a la situación, demasiado tiempo resistiendo y quizás sea la hora de tratar de devolverles la ilusión con un instrumento tan poco sexy a priori como el Boletín Oficial del Estado. Me refiero a la agenda de regeneración prometida por Pedro Sánchez tras sus cinco días de reflexión, a los Presupuestos metidos en el congelador por las citas electorales o las medidas del programa de gobierno que aún no han visto la luz. Nada como intentarlo para conseguirlo y, si no, para exhibir ese empeño como el mejor programa electoral en el caso de que sea inevitable volver a votar. 

También merece un capítulo aparte la gobernanza de los partidos. Los resultados de este domingo desnudan goteras en todos los partidos. Evidentemente, el PP tiene un problema si la derecha comparece en tres opciones a unas generales y si abundan planteamientos ultras que movilicen al contrario. 

Por su parte, la izquierda tiene que hacer una enorme reflexión sobre la dificultad para imponerse, especialmente ante esta oposición. Graneros de votos tradicionales del PSOE parecen haberse esfumado. Sumar, que acumula varios fiascos electorales, se adentra en un proceso oscuro tras haberse conformado con precarios equilibrios y un liderazgo excesivamente personalista. Podemos tampoco tiene mucho que celebrar tras presentar a la mejor candidata posible y quedar por detrás de un agitador ultra sin foco mediático y rodeado de mentiras. 

La política en España se hace a través de los partidos, que inevitablemente quedan en un segundo plano cuando se ostenta al poder. Pero hacerlos más porosos, más democráticos y más ágiles es imprescindible para detener la sangría. Aún hay tiempo… y páginas de BOE.

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