No queremos que el pueblo tenga que salvarse solo Cristina García Casado
Sobre la estabilidad vasca cae “algo más que sirimiri”
Puede parecer que nada cambia. Habrá un lehendakari del PNV, como siempre en democracia salvo los tres años de Patxi López. Los socialistas previsiblemente seguirán en el Gobierno vasco como socio minoritario, con algo más de peso porque mientras los nacionalistas pierden cuatro escaños, ellos suben dos.
El PNV salva los muebles, y algo más, al no perder en votos ni en escaños frente a EH Bildu tras su arriesgada apuesta de sustituir a Iñigo Urkullu, al frente de un Ejecutivo relativamente bien valorado, por Imanol Pradales, el candidato por conocer con ocho apellidos no vascos.
No se esperaba convulsión en la política del conjunto de España y las alianzas en el Congreso de los Diputados, pero el resultado no hace prever ni siquiera grandes reconfiguraciones. El PNV tiene trabajo pendiente para combatir su desgaste pero no motivos para ponerse excesivamente nervioso y tensar la cuerda con Pedro Sánchez. Tanto el PNV como EH Bildu tienen pueden seguir compitiendo por una alianza preferente con el PSOE y reivindicándose como eficaces conseguidores en Madrid ante su electorado.
Puede parecer que nada cambia, pero no es así:
El avance inexorable de EH Bildu inaugura una etapa inédita. El empate con el PNV y la victoria de EH Bildu en Guipúzcoa o Álava consolida un escenario que la formación abertzale ha trabajado largo tiempo. Ya está en disposición de disputar el Gobierno Vasco y eso es una gran novedad. Sólo le falta completar su evolución, repudiar claramente a ETA (no sólo lamentar sus consecuencias) y reposicionarse como un socio del PSOE fiable y no de circunstancias.
El “algo más que sirimiri” de EH Bildu, en palabras de su líder, tiene más implicaciones. En el Parlamento Vasco habrá 54 diputados abertzales o soberanistas de un total de 75 escaños. Euskadi manda un mensaje, como mínimo, de clara plurinacionalidad del Estado que también se escucha en el éxito del BNG en Galicia (31,5% de los votos, un punto menos que EH Bildu), en Cataluña y en otros lugares de España, sea en mayor o menor medida. ¿Cuándo se darán cuenta algunos de que España no es uniforme y que es factible gobernar su diversidad pero imposible negarla? ¿Cuándo se dejará de cuestionar la legitimidad de actores que la ley y los ciudadanos normalizan democráticamente?
Euskadi prueba, de nuevo, que la burbuja de Madrid, tan alimentada por poderes económicos y políticos, es cada vez más una enorme distorsión. Ese Madrid D.F. se deja sentir, sobre todo, en el debate público e irradia todo salvo cosas buenas
Sumar y Podemos, o la autodestrucción de toda la izquierda. Primero lo vimos en las elecciones del 28 de mayo; luego, en las gallegas y ahora en las vascas. Magro consuelo es el diputado de Sumar (por cierto, su candidata a lehendakari se queda fuera) y de nada servirá ninguna circunstancia esgrimida por Podemos.
Sin un entendimiento entre ambas fuerzas, no sólo su espacio está condenado allá donde no hay otros partidos con una clara personalidad o tradición (es el caso de los Comunes, Compromís o ya Más Madrid) sino que muy probablemente frustrarán la posibilidad de suma de la izquierda. La unidad en la lista de las generales fue un paréntesis en la guerra fratricida, pero muy eficaz. De lo contrario, hoy Feijóo sería seguramente presidente y Abascal vicepresidente. Ojalá se acaben los repartos de culpas y lleguen los acuerdos. La contumacia sólo beneficia a sus enemigos.
Fuera de Madrid hay menos toxicidad. Euskadi prueba, de nuevo, que la burbuja de Madrid, tan alimentada por poderes económicos y políticos, es una enorme distorsión. Ese Madrid D.F. se deja sentir, sobre todo, en el debate público e irradia todo salvo cosas buenas.
La campaña vasca ha transcurrido tranquila, con muchos debates entre candidatos, con mucha menos importancia del pasado (pese a la indudable relevancia ética de la falta de condena a ETA por parte de Pello Otxandiano) que del presente y el futuro (sanidad, vivienda, cuidados…). Hasta la derecha españolista de PP y Vox, con ocho escaños de 75 e irrelevante como casi siempre de cara a la gobernabilidad, decía cosas distintas en los mítines vascos que en las radios y televisiones ‘made in M-30’. Quizás ese, el de la normalidad, tan diferente a los espasmos capitalinos, sea el sirimiri que más haya calado, pese a que a algunos todavía no les haya empapado del todo. Y esa corriente de fondo es, en términos históricos, las más trascendental.
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