La "unidad" del cementerio en el PP

Este no es un artículo entregado con ardor a defender que “Casado, sí” o “Casado, no”. El PP se ha encargado de resolver esa disyuntiva con un sopapo ensordecedor y algunos que antes decían “sí” y ahora dicen “nunca jamás” pretenden convertir al aún líder del PP en un juguete de la izquierda. No cuela. 

Casado comenzó su andadura como líder del PP acusando a un Gobierno democrático de ser ilegítimo y acabó abonando una conspiración de Estado por la cual alguien había orquestado un pucherazo al cambiar el voto del Alberto Casero, al parecer un muy eficaz asesor de Teodoro García Egea que tuvo una mala tarde y una mucho peor resaca. 

Por el camino hemos tenido la sombra de sospecha sobre los fondos europeos, la equiparación del Gobierno y fuerzas políticas democráticas con bandas terroristas o regímenes dictatoriales, un chorreo a los empresarios por llegar a un acuerdo sobre la reforma laboral con los sindicatos y muchas fotos en granjas. Y mientras, Vox acaricia el 18% de los votos en Castilla y León, inasequible a los intentos por copiar sus formas para taponar su ascenso. El balance de estos tres años de Casado está lejos de ser brillante. Y si lo expreso generosamente es porque ya se sabe que en España se entierra muy bien. A veces, hasta a uno mismo, por lo que se ve. 

Este es un artículo sobre el porqué y sobre el cómo. En estos momentos, sabemos que en menos de una semana ha ocurrido lo impensable en España. Cuántos análisis han caducado de repente. Ni el PP es un partido muy presidencialista en el que no se podía derribar al líder desde dentro, ni Génova tenía el control orgánico del partido ni el Comité de Dirección era una guardia pretoriana que aplaudiría a su jefe. Casado estaba desnudo, como escribimos hace menos de 10 días en infoLibre, aunque él no lo supiera. Ni nosotros hasta qué punto, a decir verdad. 

Pero, ¿por qué? ¿Por qué ha caído Casado? ¿Cuál ha sido la razón de peso? ¿Ha sido derribado por investigar internamente (que no filtrándolo a los medios) la posible corrupción de su compañera de partido y examiga Isabel Díaz Ayuso? ¿Por unos supuestos tanteos para un espionaje que no ha sido probado ni esclarecido?

Esas dos cuestiones, la corrupción y el espionaje, implican el manejo de fondos públicos y la posible comisión de delitos. Pero han pasado a un segundo plano. En el PP nadie quiere preguntarse por qué Tomás Díaz Ayuso cobró con una empresa interpuesta de la Comunidad de Madrid que preside su hermana en lo peor de la pandemia o por qué no se conocen ya todas sus facturas y trabajos. Todo lo que hemos tenido son declaraciones a remolque, leídas por una presidenta regional que primero aseguraba que no había nada y luego vino a decir, al más puro estilo Rajoy, que “todo es falso salvo alguna cosa”.

Nadie debería estar más ansioso por la transparencia que aquellos que, estando bajo la sombra de sospecha, juran y perjuran que no tienen nada que ocultar. Aclarar si hubo corrupción acabaría con el debate de raíz. Si la hubo, es Ayuso la que no puede seguir, algo que ahora queda en manos de la Fiscalía (que lo tiene muy fácil). Si no la hubo y Casado lo afirmó sin pruebas (o hasta recurrió al espionaje) para perjudicar a una rival interna, el fin de Casado no haría falta explicarlo.

Nadie debería estar más ansioso por la transparencia que aquellos que, estando bajo la sombra de sospecha, juran y perjuran que no tienen nada que ocultar

Quizás como dijo el Gran Wyoming en El Intermedio esta semana, “la corrupción es como el pelo en la espalda. Puedes tenerlo, pero lo más importante es que no se vea”. Y ahí parece estar el pegamento de todos los críticos: la aversión a un escándalo público. Que haya motivos reales para la preocupación o que sea necesario esclarecerlos, con el partido liderando ese esfuerzo, da igual. Haya lo que haya, sea lo turbio que sea, que no salga a la luz.

Más que razones, en la caída de Casado ha habido intereses. Y esos, y la forma implacable en la que fueron perseguidos, sí pueden describirse con facilidad. Dejan al descubierto que las intenciones no eran precisamente puras. Se fueron concretando en cascada y por fases. Se demostró que para algunos, el fin justifica los medios. Y los medios fueron estos:

Acoso y derribo mediático. Cuando algunos dirigentes medían sus palabras, algunos medios se encargaron de hacer de avanzadilla. En el lapso de unos pocos minutos, dos periódicos publicaron el miércoles por la noche sendas informaciones presentadas como exclusiva (si lo sacan dos medios, difícilmente puede ser una exclusiva). Ahí comenzó todo. Sacaron a la luz la posible corrupción de Ayuso, pero ese era sólo el elemento secundario y no explorado. El titular era el espionaje, que la hacía quedar a ella como víctima y a Casado como verdugo. Después se sumaron otras cabeceras que la Comunidad de Madrid ha podido cultivar en los últimos años con más intensidad (y presupuestos públicos) que la dirección de Génova. 

¿Es casual que, habiéndose dilatado durante meses el supuesto espionaje y la supuesta investigación periodística, dos medios rivales la publiquen al mismo tiempo tres días después de las elecciones en Castilla y León? ¿Cómo se entiende que los mismos medios que respaldaron a Casado y Egea hasta el día anterior comiencen a pedir las más altas responsabilidades de forma casi repentina? ¿Por qué les dio igual que Casado anunciase el sábado el cierre del expediente a Ayuso horas después de anunciar su apertura si era la supuesta persecución a Ayuso lo que denunciaban? ¿No debería haber calmado eso las aguas? ¿Por qué no hubo ni un atisbo de duda o ponderación de posturas? ¿Por qué se primaron las dimisiones inmediatas en cuestión de horas en vez de una discusión en los órganos del partido? Las respuestas exigen seguir el rastro de los intereses. Por cierto: la primera reunión como tal de un órgano del PP no se produjo hasta el lunes, cuando algunas cabeceras influyentes ya habían dictado sentencia. 

¡La calle ha hablado! En una democracia, y más en España, los partidos son instituciones que vehiculan la participación política y tienen unas normas y procesos reglados. Sin embargo, a toda esa fuente de legitimación algunos intentaron oponer una manifestación llena de insultos de personas sin identificar. Quizás nadie pueda demostrar quién estuvo tras esa convocatoria, por más eco que se le diera, pero sí es fácil contrastar que ni Ayuso ni el resto de barones pidieron que no se celebrara. ¿Puede alguien que quiere presidir el PP otorgar (aunque sea callando) carta de naturaleza a quien se manifiesta de esa manera frente a la sede de su propio partido? 

Los navajazos. Un hilo en Twitter ejemplifica las altas traiciones a Casado dentro de su equipo. 

Si el jueves Casado logró una cascada de apoyos frente a Ayuso, el lunes la inmensa mayoría publicaron los mensajes contrarios. Algunos dimitieron de cargos sin importancia (pero el escaño, ni soltarlo, que a eso es más difícil volver). ¿Por qué retiraron su apoyo a Casado en menos de 72 horas si Génova guardaba silencio? “Nos desangramos”, decían algunos, dando aire a la profecía autocumplida. Las polémicas en España duran hasta que surge la siguiente, pero muchos de los más firmes apoyos de Casado concluyeron que tan solo unas horas de crisis ya todo era irreversible y hacía falta un mirlo blanco. Abandonaron al que, en algunos casos, les dio la oportunidad de entrar en política. Eso sí, cuando se le ocurrió acudir al Congreso y se sentó entre ellos, antes su familia, lo volvieron a aplaudir para hacer más tétrica la escena. Pelillos a la mar. No es nada personal.

La “unidad” por la fuerza. Cuando en una organización hay discrepancias, lo lógico es que se debatan y se resuelvan. El PP (pero también el PSOE y otros) han incorporado a sus estatutos las primarias justamente para eso. Pero en esta ocasión, las fuerzas vivas de la organización se han conjurado contra ese funcionamiento orgánico que será respetado (¡qué remedio!) pero cuyo espíritu no interesa. En ausencia de elecciones a corto plazo, se ha impuesto la idea de que sólo puede haber una candidatura y las reuniones formales dentro del partido deben limitarse a constatar los manejos en privado. Así se demostró este miércoles, con todos los barones proponiendo a Feijóo casi con las mismas palabras. El congreso debe ser extraordinario, facilitando una sucesión exprés y con aún menos debate. Como si no hubiera cosas de las que hablar. Eso sí, las decisiones de la madrugada de este jueves se tomaron por "unanimidad". Como no podría ser de otro modo.

La paz de los cementerios. Cuando La Sexta anunció una entrevista con García Egea mientras muchos medios trataban de confirmar su dimisión, buena parte del Madrid mediático pensó que se desahogaría. Vimos justamente lo contrario en una persona que se ha vanagloriado de ser tan fiera y temida. “Se me está poniendo acento gallego”, dijo, derrotado, antes de alabar a Feijóo, tragarse sus palabras sobre Ayuso y recordar que está a disposición del partido para cualquier “destino” que quiera darle, quién sabe si a cambio de esa entrevista y no entorpecer la transición en el poder. En las redes se comenzó a especular con que el PP había perdido un secretario general pero había ganado un eurodiputado. No en vano, García Egea es joven (37 años) pero tiene una gran experiencia, toda en el PP.

No sería de extrañar que pronto, muy pronto, Casado haga declaraciones similares y acabe alabando el gran ejercicio de democracia interna que está a punto de producirse en el PP y del que esta semana sólo ha sido un prólogo. Han matado al rey. ¡Viva el rey!

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