De la dana, a la riada: sobre catástrofes y responsabilidades (y III) Javier de Lucas
El comercio de la soledad
Cuando voy a trabajar, paso sobre las 8 de la mañana por delante de un supermercado. Siempre hay en la puerta algunas personas en negociación con sus teléfonos móviles. No tienen pinta de ser clientes, sino trabajadores, compañeros de trabajo. Esperan que el encargado abra la puerta para dirigirse a sus faenas. Parece que no tienen nada que decirse, nada que compartir, ni antes ni después de ponerse el delantal. Están amarrados a sus soledades, igual que los grupos de amigos sentados en una cafetería, cada cual a lo suyo, sin cruzar palabra y con sus móviles en las manos. Escenas para comprender nuestro tiempo. Quizá exagero un poco, pero este tipo de imaginación valiente es necesaria para indagar en la verdad según nos enseñó María Zambrano con su razón poética en Hacia un saber sobre el alma (Losada, 1950).
María Zambrano empezó a meditar sobre las peligrosas distancias entre las razones y los sentimientos cuando advirtió la paradoja fundacional de la cultura romántica. En un siglo XIX marcado por el desarrollo científico y el conocimiento positivista de la naturaleza, el romanticismo tuvo la necesidad de imaginar un cosmos infinito de tormentas y abismos. La gota de agua analizada en el laboratorio propició el protagonismo de los mares ingobernables y los horizontes rotos por el oleaje. Me parece que ahora ocurre una paradoja semejante. En medio del mundo globalizado, intercomunicado, lleno de seguidores, me gustas e intimidades compartidas, se produce una cultura de la soledad. Somos consumidores de muchas cosas, también de nuestra propia soledad.
Si las mentiras se extienden más rápido que las verdades, es porque las verdades necesitan pensarse, decirse en sus matices. Las mentiras se lanzan a la calle con aspecto de consignas que no admiten una duda
Como escribir es defender las palabras, me interesa aquí defender la palabra soledad tal como la pensaron María Zambrano y Luis Cernuda. La soledad es necesaria como afirmación de la conciencia que se niega a disolverse en cualquier homogeneización dominante. Saber quedarse solo resulta imprescindible para participar con honestidad en un sueño colectivo. Soledad del que piensa de manera libre en lo que escucha y en lo que quiere decir, sin verse obligado a repetir como un loro lo que flota en el ambiente. Defender este sentido humano de la soledad es un modo de apostar por la comunidad, el entendimiento, el diálogo, el acuerdo, el compromiso social a la hora de formar un nosotros.
El tumulto de las redes sociales y la inteligencia artificial corre el peligro de provocar una soledad distinta. Pienso ahora en Edgar Allan Poe y Charles Baudelaire. Cuando el poeta parisino tradujo al escritor de Boston, comprendió que una multitud puede parecerse a un conjunto de soledades, gentes que caminan sin conocerse y sin un bien común que compartir. Bajo la ley del más fuerte, los mensajes y las noticias se quedan sin conversación. Este tipo de soledades no supone una afirmación del propio ser, sino una existencia definida por el desamparo.
Ahora que todo es sabido, comunicado y ruidoso, la metáfora de la vida quizá sea la puerta de un supermercado con trabajadores que nada tienen que decirse, o en la mesa de una pareja de novios que buscan en sus móviles algo en lo que poner los ojos. Quizá exagero, pero este tipo de cultura neoliberal de las soledades está en la base de la paradoja social que fundamente el nuevo autoritarismo de nuestras democracias. Si las mentiras se extienden más rápido que las verdades, es porque las verdades necesitan pensarse, decirse en sus matices. Las mentiras se lanzan a la calle con aspecto de consignas que no admiten una duda. Y la gente solitaria, desamparada, prefiere someterse a las consignas para sentirse acompañada. Someterse a las palabras que ordenan, no a las que proponen una conversación. Mejor estar entre los miles de seguidores que repiten un bulo. De qué sirve quedarse en las reflexiones compartidas de un diálogo.
Será bueno cambiar de inercia. Es posible amar la soledad para defendernos juntos de las malas compañías.
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