Sobre ser ‘queer’, las siglas y los derechos de todas Marta Jaenes
Desayuno con Pedro Sánchez
No sé exactamente qué adjetivo califica mejor la situación de una democracia en la que el ruido y las mentiras programadas se usan por costumbre para invertir la comprensión de la realidad. Democracia extraviada, salvaje, delirante, histérica, absurda, alterada… Donald Trump o Jair Bolsonaro acusan, por ejemplo, a sus adversarios de boicotear los procedimientos electorales que ellos mismos pisotean. La presidenta de la Comunidad de Madrid acusa a los profesionales de la medicina de maltratar a la sanidad pública que ella está desmantelando al servicio de empresas privadas.
La presidenta madrileña ha perdido las formas de una manera preocupante. Acusa también a Pedro Sánchez de querer imitar a Daniel Ortega, dictador nicaragüense, y meter en la cárcel a la oposición. Más allá del ruido, acusaciones de este tipo tienen que ver con la conciencia miedosa de que algunos comportamientos personales pueden estar fuera de la ley y, al mismo tiempo, evidencian las razones de un interés anticonstitucional por mantener el control de los poderes judiciales. Los ataques impudorosos ponen con frecuencia el dedo en la llaga del que pierde los papeles.
Confieso que me ha llamado la atención el intento de identificar a Pedro Sánchez con Daniel Ortega, el dictador nicaragüense, porque la situación del país centroamericano me afecta de manera personal. Como muchos jóvenes de la época, me emocioné cuando en el verano de 1979 las columnas guerrilleras del sandinismo entraron por fin en Managua y acabaron con la dictadura de Somoza, un personaje muy identificable con la memoria franquista. El apoyo a la democracia nicaragüense tuvo gran repercusión en la cultura española a través de los comités de solidaridad con Centroamérica. Mi relación con Ernesto Cardenal, Sergio Ramírez o Gioconda Belli viene de una época en la que se intentaba unir el deseo de libertad con la justicia social.
Ayuso dice que Sánchez es un dictador parecido a Ortega que quiere meterla en la cárcel. Pues nada, acostumbrémonos a un mundo en el que se pueda declarar sin pudor que las vacas producen miel, las abejas leche y los olivos tomates
Pero el deterioro del régimen de Daniel Ortega se hizo cada vez más agresivo. Ninguna persona de bien pudo quedarse al margen o mantenerse indiferente a la deriva autoritaria nicaragüense en nombre de viejas consignas falsificadas y retóricas manipuladoras. Especialmente dura fue para mí la persecución oficial del padre Cardenal y los insultos que grupos orquestados lanzaron contra él, incluso durante su entierro. Sergio Ramírez y Gioconda Belli tuvieron por fin que salir al exilio y escogieron domicilio en España.
Defender un idioma significa algo más que estudiar y difundir un vocabulario. En las palabras caben muchas cosas. Una lengua es inseparable de las dinámicas que sirven para comprender la realidad, imaginarla y actuar sobre ella. La literatura ofrece la mejor muestra de que las historias abstractas sólo se hacen vida al encarnarse en hombres, mujeres y situaciones concretas. El Instituto Cervantes, que asume su independencia ante los intereses particulares de los partidos políticos concretos, no puede mantenerse al margen de injusticias como las sufridas en Nicaragua. Es necesario que los responsables de la cultura española identifiquen sus valores con la democracia y el respeto a la diversidad de pensamiento, la libertad y la dignidad humana.
La Biblioteca del Instituto Cervantes de Hamburgo lleva el nombre de Sergio Ramírez. En la Caja de las Letras del Instituto Cervantes se ha hecho un homenaje a Rubén Darío junto a la Academia de la Lengua de Nicaragua, agredida por el Gobierno de Ortega. Gioconda Belli dejó también su legado en la Caja de las Letras. Y Sergio Ramírez ha recorrido los Centros Cervantes del Reino Unido, Alemania y Francia, además de impulsar proyectos culturales relacionados con los valores democráticos en la cultura latinoamericana.
Entre las muchas ocasiones en las que he tenido la oportunidad de coincidir con Sergio, he recordado estos días un desayuno en el Palacio de la Moncloa, facilitado por el ministro de Asuntos Exteriores. El presidente Pedro Sánchez y el ministro Miquel Iceta estaban interesados en conocer de primera mano la situación para ayudar a Sergio Ramírez por todo lo que su figura significa.
Así es, así ha sido. Pero bueno, según Díaz Ayuso el presidente Sánchez es un dictador parecido a Ortega que quiere meterla a ella en la cárcel para fundar un régimen estalinista. Pues nada, acostumbrémonos a un mundo en el que se pueda declarar sin pudor que las vacas producen miel, las abejas leche y los olivos unos tomates muy saludables. Muchísimo cuidado: los desayunos en la Moncloa son ámbitos de conspiración para romper España y exterminar la democracia.
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