Ataques en Magdeburgo: la cautela como arma Ruth Ferrero-Turrión
Almudena y Mario
Yo ya lo sabía, pero la reacción ante la muerte a deshora de Almudena Grandes es la prueba definitiva: España cobija a la derecha más abyecta, más inculta, más ruin y más hipócrita (sepulcros cristoneofascistas blanqueados) de Europa. No es que a mí me parezcan angelitos los conservadores británicos, pero siempre ha habido entre ellos personas razonables, éticamente decentes, capaces de disfrutar y aprender de la lectura y de discrepar, al dirigirse a los de la bancada de enfrente, sin algarabías, sin insultar, sin rezumar desdén. También en Francia los ha habido, y hay dialogantes, raisonnables. Aquí, según parece, no. O, si están, no recriminan nunca a sus propios representantes cuando se pasan de la raya. En cuanto a estos, el adversario de izquierdas no es tal sino enemigo, sin más, y lo único que cuenta es derribarlo como sea y cuanto antes mejor. ¿Ha leído el alcalde Almeida alguna novela de Grandes, para justificar su actitud, su negativa a que fuera nombrada hija predilecta de la capital? ¿Por qué, en sus múltiples entrevistas recientes, televisivas y otras, no se lo han preguntado los profesionales del ramo? Para, en el caso de recibir una contestación afirmativa, inquirir sobre títulos y contenidos. Ello es patético y grotesco, porque, como ha apuntado Antonio Ruiz Valdivia, la autora de El corazón helado “era Madrid, nadie ha contado en las últimas décadas sus calles como ella”. Ni sus calles, ni sus gentes, ni “el agujero negro por el que se perdían una buena parte de los españoles del siglo XX” (Tereixa Constenla).
Me imagino que, en realidad, las derechas patrias no leen, ni por asomo, nada que sea crítico con sus propios planteamientos. El último y documentadísimo libro de Paul Preston, por ejemplo, Arquitectos del terror. Franco y los artífices del odio (Debate), demoledor para las fake news de los vencedores sobre su régimen genocida, ¿lo van a tener en consideración, lo van a sopesar? Apuesto a que jamás. Es la obra de un guiri deleznable, dirán, de un historiador rojo y, como tal, mentiroso. Esta manera de ser y estar me recuerda, por asociación, a lo que le comentó alguien en Barcelona a Julio Llamazares, cuando hace un par de años el escritor investigaba in situ la estancia en la Ciudad Condal, tan admirada por Cervantes, del Caballero de la Triste Figura: “Aquí, ¡cómo vamos a leer el Quijote cuando en Cataluña tenemos el Tirant lo Blanch!” (que, por cierto, es valenciano).
El 11 de octubre pasado, escasas semanas antes de su muerte, Almudena Grandes publicó en El País, en su muy leída columna semanal, un texto titulado “Ídolo”. Texto que, releído hoy, me produce intensa emoción por su valentía y su sinceridad. Se trataba, sin nombrarle, de Mario Vargas Llosa, que había influido poderosamente en la vocación de la naciente escritora, deslumbramiento confirmado posteriormente, pero ahora, para la tristeza de ésta, caído de su pedestal a raíz de ciertas alegadas miserias a las cuales el ser humano, a pesar de poseer otras cualidades más apreciables, es tan proclive. “La admiración no cambia —terminaba la jeremiada de Grandes—, pero más allá está el frío, el dolor húmedo del abandono y esa insoportable sensación de orfandad”.
El Nobel, que yo sepa, no se dio por aludido. Tampoco me consta que haya comentado el brutal rechazo de la novelista por el Partido Popular, tan de sus amores, y de Vox.
¿Qué significa decir, hoy, que uno es un “liberal de verdad”? A mí me parece una autodesignación vacua, carente de contenido
La desilusión de Almudena Grandes con Vargas Llosa emanaba en parte de la reciente revelación por El País según la cual, en 2015, el peruano habría tenido una sociedad en un paraíso fiscal “para gestionar el dinero proveniente de los derechos de autor de sus obras y la venta de varios inmuebles en Madrid y Londres”. Operación emprendida, antes de conseguir la nacionalidad española, para eludir, presuntamente, el pago de impuestos en el país correspondiente del momento. Vargas Llosa formuló su desmentido al día siguiente en una carta remitida a la directora del mismo periódico. Terminaba así: “Aunque no siempre estoy de acuerdo con los impuestos elevados, siempre he cumplido con las leyes, como solemos hacer los liberales de verdad”.
¿Qué significa decir, hoy, que uno es un “liberal de verdad”? A mí me parece una autodesignación vacua, carente de contenido. Me imagino que tampoco le cayeron bien a Almudena Grandes unas manifestaciones del Nobel hechas, a finales de septiembre, al término de la convención del PP, cuando anunció que en los próximos comicios generales iba a votar “bien” y, en vez de seguir apoyando a Ciudadanos, dará su confianza al partido dirigido por Pablo Casado, a quien colmó de elogios (decisión que a su vez procuró razonar en un artículo, “Votar ‘bien’ y votar ‘mal’”, publicado en El País el 17 de octubre).
La presencia del escritor en tal cónclave lo decía todo. Porque el PP, como se ha demostrado y se sigue demostrando, es un partido de corrupción sistémica, consustancial. Un partido incapaz de admitir sus errores, de pedir perdón cuando le incumbe, y, para más inri, de condenar el régimen criminal del cual procede. ¿Por qué optó el Nobel por no seguir defendiendo a Ciudadanos, en su inicio partido de centro abierto al diálogo y a los pactos, y ahora tan necesitado de que le siguiera echando una mano? ¿No habría sido un rasgo de coherencia, incluso de magnanimidad?
Creo que a Almudena Grandes le habría disgustado, y mucho, la última “Piedra de toque” de Vargas Llosa en El País, titulada Los dictadores (2 de enero), donde se refiere al reciente magno cambio operado en Chile. En ella el peruano insiste en que, desde niño, sintió “una aversión visceral” por todos los dictadores de América Latina, del color que fuesen, y recuerda su lucha, desde el primer momento, contra Pinochet. No duda que Chile, ahora, ha cometido una “grave equivocación”, eligiendo, como presidente electo, al adalid de la nueva izquierda del país, Gabriel Boric, en vez de al ultraderechista José Antonio Kast, “que me parecía representar una continuación sensata de la política económica que había llevado a Chile casi a alcanzar a ciertos países europeos y a distanciarse mucho del resto de América Latina”. Pero, ¿por qué se trata necesariamente de una equivocación por parte del electorado chileno? No hay indicación alguna de que Boric sea un dictador en potencia.
¿No sería justo concederle un margen de confianza, a la espera de la formación de su Gobierno el 11 de marzo?
Para ir terminando, si Vargas Llosa odia tanto las dictaduras, y le creo, sorprende que nunca se haya explayado en el mencionado diario sobre la radical maldad del franquismo, la exitosa exhumación del dictador por el Gobierno de Pedro Sánchez, el futuro del Valle de los Caídos y las más de 100.000 víctimas de aquel criminal régimen todavía abandonadas en cunetas y fosas comunes a lo largo y lo ancho del país.
Creo, en fin, que el venerable escritor está hoy mucho más en sintonía con Abc o La Razón que con la actual línea editorial de El País, tutelada por Pepa Bueno. Ya se fue Antonio Caño. ¿Por qué no sigue su ejemplo y nos deja en paz a los lectores vitalicios del rotativo, que, desde su nacimiento en 1976, ha venido mayormente alegrando nuestros días y nuestras esperanzas? Y que lo sigue haciendo, gracias a su larga lista de comentaristas progresistas de primera fila: los de siempre y los de incorporación más flamante.
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Ian Gibson es hispanista, especialista en historia contemporánea española, biógrafo de García Lorca, Dalí, Buñuel y Machado.
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