Las santas, madres y reinas de la Navidad Cristina García Casado
Olvido de las víctimas de la pederastia en el Vaticano
¿Es posible que en la reunión del Papa con los obispos españoles el 28 de noviembre no se hablara del demoledor Informe del Defensor del Pueblo sobre la pederastia en la Iglesia católica? Esa fue la pregunta que me planteó el periodista Xabier Fortes en el programa La Noche en 24 Horas de RTVE el mismo día de la reunión. La verdad, respondí, es que me ha sorprendido el contenido tan simple y puramente anecdótico de la rueda de prensa del presidente de la Conferencia Episcopal Española (CEE), cardenal Omella, y del secretario general, García Magán, sobre las cinco horas de reunión con el Papa y con el Dicasterio del Clero. La única información que dieron fue que el Papa gozaba de buena salud, que no había tosido ni una sola vez como sí lo hicieron algunos de los presentes, que no les había tirado de las orejas y que los problemas eran los mismos que los de Europa. Sobre la reunión con el Dicasterio del Clero dijeron que se había hablado de la formación en los seminarios y de la crisis de vocaciones que se estaba viviendo en España, similar a la de Europa.
Por mucho que insistieron los periodistas en preguntar si habían hablado sobre las agresiones a menores en la Iglesia católica, el Informe del Defensor del Pueblo, los abusos sexuales en los seminarios y el Informe de los obispos uruguayos tras su inspección, su respuesta fue que ninguno de esos temas se había tratado.
La opinión que expresé a Xabier Fortes es que no me parecía creíble, ni consideraba verosímil que no hubieran abordado estos temas, dada la trascendencia y la excepcionalidad de la llamada de todos los obispos españoles a Roma, incluidos los eméritos, y teniendo en cuenta la gravedad del problema de la pederastia en la Iglesia católica española y el fuerte impacto que ha producido el duro Informe del Defensor en la sociedad española y en la propia Iglesia católica. ¿Para qué fueron llamados a Roma, entonces? Pareciere que se hubiera practicado en la rueda de prensa el secreto de confesión, que sólo obliga a los sacerdotes en lo oído en los confesionarios.
Comentando la afirmación del cardenal Omella de que el Papa no les había tirado de las orejas, dije que eso era lo que esperaban que hiciera, tirarles de las orejas y con razón, por su permanente incumplimiento de las orientaciones de Francisco ante tamaños crímenes y por su falta de firmeza en la gestión de las agresiones sexuales en el ámbito eclesiástico. Isaías Lafuente, periodista de la Cadena Ser, participante en la entrevista televisiva, hizo una observación que me pareció muy pertinente: si era cierto que no habían tratado el tema, le parecía una irresponsabilidad, dada la gravedad del caso. A lo que yo añado que, si no se habló de ello en tan trascendental reunión, fue una falta de respeto a las víctimas, que merecían un acto de reconocimiento y de rehabilitación, y un olvido de sus sufrimientos, así como una ocasión perdida para condenar la acción criminal de los victimarios.
Choca todavía más el silencio sobre las víctimas de abusos sexuales en la infancia producidos en la Iglesia católica española, que, según la extrapolación del Informe del Defensor del Pueblo, asciende a más de 440.000, cuando ese mismo día por la tarde el Papa recibió a víctimas agredidas sexualmente por miembros del clero de la diócesis de Nantes.
La segunda pregunta de Fortes fue cómo había reaccionado la CEE ante el Informe del Defensor del Pueblo. Le respondí con dos gerundios: persistiendo en el negacionismo y criticando el Informe, la encuesta de GAD3, los medios de comunicación y la extrapolación de los datos con descalificaciones gruesas. Así lo hizo el cardenal Omella el 20 de noviembre en el discurso inaugural de la 121ª Asamblea Plenaria de la CEE, hablando en nombre de todos los obispos.
Eso era lo que esperaban que hiciera, tirarles de las orejas y con razón, por su permanente incumplimiento de las orientaciones de Francisco ante tamaños crímenes y por su falta de firmeza en la gestión de las agresiones sexuales en el ámbito eclesiástico
Puso en cuestión la fiabilidad y la veracidad de las encuestas en general y de la encuesta de GAD3 en particular por la desproporción descomunal entre las llamadas hechas y las entrevistas realizadas, sembrando incluso dudas sobre quienes contestaron a las entrevistas diciendo que habían respondido por interés. Calificó la extrapolación de los datos de infundada, errónea, intencionada y de disparate. Manifestó su compromiso de luchar contra toda clase de abusos y de no buscar excusas ni justificaciones para eludir cualquier responsabilidad, al tiempo que afirmó que permanecían intactas su estima y consideración hacia los sacerdotes y religiosos.
Hubo, con todo, obispos que, a nivel personal, hicieron una valoración positiva del Informe. Es el caso del obispo de Teruel-Albarracín, José Antonio Satué, para quien el informe, aun con sus límites, tiene no pocos aspectos positivos, entre los que destacó la luz que arroja sobre los efectos devastadores de los abusos sexuales, cuyo origen son los procesos de conciencia, el proceso de escucha a 487 víctimas, la denuncia de algunas prácticas inaceptables dentro de la Iglesia católica, el reconocimiento de avances en la legislación canónica y la propuesta de iniciativas a la Iglesia y a las administraciones públicas para prevenir y reparar los daños causados.
Mi opinión es que se trata de un informe riguroso y creíble. La encuesta se realizó a una muestra de 8.013 personas, suficientemente amplia en comparación con otras encuestas. A las personas encuestadas se les preguntó por sus creencias religiosas, y una mayoría se confesó cristiana. Se hicieron 34 preguntas, 24 de las cuales se dirigieron a quienes declararon haber sido objeto de agresiones sexuales siendo menores de edad.
Me parece certera la valoración del informe sobre la actitud de la jerarquía católica española ante los abusos: las reticencias y cautelas de algunas diócesis a la colaboración con el Defensor del Pueblo; la negación o minimización del problema o su relegación a un aspecto marginal; el mantenimiento de la mayoría de los sacerdotes pederastas en sus puestos o el traslado a otros destinos; la consideración de que los abusos sexuales en la Iglesia católica constituyen un grave problema social y de salud pública.
A todo esto cabe añadir la referencia del Informe al impacto devastador de los abusos en la vida de las víctimas: problemas emocionales y de conducta, estrés postraumáticos, síntomas depresivos, sentimientos de estigmatización, vergüenza e incluso acciones suicidas. Yo añadiría que faltó compasión con las víctimas, virtud que está en la base de la ética, de todas las éticas, las laicas y las religiosas.
Me preguntó finalmente por la situación actual de los seminarios. Estos, contesté, son el más fiel reflejo de la estructura jerárquica, patriarcal, clerical y represiva de la Iglesia católica, tanto en la formación de los seminaristas como en su estilo de vida. Al recibir esta formación y tener ese estilo de vida, cuando terminan la carrera eclesiástica —nunca mejor dicho lo de “eclesiástica”— y asumen las responsabilidades pastorales que les encomiende el obispo, los nuevos sacerdotes reproducirán inevitablemente el modelo de Iglesia en el que han sido educados, salvo que el pueblo les abra los ojos a la realidad y se comprometan con los problemas reales de la sociedad. Ese fue el caso de no pocos sacerdotes y obispos, sobre todo en América Latina.
Hay seminarios que son preconciliares, que ni siquiera se han adaptado a las reformas del Concilio Vaticano II, forman en una doctrina teológica dogmática, en una posición política ultraconservadora, en un terreno ideológico con tendencias integristas y en una ausencia de interdisciplinaridad. Así las cosas, creo que hay que plantearse la pregunta radical por el sentido o sinsentido de los seminarios hoy. Yo me inclino claramente por su sinsentido, ya que no pocos de ellos constituyen una especie de apartheid y no responden a los nuevos desafíos que plantea el cambio de era que estamos viviendo.
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Juan José Tamayo es emérito de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones, teólogo de la liberación y autor de 'Teologías del Sur. El giro descolonizador' (Trotta).
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