El juez y el dinamitero Joaquín Jesús Sánchez

La llegada a la Casa Blanca de Donald Trump y la avalancha de órdenes ejecutivas firmadas están haciendo que sus primeros días de mandato sean frenéticos. Las medidas inhumanas contra la población migrante, la performatividad de las redadas y su declaración explícita de incrementar el número de deportaciones junto con la militarización de la frontera se suman al lanzamiento de su plan de reforma de la función pública federal que incluye despidos de toda naturaleza. Y si esto sucede en el plano doméstico, no son menos tranquilizadoras las primeras señales que ha lanzado al mundo en relación a la proyección que quiere dar a EEUU.
Parece cada vez más claro que Trump está dispuesto a hacer valer el hecho de gobernar la primera economía y potencia militar del mundo para conseguir sus objetivos. Así, la política aduanera es el instrumento del que, por el momento, se quiere servir como mecanismo de presión. Es aquello de la weaponization de los aranceles con la intención de conseguir objetivos políticos. A cada cuál lo suyo, si unos hicieron lo propio con el uso de las personas migrantes a modo de presión, otros lo hacen con el tema de las exportaciones de gas y de petróleo y otros aplican sanciones. ¿Por qué no utilizar esta herramienta con el mismo fin? Es cada vez más claro que Galeotti tenía razón cuando publicó su libro en 2022, si bien es verdad que su punto de observación se situaba en relación con Rusia. En un mundo cada vez más de hombres fuertes, donde los que podían haber defendido el Derecho Internacional en su momento no lo hicieron lo suficiente, era sólo cuestión de tiempo que hicieran su aparición aquellos que, sin complejos y a pecho descubierto, quieren hacer valer su fuerza frente a otros criterios tales como la cooperación o la solidaridad.
Y como así son las cosas, no debería extrañar que el tornado Trump quiera conseguirlo todo y lo quiera conseguir ya. Lo hemos visto con su capacidad para alcanzar un alto el fuego en Gaza (no la paz), lo estamos viendo con la manera en la que está forzando la situación con los países de América Latina. Y también se ha comenzado a hacer notar en relación con su explícito deseo de controlar Groenlandia, el canal de Panamá o incluso Canadá, bien estratégica, bien territorialmente según el caso.
En un mundo cada vez más de hombres fuertes era sólo cuestión de tiempo que hicieran su aparición aquellos que, sin complejos y a pecho descubierto, quieren hacer valer su fuerza
Y lo mismo pretende querer hace en relación con la guerra que se libra en Ucrania. Ya hace unos meses afirmó que sería capaz de resolver esta cuestión en 24 horas. Y no será en ese tiempo, pero sí que, a la luz de las filtraciones de esta semana, su plan es poner punto final a este conflicto en el plazo de 100 días.
Según el plan filtrado, que por otra parte no desvela nada que no se supiera ya desde hace meses, su intención es tener una conversación con Putin para, a continuación, realizar una reunión tripartita en la que estaría también presente el presidente ucraniano Zelensky y con eso alcanzar un alto el fuego de cara a finales de abril, para dejar firmado el acuerdo definitivo el 9 de mayo. Entre otras cuestiones, dicho plan establece que, con la declaración de alto el fuego, las tropas ucranianas se retirarían de Kursk, se prohibiría el ingreso de Ucrania en la OTAN y el país tendría que declararse neutral. En lo que a la UE se refiere, se promete la adhesión de Kiev para el año 2030 y además también los europeos deberían ser los facilitadores de la reconstrucción post-conflicto del país. A cambio, se permitiría a Ucrania mantener el tamaño de su ejército y continuaría recibiendo apoyo militar norteamericano a modo de disuasión. Por supuesto, Ucrania debería reconocer oficialmente la soberanía de la Federación Rusa sobre los territorios ocupados.
Varias son las conclusiones que se pueden extraer de este plan. La primera es que, desde luego, esta solución está lejos de ser la paz justa buscada por Zelensky y por los líderes occidentales. La amputación de entre el 20 y el 25% del territorio a Ucrania es algo que se ha rechazado en todo momento. De hecho, el presidente ucraniano siempre ha reiterado que su intención última era el regreso a las fronteras de 1991. La segunda conclusión es que en esta propuesta los europeos quedan totalmente al margen del proceso negociador. Si este plan se cumpliera, de nuevo estaríamos observando cómo Trump estaría haciendo valer la superioridad norteamericana en materia de defensa y la dependencia que los europeos tienen de ella.
Por último, la tercera tiene que ver con la voluntad de las partes para aceptar este acuerdo. Este plan, desde luego, no ha contado con la opinión ni de Moscú ni de Kiev, sino que se da por sentado que ambos aceptarían y eso tampoco está del todo claro. Putin podría seguir empeñado en una victoria total, y puesto que Ucrania lleva meses a la defensiva, ¿por qué no aguantar y conseguir mayor control territorial del que ahora tiene? Por su parte, Zelenski no estaría dispuesto a aceptar este plan sin las garantías de seguridad necesarias que, en su opinión, deberían ser un despliegue de 200.000 soldados. Sin EEUU en la dupla, parece complicado que se pueda alcanzar esa cifra, aunque una fuerza más pequeña podría ser posible liderada por Reino Unido y Francia, pero ¿están los países europeos dispuestos a enviar tropas a Ucrania?
Con todos estos interrogantes se abre pues un nuevo capítulo del conflicto en Ucrania. De cómo se resuelva tendremos, de rebote, una nueva configuración, no sólo de la arquitectura de seguridad y defensa europea, sino de la UE en su conjunto.
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