“Cueste lo que cueste” Cristina Monge
Redes manchadas de sangre
No hay estructura sin redes ni redes sin estructura. Cualquier sistema organizado necesita unir sus elementos y coordinarlos sobre posiciones y funciones que permitan sostener el modelo y hacerlo operativo, más allá de los aspectos formales determinados por su propia configuración. La clave de un sistema no está en lo que impone y obliga, sino en lo que logra que asuman como propio las personas que forman parte de él. A la postre se tiene, por un lado, una serie de elementos formales; por otro, elementos informales surgidos de las dinámicas que se generan a todos los niveles, y luego las redes generadas sobre algunos temas e intereses, como una especie de nivel intermedio que permite definir mejor el tipo de relaciones y las funciones de las personas que las forman.
La cultura es la red de redes, todo lo que forma parte de ella se organiza para darle sentido y lograr que los valores e ideas que la definen se materialicen en hechos y consecuencias. Y si la cultura es machista, sus redes serán machistas y dirigidas a mantener las referencias androcéntricas. Nada de lo que ocurre de manera habitual es producto de la casualidad.
La violencia contra las mujeres a través de las redes está aumentando de manera muy significativa sin que se adopten las medidas para evitarlo y, sobre todo, sin tomar conciencia del significado de este aumento ni de sus consecuencias. Lo más sorprendente es comprobar cómo se trata de presentar la ciberviolencia de género como una “nueva violencia”, como si cuando se inventaron las armas de fuego y se utilizaron sobre las mujeres hubiera sido una nueva violencia, no la violencia de siempre que hasta ese momento solo se ejercía con armas blancas e instrumentos contusos. La ciberviolencia contra las mujeres no es una nueva violencia, es la violencia histórica ejercida con nuevos medios y estrategias, y debemos tenerlas en cuenta para ser eficaces en la erradicación de todas las formas de violencia de género.
Hoy, las redes sociales han conseguido algo fundamental para los agresores, que podemos centrar en cuatro hechos: nuevas formas de ejercer la violencia contra mujeres y niñas, darle continuidad a la violencia que se produce fuera del escenario digital, señalar a determinadas mujeres como “merecedoras” de la violencia para que otros actúen con agresiones directas, y aumentar la impunidad de los agresores. Veamos brevemente cada uno de estos elementos de la ciberviolencia de género.
La ciberviolencia contra las mujeres no es una nueva violencia, es la violencia histórica ejercida con nuevos medios y estrategias, y debemos tenerlas en cuenta para ser eficaces en la erradicación de todas las formas de violencia de género
- Nuevas formas de violencia de género. La violencia contra las mujeres se mueve entre dos grandes objetivos, el de controlarlas sobre la idea de posesión y el de la utilización de las mujeres a partir de su cosificación. Las TIC han permitido potenciar estas dos motivaciones por medio de nuevas agresiones (ciberacoso, sexting, doxeo, sextorsión, gender trolling…) y a través de su sexualización, además de potenciar todos los estereotipos sobre la maldad, la provocación, la manipulación… que se asignan a las mujeres.
- Las nuevas formas de violencia se unen a la continuidad de la violencia de género ejercida fuera del escenario digital. Un maltratador ahora puede controlar a su pareja o expareja a través de las TIC y hacer de su violencia una violencia 24/7, puede amenazarla a cualquier hora, saber cuáles son sus fuentes de apoyo… y puede hacerlo de manera abierta para que todo el mundo sepa que es una “mala mujer”, o hacerlo por vías privadas. Recuerdo un caso en que la víctima había bloqueado todas las vías para que no contactara con ella, y se dedicó a mandarle bizum con la mínima cantidad exigida para seguir amenazándola en las notas que incorporaba junto al envío de dinero. Todas estas situaciones no se producían antes, había una “desconexión” de la violencia que, de algún modo, ayudaba a tomar conciencia de la situación y a la recuperación.
- El señalamiento se ha convertido en uno de los elementos más graves de la ciberviolencia de género, y busca el doble objetivo de, en primer lugar, agredir a la mujer señalada por medio de toda la violencia que se ejerce contra ella, y, en segundo término, que otros agresores se unan a esa violencia en nombre de los valores e ideas que se defienden desde las posiciones que atacan a estas mujeres, todo ello como parte del “gender trolling”. Este señalamiento cada vez es más frecuente en la estrategia que el machismo ha puesto en marcha bajo la idea de “guerra cultural”, presentando a determinadas mujeres feministas y activistas como responsables de lo que consideran que es una “criminalización de los hombres”.
- Impunidad de los agresores. Las redes sociales contribuyen también a la impunidad que siempre ha existido en violencia de género. Tampoco esta es nueva, como revelan los estudios, pero sí se trata de una impunidad que se construye sobre tres nuevas referencias. Una, la más evidente, es el anonimato de determinados perfiles; la segunda es la minimización de las consecuencias al hacer creer que lo que se dice o hace en las redes no tiene importancia, y que todo forma parte de la virtualidad que las caracteriza, no de la realidad; y la tercera busca presentar esas iniciativas como algo grupal, no individual, como si fuera una especie de versión digital de “Fuenteovejuna”.
No son casos aislados, ni estrategias inconexas, ni nuevas violencias… es la violencia contra las mujeres de siempre ejercida con los medios actuales, y potenciada e intensificada por las vías que proporciona la tecnología en este momento histórico. Por eso también tenemos que llamar a la responsabilidad. Una responsabilidad en todas sus dimensiones, desde la responsabilidad individual y social a la hora de usar las redes sociales, a la responsabilidad política para regular su uso cuando ya sabemos las consecuencias que produce, y a la responsabilidad penal cuando el resultado sea la violencia.
Lo hemos visto en el Senado de los EE.UU. hace unos días, donde se ha puesto de manifiesto que las redes sociales son parte esencial en la violencia, y de manera muy especial en la violencia contra las mujeres.
El pasado día 31 de enero, Mark Zuckenberg, CEO de Meta; Linda Yaccarino, de X; Shou Zi Chew, de TikTok; Jason Citron, de Discard, y Evan Spiegel, de Snap, comparecieron en la Comisión Judicial del Senado de los Estados Unidos sobre el papel de las redes ante determinados tipos de violencia, y el senador republicano Lindsey Graham se dirigió a ellos y les dijo de manera asertiva que tenían “las manos manchadas de sangre”, y no se equivocaba. El diseño de los algoritmos y la permisividad respecto a ciertos temas, imponiendo un control capaz de impedir la imagen de una madre amamantando a su bebé, pero no otras que forman parte de la violencia de género, o capaz de cortar una comunicación sobre un tema político, pero dejar el discurso de odio como parte de la violencia que sufren hoy mujeres y niñas, hasta el punto de haberlas llevado en algunos casos al suicidio, no es obra de una sola persona, sino de quienes utilizan las redes y de los que permiten que lo hagan con todas sus posibilidades para ejercer esta violencia.
Hoy las redes se han convertido en el principal medio para transmitir el odio y ejercer la violencia, y en ellas hay muchos usuarios con las manos manchadas de sangre, aunque no hayan dado un solo golpe de manera directa y material. Si no actuamos para evitarlo, las consecuencias serán terribles, como ya demuestran los estudios.
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Miguel Lorente Acosta es médico y profesor en la Universidad de Granada y fue delegado del Gobierno para la Violencia de Género.
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